“El neoliberalismo no es una teoría del desarrollo; el neoliberalismo es la doctrina del saqueo total de nuestros pueblos”. Fidel Castro.
El presidente Joe Biden ha metido en un dilema político a su gobierno: de palabra lo define demócrata por emanar del partido que en Estados Unidos (EU) lleva ese nombre; pero, de hecho, lleva a cabo acciones que lo exhiben tan republicano como el de Donald Trump, de cuyas políticas decide ser continuador. El dilema deriva de los modos con que enfrenta las problemáticas interna y externa de su país. Es de dominio público que EU, siendo el país más rico del mundo, vive intensos conflictos de racismo sistémico, terrorismo interno, tiroteos masivos, pandemia, devastación ecológica, migratorios, económicos, poselectorales, trasiego de armas y drogas, millones de familias amenazadas de desahucio, 140 millones de pobres, etc.; que una sana convicción demócrata, entendida como sincera inclinación por la democracia y no mera denominación, obligaría a atenderlos con diligencia, esmero y acuciosidad por tratarse de los problemas que padece el pueblo estadunidense. Dos circunstancias adicionales tendrían que moverlo, como jefe de estado, a actuar en ese sentido: una, el activismo político del expresidente Trump -envalentonado por haber enfrentado exitosamente dos procesos de impeachment- y de los republicanos, de dentro y fuera del Estado que siguen sosteniendo que su triunfo electoral se asentó en un gran fraude electoral; dos, la retirada de las tropas estadunidenses de Afganistán y la acelerada toma del poder político y militar por el Talibán, que ha enfrentado con un discurso deplorable para asimilar lo que aparenta ser una derrota político militar. (La Jornada: No me arrepiento, sostiene Biden al defender el retiro de tropas de Afganistán). Un retiro de tropas que jamás podrá tener una sola lectura política. En tales circunstancias los republicanos buscan el retorno al poder en 2024 -con Trump como indiscutido candidato- intentando colocar en el ánimo electoral de los estadunidenses las ideas de ilegitimidad presidencial de Biden, e incapacidad para gobernar; a la vez que sus gobernadores en los estados, impulsan mecanismos legislativos para suprimir el voto de las minorías raciales, prefigurando ya una campaña electoral. Con todo ello, el presidente parece concentrarse en los problemas de otro pueblo: el cubano.
Habiendo sido vicepresidente del gobierno de Barack Obama, sobre el tema Cuba, ha optado por abandonar las directrices planteadas por aquel, y continuar con las fijadas por Trump. ¿Cuál es la verdadera razón por la que EU desea tener injerencia en ese diminuto país caribeño que por su independencia política y banderas revolucionarias se ha convertido, desde 1959 a la fecha, en la pesadilla que quita el sueño a los gobernantes del país imperial? Obviamente no es porque les constituya amenaza militar, de seguridad nacional, o de competencia económica. El corresponsal de La Jornada en EU, David Brooks, reportó el pasado 31 de julio que: “El presidente Joe Biden se reunió con líderes cubano-estadunidenses para consultar cómo promover el apoyo al pueblo caribeño que vive bajo un régimen comunista fallido”. Este hecho tiene importantes significados: Biden no conoce la problemática real y específica de Cuba; supone que el dilema para los cubanos sigue estando entre Batista y el comunista; consulta con los líderes cubano-estadunidenses -que viven en EU- para saber cómo apoyar al pueblo caribeño que vive en la isla; y deja ver que para su gobierno el atavismo de la guerra fría no ha terminado: si cayeron el Muro de Berlín y la Unión Soviética ¿por qué Cuba no? Hecho que por sí solo niega su condición de demócrata.
Para los habitantes de la isla ha decidido endurecer las injustas medidas de bloqueo económico, comercial y financiero que EU sostiene, prácticamente, desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, impuestas luego de una exhaustiva valoración política: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) no existe una oposición política efectiva (…) el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas”. Desde entonces sus presidentes se afanan en ello. El bloqueo hacia Cuba adquirió carácter inhumano no sólo por ser la injerencia violenta más larga de la historia ejercida por EU contra país alguno, sino por ser “la expresión más elevada de una política cruel e inhumana, carente de legalidad y legitimidad y deliberadamente diseñada para provocar hambre, enfermedades y desesperación en la población cubana”. Desde Dwight Eisenhower -con excepción de Barack Obama- hasta Donald Trump y ahora Biden, el bloqueo posee niveles de irracionalidad e inhumanidad que niegan cualquier rasgo de civilidad y democracia en pleno siglo XXI.
Recientemente La Jornada (17 de julio, página 18) informó que Biden publicó en la página oficial la Proclamación en la Semana de las Naciones Cautivas 2021, manifestando su solidaridad con las poblaciones de varios países -China, Cuba, Bielorrusia, Myanmar, Rusia y Venezuela- afirmando que están sujetas a abusos rutinarios de poder por gobiernos opresivos. Tras destacar que fue (Dwight) Eisenhower quien lanzó la primera Proclamación para las Naciones Cautivas en 1959, enfatizó: “…su llamado a la libertad aún es verdad. Durante esta semana renovamos nuestro compromiso sobre los principios que son fundamento de nuestra nación, para amplificar las voces de los individuos valientes alrededor del mundo que luchan por los principios de derechos humanos y el Estado de derecho”. El discurso devino hipócrita y falso al ser desmentido por dos hechos trascendentales: EU ha incumplido con 29 resoluciones anuales de la Asamblea General de la ONU que, por votación abrumadora de los países miembros, le ha pedido cesar el bloqueo económico que mantiene contra la isla; y, entre los países que EU considera naciones cautivas, no aparece Afganistán.
Después de los recientes atentados terroristas en Kabul, Afganistán, que costaron la vida a 73 personas, el presidente estadunidense hizo una especie de confesión sobre su relación con el nuevo gobierno de ese país: “…aún después del día 31, Estados Unidos podrá sacar a quienes deseen abandonar al país…esto se hará con la cooperación del grupo extremista.
Los talibanes no son buenos, no confiamos en ellos, pero tienen intereses. Tienen una economía que sostener”. (La Jornada: No perdonaremos; los vamos a cazar y les haremos pagar, advierte Joe Biden). Aquí queda claramente expuesta la razón esencial de sus afinidades con Afganistán, que no mantiene con Cuba: la economía. La verdadera razón del viejo conflicto EU-Cuba reside en la añeja disputa por la influencia política, social, e ideológica que cada uno de ellos irradia hacia el mundo sobre un punto crucial para la existencia de las naciones: su forma interna de organización económico-social. Con Afganistán, EU no tendrá mayor problema pues el régimen talibán organizará la economía del país conforme aconseja el modelo occidental basado en el predominio de la propiedad privada, que las grandes corporaciones de Norteamérica controlarán mediante las empresas que ya existen allá, y las que lleguen a asentarse bajo las necesidades de un país en ruinas, en forma de inversión extranjera directa. Por el contrario, con Cuba, en un sentido, por la Revolución Cubana que estableció el predominio de la propiedad social; y, en otro, debido al propio bloqueo económico, esa posibilidad está cancelada. El dilema político que amenaza el “liderazgo” de EU en el mundo, queda reducido al hecho de que “sus intereses” económicos, lo mueven a atacar a Cuba que en su pobreza -a pesar del bloqueo, del desacato a las resoluciones de la ONU, y las amenazas de intervención militar- se ha convertido en el pueblo/gobierno más solidario y amistoso con los demás países del orbe; mientras que, esos mismos intereses, le exigen apoyar al régimen talibán en Afganistán hasta ahora temido y repudiado por la comunidad internacional. Frente al dilema moral, el gobierno de EU parece no tener opción ni defensa; Biden, como persona, vive el problema existencial de su vida; y el pueblo estadunidense tendrá la última palabra.
Heroica Puebla de Zaragoza, a 31 de agosto de 2021.
JOSÉ SAMUEL PORRAS RUGERIO