En uno de los episodios del ahora mítico programa de “reallity” “The Osbournes” (2002- 2005), Ozzy, leyenda del rock y padre de esa familia, reñía a Kelly, su hija, porque se iba a tatuar (francamente no recuerdo si ya lo había hecho) y le decía que, si quería hacerse algo transgresor, pues que no se tatuara, pues en ese momento, todo mundo tenía tatuajes. Ya por esos años, el tatuaje estaba empezando a ponerse de moda y se empezaban a multiplicar los especialistas de la tinta en la piel y, por supuesto, los lienzos humanos que se prestarían para que estos artistas se expresaran. Hoy, el tatuaje es cada vez más normal, padres y madres, abuelos y abuelas, y tías y tíos fisgones y chismosos ya no se escandalizan de la tinta que uno porta en la piel y cada vez se estigmatiza menos a quien se tatúe. Es decir, ya no es exclusivo de marinos, piratas y reos, maras, yakuzas o de la bratvá rusa. Desde hace décadas, las mujeres se tatúan las cejas, se colocan un lunar coqueto o se tatúan la piel de los párpados para ya no tener que delinearse los ojos, cosa que en verdad me parece extremo. Por supuesto, abundan tatuajes con los nombres de los hijos y sus fechas de nacimiento, con el nombre de la prenda amada o con el de padres y madres; ángeles, símbolos de infinito, peces cristianos, cruces, así como símbolos de super héroes famosos son terriblemente comunes. Por otro lado, hoy los artistas del adorno en la piel han llegado a desarrollar no sólo técnicas sorprendentes sino temáticas diversas, de manera que podemos ver por ahí auténticas obras de arte caminando por la calle. La relación del ser humano con esta forma de adorno corporal es sumamente antigua. Como vemos en el reportaje “El tatuaje, expresión cultural milenaria” de Fernando Guzmán, publicado en la Gaceta Universitaria de la UNAM en diciembre de 2019, “El tatuaje es una expresión cultural milenaria. Ha acompañado a la humanidad durante toda su historia. Al menos desde hace más de cinco mil años. Ötzi, la evidencia más antigua de pigmentación subdérmica permanente, data de esa época. (…) Ötzi es un personaje momificado por congelamiento, ya que estuvo a menos 40 grados durante cinco mil 300 años y fue encontrado en los Alpes de Ötztal, Italia. (…) Resguardado en el Instituto Italiano de Momias y el Hombre de Hielo, Ötzi, de quien se conserva su piel, órganos, vestimenta, herramientas e incluso sus alimentos de la víspera de su muerte, tiene 61 tatuajes. (…) Son rayitas, cruces y puntos realizados en las partes de su cuerpo donde, todo parece indicar, tenía artritis. Se cree que podrían ser parte de un incipiente tratamiento, una especie de acupuntura para tratar sus dolencias, que en los alpes ítalo-austriacos debieron ser insufribles”. Por supuesto, es la momia más antigua que se conoce, pero eso no quiere decir que el adorno corporal de este tipo no existiera con antelación. El asunto es que la piel, a menos que haya pasado por un proceso de momificación, es de lo primero que desaparece con la descomposición. Como sea, el tatuaje en particular y el adorno del cuerpo en general, son prácticas que han acompañado a la humanidad, que sepamos, en prácticamente todas sus etapas.
Enrique Vela, en la introducción para el número especial de la revista Arqueología Mexicana dedicado al adorno corporal (E37, 2010), afirma que la “función primaria del adorno del cuerpo es establecer una suerte de identidad social, pues quien lleva un cierto tipo de prendas u ostenta alguna modificación intencional de su apariencia lo hace a partir de pautas culturales compartidas con los miembros de su grupo. La práctica de adornar el cuerpo puede adquirir distintos significados en distintos niveles y lo que para un grupo tiene un sentido para otro aún cercano culturalmente puede adquirir otro”. En efecto, el adorno corporal dota al individuo de pertenencia y logra que se identifique con grupos sociales. Son elementos que se suman a la construcción de ese “nosotros” frente a los “otros” que la humanidad ha construido desde sus más tempranas manifestaciones. Aquí incluyo, por supuesto, a todos esos homínidos que han sido hallados recientemente -o no tanto, como los neandertales- y que no son sapiens, pero que tienen muchas características en común con nosotros, incluidos la socialización y la construcción de identidad. Vela, la hablar de nuestro contexto, afirma que el “adorno corporal en el México prehispánico incluía variantes que podían ser temporales o permanentes. Entre las primeras están la pintura corporal, el vestido y la joyería sobrepuesta (como anillos, collares o diademas), y entre las segundas, la escarificación, el tatuaje, la joyería que implicaba horadar la piel (orejeras, bezotes o narigueras), la deformación del cráneo y el limado y la incrustación dentarios”. Hay muy poca evidencia de estas prácticas en restos humanos excavados en tumbas y enterramientos diversos precisamente porque, como lo he señalado, se descompone fácilmente el respaldo (el cuerpo, la piel) en que se colocan. Sin embargo, como señala el reportaje de la Gaceta, en nuestro país, “el caso más antiguo corresponde a una momia con tatuajes que vivió en el periodo Posclásico (entre los años del 900 d.C. al 1521 d.C.). Según diversas investigaciones, los restos de este sujeto fueron encontrados en la Sierra Mixteca, en el municipio de Huajuapan de León, Oaxaca. Se trata de una mujer (entre 30 a 40 años de edad) con tatuajes en negro con formas geométricas en ambos brazos. Fue estudiada a fines del siglo XIX por el arqueólogo mexicano Leopoldo Batres, quien la llamó Momia Tolteca. Actualmente se encuentra en el Museo de Quai Branly, París, Francia. Hay otras momias con tatuajes, aunque no prehispánicas, medianamente antiguas, provenientes de la región tarahumara. Diego de Landa, misionero español de la Orden Franciscana en Yucatán, documentó un marcaje en guerreros mayas como símbolo de haber salido avantes en una batalla”.
Con independencia de lo anterior, vemos que personajes y deidades son retratados portando adornos, pintura o lo que podrían parecer tatuajes o escarificación. Para ello, “La información arqueológica -señala Vela- se centra en el numeroso conjunto de representaciones (en cerámica, piedra, grabados, pintura mural) de seres humanos que llevan alguna clase de adorno corporal. En ellas se observan las distintas variantes usadas en la época prehispánica: pintura corporal, escarificación, tatuaje, joyería permanente, y permiten determinar su antigüedad y su distribución geográfica”. Para las culturas de América en general y de Mesoamérica en particular, el adorno corporal, permanente o no, además de fomentar la identidad de grupo, establecía relaciones sociales y vinculaciones diversas con las diferentes entidades que compartieron espacio con nuestros antepasados. Es decir, pudieron haber estado vinculados esos adornos con deidades, espíritus, esencias o con animales relacionados a su vez con estas entidades. De igual manera, pudieran haber significado indicadores que denotaran un estrato social o un rango determinado. Como ejemplo, en la revista se habla de la escarificación como una manera de generar una diferenciación social en algunas culturas de Mesoamérica, al menos en el Postclásico y en el periodo de contacto. “Aunque parece haberse practicado entre las distintas culturas mesoame- ricanas -se afirma en la revista-, la mayoría de los ejemplos en los que es clara la escarificación proceden del Occidente de México, la Huasteca y el área maya. Para esta última, vale la pena mencionar la descripción de esa práctica que en 1613 hizo Pedro Sánchez de Aguilar en su Informe contra idolorum cultores del obispado de Yucatán, cuando señala que para demostrar su importancia los señores mayas se ‘sajaban’ el cuerpo con lancetas de piedra, seguramente de obsidiana o pedernal, hasta que sangraban y en las heridas colocaban tierra negra o carbón. Cuando las heridas sanaban las cicatrices formaban diseños con forma de serpientes y águilas”. Por lo que respecta a los tatuajes, bueno, no existe mucha evidencia de ello en Mesoamérica, salvo la momia de la que hemos hablado. Sin embargo, Diego de Landa habla de la práctica y la importancia que tenía entre los mayas de la Península de Yucatán. “Señala además – se afirma en la revista- que los hombres jóvenes no podían tatuarse mucho hasta contraer matrimonio y que las mujeres lo hacían de la cintura para arriba, excepto los senos. Aunque llevar tatuaje era una muestra de valor y un signo de estatus, también servía como castigo; si una persona de cierta posición social era encontrada culpable de robo se le tatuaban ambas mejillas con un diseño que señalaba su falta”. Es importante decir que lo que está escrito en esa crónica vale para las poblaciones mayas yucatecas del momento del contacto en el siglo XVI, pero esto no necesariamente era así en otras zonas mayas o del territorio mesoamericano. En el caso de la zona Andina, ahí sí que tenemos una buena cantidad de restos momificados de numerosas culturas, entre ellas los chimúes, los nazca, paracas o los inca y en sus pieles podemos encontrar tatuajes y perforaciones. Considero importante, como reflexión final, acercarme al tema del dolor. Cualquiera que se haya tatuado, perforado o escarificado, sabe que el dolor está implícito en la práctica y casi, de forma mística, forma parte del ritual de ese adorno corporal. Pero, con todo y que estas prácticas son dolorosas, no me imagino siquiera los dolores que pudo provocar en esa época la práctica de incrustación dental o de modificación de la dentadura vía el desgaste. Igualmente el proceso de deformación craneana, muy difundido en todo América, y que se realizaba colocando tablillas en torno al cráneo para modificarlo cuando el bebé era muy pequeño y no cerraban todavía las fontanelas. Pienso que estos pueblos establecieron una relación muy diferente con el dolor y debe haber formado parte de su vida cotidiana. Pese a que con la conquista la gran mayoría de estas prácticas fueron eliminadas, muchas otras se han revitalizado en la actualidad. El reportaje de la Gaceta da cuenta de adornos dentales – de oro- entre grupos mayas de Chiapas o la utilización del tatuaje para recuperar identidad en numerosos grupos de América. Quizá entre los más conocidos están los guaraníes del Amazonas o los munduruku de Brasil. Y, ¿por qué negarlo? Nosotros que nos adornamos la piel con aguja y dolor, para significar y resignificar vidas, muertes, amores y desamores.