Los retablos novohispanos son como un edificio, como si se pudieran habitar, vivir en ellos. Tienen material orgánico como la madera, material inorgánico como el oro; son de gran tamaño, se escalan, se trepan. Los primeros retablos fueron pintados aprovechando las habilidades de los indígenas, es decir, se conjugó en ellos la tradición medieval de pintura al fresco con la destreza de los artistas originarios.
En ello, reparó la restauradora Andrea Cordero al participar en la serie radiofónica Profesionales de la restauración, conservamos la memoria de México, que tiene el propósito de difundir y reconocer la labor de los especialistas dedicados a la conservación del patrimonio cultural del país.
En la charla De Castilla a Puebla. Los primeros constructores de retablos en Nueva España, la restauradora perito del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Puebla conversó con Emmanuel Lara, restaurador de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía “Manuel Castillo Negrete”, la Encrym.
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De inicio, Cordero explicó que los retablos se comenzaron a realizar desde la llegada de Hernán Cortés a Veracruz pues mandaba a hacer altares sencillos que servían como escenarios de las celebraciones religiosas, mismos que se iban erigiendo en el camino.
Con la llegada de los frailes franciscanos, prosiguió, se construyeron los primeros templos y conventos que fueron adornados con colores vivos y representaciones de los santos, Jesús y María, que sirvieron para evangelizar.
La restauradora formada en la Encrym, con estudios de grado en Estética y Arte por la UAP y doctorante en el Colegio de Michoacán destacó que desde ahí los frailes usaron la mano de obra indígena, distinguiendo a tlacuilos que hicieron los primeros retablos con pintura mural.
“Hasta 1550, cuando se calmaron las aguas en la entonces Nueva España, se empezaron a fundar las grandes ciudades como Puebla, haciendo que llegaran artistas que harían los primeros retablos novohispanos con técnicas de Europa”, expuso Andrea Cordero.
Acotó que Puebla, al lado de ciudades como Oaxaca, fue una de estas regiones donde se empezaron a fundar los primeros conventos franciscanos, luego dominicos y agustinos, caracterizada por sus zonas fértiles, de gran población local, con comercio y agricultura, así como antiguos caminos mesoamericanos.
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En estas nuevas arquitecturas religiosas, prosiguió, los atrios de los conventos fueron espacios primordiales para la labor evangelizadora haciendo en ellos las capillas abiertas, amplias, para recibir a la población.
Así, los primeros retablos fueron pintados aprovechando las habilidades de los indígenas, conjugando en ellos la tradición medieval de pintura al fresco traída de Europa, definió la especialista interesada en la materialidad de los objetos.
Abundó que los retablos son una estructura que se hace primero de madera, en este caso de pino como ayacahuite y cedro. A la llegada de los españoles, incluso, se tiene cuenta de la primera deforestación pues para construir estas estructuras se derribaron hectáreas de árboles de hasta 30 metros de altura. Como ejemplo, es un retablo hallado en Tecali que tiene bloques completos de unos 20 metros de altura que son de una sola pieza.
Los retablos, continuó Andrea Cordero, son una estructura muy bien calculada por el maestro escultor, definido en un plano, erigida y luego policromada, siendo precisamente el color la “piel” que lo reviste. Iconográficamente, el retablo es como una montaña sagrada, por lo que su estructura fue recubierta de panes de oro, que son láminas muy finas de oro, a la par de que fue decorado con pintura sobre tabla, pintura sobre caballete o escultura.
En su elaboración participaban el maestro alarife, que hacía las veces de un arquitecto, luego el maestro escultor seguido del maestro pintor que policromaba la pieza. En total, podría haber hasta ocho especialistas participando en un solo retablo.