Siempre he disfrutado bastante los productos audiovisuales documentales. Cuando niño, en el canal Once, según recuerdo, tuve la oportunidad de seguir a Jacques Cousteau en sus aventuras marinas (en consecuencia, en algún momento quise ser biólogo marino); de igual manera vi documentales que hablaban de medicina, ingeniería, química, es decir, avances científicos en general. Y, recuerdo bien una serie de factura alemana, que explicaba las cosas más cotidianas, partiendo de explicaciones científicas, cercanas al público en general. Por ejemplo, me viene a la memoria uno en que un niño jugaba con una pelota. El documental decía: “Bobby lanza la pelota al aire. La pelota regresa a Bobby. ¿Por qué la pelota regresa a Bobby? El físico fulano de tal de la Universidad de (cualquier alemana, no recuerdo) nos explica la razón…” Y acto seguido, entrevistaban a un investigador que gustoso ofrecía una explicación. Estoy seguro que producto del consumo de estos documentales, me dedico yo a la docencia y a la investigación, especialmente en los temas de Historia de México, centrado en los pueblos mayas. He de decir que a lo largo de los años que llevo dedicado a ambas actividades, he trabajado con numerosos materiales desarrollados para difundir el conocimiento y he privilegiado, como exigían los diferentes grados que he estudiado (licenciatura, maestría, doctorado) los textos académicos, debidamente sancionados por entidades académicas como universidades e institutos de investigación y producidos por investigadoras e investigadores de renombre. Es decir, sólo aquellos materiales que, por haber sido aceptados por toda la estructura académica y editorial, tienen una relevancia importante. Por supuesto, también he producido artículos y ponencias por las exigencias académicas de los lugares en los que me desempeño y para obtener los apoyos diversos que se requieren para continuar con el trabajo (y para comer, dicho sea de paso). Por supuesto, los materiales que no cuentan con ese “rigor” y que no han sido sancionado por esas instancias no debían ser considerados y si lo eran, que de ninguna manera fueran el grueso del corpus estudiado. Lo mismo pasa con las voces y saberes de la gente del común, con independencia de que se trate de un campesino, un maya de Calkiní, un ama de casa o un lanchero veracruzano. Sus voces y saberes estarán supeditados a la investigación misma, ya sea porque son entrevistados como sujetos (que más bien objetos) de estudio o son parte de un trabajo etnográfico. Sin embargo, sus saberes, como no son “científicos” no suelen ser citados en una publicación científica de renombre. Como dice Elena Castañeda en su artículo “Pensar teórico y pueblos originarios. Aproximaciones reflexivas en torno a la episteme Ayuujk” publicado por la revista Noria (2022) al hablar de la reconsideración del pensamiento y conocimiento de los pueblos originarios no como “cosmovisiones” – con un sentido de folclore- sino como epistemologías -entendido en los términos de un saber científico. “Por lo tanto, es necesario problematizar la relación de poder que se reproduce cuando unade estas concepciones del mundo –la científica o filosófica- se atribuye no sólo su superioridad por encima de cualquier otras, sino cuando se confiere a sí misma, la capacidad de incorporar a los otros de acuerdo a los valores que ella misma establece”. Ello nos lleva a preguntarnos ¿cuál conocimiento es el que vale la pena y de quién?
En el artículo, Castañeda enfatiza la necesidad de poner atención al pensamiento de estos pueblos, no como entes a estudiar en un laboratorio, sino como seres humanos cuyo pensamiento y obra se encuentran a la par de cualquier otro pensamiento y obra, de cualquier latitud. De ello me ocuparé en otro espacio porque considero que su propuesta es no sólo pertinente sino necesaria. En este punto, aprovecho la cita que vemos en la parte de arriba para hablar de la divulgación del conocimiento, tema central en esta entrega, pues, al igual que el otro saber, este suele ser considerado como inferior. En la introducción del libro “El Patrimonio Cultural y las Tecnologías Digitales. Experiencias recientes desde México” (2016), editado por Manuel Gándara y Diego Jiménez-Badillo para la Red Temática Tecnologías Digitales para la Difusión del Patrimonio Cultural, Gándara afirma que existen dos tipos de comunicación científica. La primera, que él denomina “comunicación 1” es la que se da a través de espacios académicos, como congresos y en publicaciones académicas. En esos espacios, uno presenta avances o resultados de investigación a pares académicos, con las reglas, establecidas o tácitas, para recibir sugerencias y establecer conversaciones que lleven a las partes a crecer académicamente con lo que, supuestamente, se incrementa el conocimiento científico. Desafortunadamente, muchos de estos espacios se han convertido en lugares de alcurnia donde las “aristocracias” académicas aleccionan y dirigen a los “plebeyos” académicos que “aspiran” a ser como ellas. Pasa en congresos que académicos abiertamente se ríen de estudiantes por no manejar el texto más reciente o la traducción más apropiada; tales personas no construyen, ellos aleccionan, corrigen y, en el peor de los casos, destruyen; pasa en revistas en que los dictaminadores condicionan -o no aceptan de plano- textos que no alcanzan sus estándares; al final, también aleccionan a los rechazados en “sesudos” dictámenes. Claro, existen, con mucha fortuna, numerosos investigadoras e investigadores, que buscan edificar, compartir y dialogar. He de decir que me he topado con muchos de ellos a lo largo de mi vida y he crecido a su sombra. Cosa curiosa: ellas y ellos consideran que la divulgación y la docencia son primordiales.
En el segundo tipo, el que Gándara denomina “comunicación 2”, está aquella dirigida al gran público, aquel que se encuentra interesado en un tema y quiere divertirse y aprender. “Estos diferentes tipos de comunicación y de públicos – afirma Gándara- han recibido diferentes nombres a lo largo del tiempo y en diferentes partes del mundo. La comunicación tipo 1 ha sido llamada difusión, comunicación científica, diseminación del conocimiento científico o, en términos más generales, comunicación académica. A la de tipo 2 se le conoce como divulgación, comunicación pública de la ciencia, popularización de la ciencia y antaño como vulgarización científica (a veces peyorativamente, con la implicación de que algo se pierde al emplearla). Sebugal (1995) fue quien propuso llamar al primer tipo difusión y al segundo divulgación”. El segundo es del que hablo en este espacio, la divulgación, esa que “vulgariza” la ciencia y la pone al alcance de todos. El problema estriba en qué estamos entendiendo por el otro, en este sentido, el que no es académico. ¿Cómo lo concebimos? ¿Quién es para nosotros? En numerosas ocasiones he escuchado a colegas que se refieren a la labor de divulgación de manera despectiva, como algo que no merece la pena realizar. Lo consideran fácil, bajo, inútil, algo que no se encuentra a su “nivel”. Para los que hemos llevado una existencia vinculada a la ciencia y a la divulgación, es como vivir una doble vida, como estar entre la fascinación que produce el conocimiento y su consecución (que todavía hoy conservo como cuando era niño) y la necesidad de contarle a todos lo que acabamos de saber, de descubrir. Claro, existe esa idea de compartir con colegas y descubrir entre todos nuevas perspectivas, como puede pasar en congresos. Pero el transmitir esos conocimientos a públicos no especializados o a algunos que buscan especializarse, como los estudiantes, conlleva un espíritu fundamental. ¿De qué sirve todo el conocimiento que se genera si se pierde en revistas científicas o libros que leen unos cuantos, o en congresos a los que asisten un número reducido de personas? Y lo mismo, ¿cómo logramos que nuestros estudiantes, de cualquier nivel, incluso posgrado, conozcan y comulguen con esa construcción de conocimiento? Y lo más importante, ¿cómo romper el círculo vicioso en el que entrarán desde la academia, el mismo que vengo denunciando aquí?
Considero que una manera interesante de hacerlo, es a través de la divulgación y de la enorme cantidad de herramientas que tenemos a nuestra disposición para hacerlo. En este espacio hablaré de dos productos que me han parecido geniales. Uno de sellos, es el videojuego llamado “Yaopan, una historia de la conquista” que como dice la Gaceta de la UNAM está “basado en el documento conocido como Lienzo de Tlaxcala, cuya producción y lanzamiento son parte del Programa México 500 con el que la Universidad Nacional conmemora los 500 años del periodo histórico conocido como la Conquista. (…) El juego surge de una colaboración entre el Seminario del Lienzo de Tlaxcala del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), Noticonquista, la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM (Cultura UNAM), la Universidad Autónoma de Tlaxcala y el Centro Cultural de España en México, y fue desarrollado por la compañía mexicana Bromio” (participó en su elaboración el investigador Antonio Jaramillo entre muchos otros). Claro está, no se trata de Mario, Zelda o cualquier otro video juego de aventuras, sino que a través de sus gráficos, lo que se busca es recrear la aventura de los tlaxcaltecas en el periodo de la Conquista. ¿Es un buen recurso? ¡Por supuesto! El video juego puede ser descargado aquí. Por otro lado, está la colección de novelas gráficas “Historia Mínima de México”, elaborada por El Colegio de México en conjunto con la Cámara de Diputados. Yo recomiendo particularmente la dedicada al “México Antiguo” (2012) que es una adaptación de Francisco de la Mora y Rodrigo Santos a una historia escrita por Pablo Escalante Gozalbo e ilustrada por José Luis Pescador. La novela narra el diálogo entre un abuelo y su nieto desde el que se va desgranando poco a poco la historia de los pueblos mesoamericanos de forma amena, interesante y bien informada. Quizá algunos de los académicos pertenecientes a la Comunicación 1 argumentarán qué hay datos algo anticuados; puede ser, pero para informar e interesar en esos temas al público en general, pienso que es estupendo. Y claro, si logra que más jóvenes se integren al estudio de estas culturas, es un recurso muy valioso. La divulgación es una actividad sumamente necesaria, especialmente en el mundo en que nos encontramos que busca mantener a las personas en una niebla constante producto de las redes sociales, los chismes y la banalidad total. Toca a nosotros, dedicados a la producción y reproducción del conocimiento científico, adentrarnos al fascinante mundo de esa Comunicación 2… entrémosle, no se les va a caer el lustre al hacerlo.