Miércoles, abril 24, 2024

Montero: los conventos femeninos novohispanos fueron organizaciones económicas complejas

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Con la invitación a pensar e imaginar a los conventos femeninos desde un contexto novohispano y no desde una visión contemporánea, la historiadora Alma Montero Alarcón señaló que en estos espacios había “más que monjitas que tomaban chocolate”, pues más bien eran organizaciones económicas complejas. 

Al participar en el ciclo de conferencias Santa Mónica en el tiempo que organizó el Museo de arte religioso ex convento de Santa Mónica, señaló que como ejemplo de su importancia económica es que, en época virreinal, las congregaciones eran poseedoras de entre el 30 y el 35 por ciento de los edificios de aquella época, lo que las hacía “un poco las banqueras” de su tiempo. 

“A la par tenían una importancia educativa, pues en sus espacios se educaban a mujeres y, por tanto, los conventos eran los espacios educativos más importantes”, expuso la coordinadora de Investigación en el Museo Nacional del Virreinato. 

En su conferencia Vida cotidiana en los conventos femeninos del México virreinal dijo que en los conventos se concentraron mujeres con intereses en las letras, en la música y en la literatura, siendo Sor Juana Inés de la Cruz ejemplo de ello.  

Por tanto, continuó, lo que sucedía impactaba no solo de los muros hacia adentro, sino hacia afuera, con las mujeres que llegaban y salían para casarse, pues “no solo aprendían puntadas o recetas de cocina, sino una forma de ser buena mujer”. 

La miembro del Sistema Nacional de Investigadores destacó además que hacia 1540, casi 20 años después de la toma de México Tenochtitlan, llegaron las primeras congregaciones a la Nueva España para fundar sus conventos. 

“Los conventos femeninos se desarrollan en una fundación moral y espiritual. Hay que entender estos espacios a partir de los resortes que había en la sociedad de aquel momento. Si tratamos de juzgarlo de una perspectiva contemporánea nos quedaremos lejos de su comprensión”, advirtió la merecedora del premio José Vasconcelos que otorga el Frente de Animación Hispanista. 

La especialista continuó que en una sociedad religiosa como la de la Nueva España fueron importantes estos espacios, pues en su mayoría surgieron como propuesta de la propia sociedad, ya que no fueron conventos fundados y apoyados por la Corona española, sino que se establecieron a partir del propio interés y recursos de la sociedad.  

Incluso, como ejemplo de la relación cercana entre sociedad y sus conventos, refirió que, en el siglo XIX tras la exclaustración, éstos no se extinguieron. 

Alma Montero explicó que, en términos generales, a las monjas y las congregaciones habría que entenderlas en dos grandes grupos: las de vida particular, que ingresaban a los conventos con criadas y esclavas, y las de vida común, que llevaban una vida asceta y austera. 

De las primeras, continuó, habría que imaginar que en algunos conventos se llegaron a congregar hasta 800 mujeres entre monjas, criadas y esclavas, mientras que en los otros -como los conventos de capuchinas y carmelitas- había un número reducido pues eran sólo las religiosas, que no contaban con ningún acompañamiento o servicio. 

De paso, la autora del libro Hacia el destierro, diario de viaje de un jesuita expulso de Tepotzotlán señaló que los conventos era una suerte de “colmenas” integradas por mujeres que vivían en una “red compleja”, pues en los conventos de vida particular “por cada monja que ingresaba, entraban otras cinco mujeres que iban a vivir con ella”. 

En ese sentido, lamentó que tras las Leyes de Reforma expedidas por el presidente Benito Juárez que llevaron a la separación de los bienes de la Iglesia, de los espacios conventuales solo queden los templos y se hayan perdido los espacios de vida común como celdas, patios, fuentes, huertas y demás lugares cotidianos. 

“En el siglo XIX en casi todos los conventos se terminaron los espacios de vida cotidiana, porque al decretarse su extinción con las Leyes de Reforma se destruyeron para que se construyeran otros edificios. 

“En el centro histórico de la Ciudad de México, por ejemplo, hay que pensar que los templos estaban rodeados por un terreno mayor que se ha perdido. Si se hubiera conservado el espacio de vivienda, no solo los templos, se tendría más patrimonio cultural de la humanidad porque eran espacios interesantes”. 

No obstante, Alma Montero consideró que de la vida conventual quedan además los monumentos, los objetos de uso cotidiano y el arte, mismos que se pueden unir como un rompecabezas para ver más y pensar en lo que sucedió en los complejos conventuales. 

Para concluir su charla celebró que en la exploración de la vida conventual femenina se estén abriendo nuevas líneas de investigación, por lo que es claro que “siempre hay retos” y nuevas investigaciones que avanzan.  

“Quizá en 100 años cuando alguien lea lo que realizamos hoy, dirá que no hemos visto ciertos aspectos. Esto es como un libro en el que apenas abrimos las primeras hojas. El tema de la vida conventual empezó hace poco… Nos falta mucho por investigar, pero hay nuevas miradas y nuevos enfoques”, concluyó la especialista en el estudio de las llamadas monjas coronadas. 

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