En el capitalismo, la producción de mercancías tiene como fundamento la existencia de una clase propietaria de los instrumentos de trabajo y una masa de trabajadores que venden al capitalista su única propiedad: fuerza de trabajo. De esta manera, en la sociedad burguesa coexisten dos clases sociales con intereses antagónicos y en pugna permanente: la burguesía y el proletariado. Por supuesto, no son las únicas clases sociales, pero sí son las fundamentales.
La burguesía comprende a los capitalistas propietarios de los instrumentos de trabajo y utilizan trabajo asalariado en el proceso de producción. El proletariado es la clase social integrada por quienes, privados de medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al capitalista para poder subsistir.
La burguesía para mantener este régimen, impone su dominación política, cultural e ideológica, que culmina naturalizando entre el conjunto de la sociedad, y especialmente a los proletarios, que las relaciones basadas en la explotación del trabajo son relaciones naturales, es decir, eternas e imposible de trasformar. Junto con esto, la burguesía promueve el individualismo (anteponer el yo al nosotros), el éxito personal a costa de quien sea y de lo que sea, de ahí que la corrupción, la mentira, la traición el fraude, el desprecio por la vida, el aplastamiento de las culturas de las distintas fracciones del proletariado y la mentira como recurso, sean actitudes que se aceptan como naturales, incluso disculpables, si con ellas se alcanza el éxito.
Los trabajadores, además de sufrir la explotación, se ven sometidos a un bombardeo mediático permanente para convencerlos de que su destino es simplemente trabajar y no intentar cambiar un mundo ordenado por fuerzas superiores y, por tanto, inamovible. Así, sometidos a un trabajo rutinario y alienante, los trabajadores, al final de la jornada laboral se ven despojados de los bienes que con su trabajo producen y los propios trabajadores llegan a considerar justa la apropiación de esos bienes producidos con su trabajo porque el capitalista “arriesga su dinero y da empleo.”
Con esto, la burguesía ha impuesto una cultura que ha perdido capacidad para resolver los problemas que el propio capitalismo ha creado. En este momento, en muchos países la descomposición social se generaliza al haberse convertido el neoliberalismo en campo propicio para colocar en ellos su inversión y sostener su expansión.
Por su parte, las clases medias se vuelven indiferentes y nihilistas; los trabajadores son desalentados mediante amenazas de todo tipo, al grado que llegan a votar contra ellos mismos eligiendo a candidatos propuestos por los partidos de sus enemigos de clase y que no los representan.
En el México neoliberal, el capitalismo mostró su peor cara de ahí que crezca la responsabilidad de los sectores democráticos para arreciar su lucha y desenmascarar los intereses de la derecha y su mundo burgués hundido en una crisis civilizatoria y de credibilidad.
La continuidad del proyecto de transformación, iniciado en 2018 con la victoria popular empeñada en abandonar el neoliberalismo, es esencial para fortalecer los cambios que se han iniciado que, queremos, sean sin retorno.