Inició el cómputo de la elección celebrada el pasado domingo y al mismo tiempo, han surgido protestas de todo calibre en diversos puntos del estado. Sitios donde hasta el uso de armas de fuego ha aparecido y en otros donde la protesta de los electores por la turbiedad del proceso ha puesto en jaque a las autoridades electorales y civiles.
Sin embargo, las movilizaciones y expresiones de inconformidad deben ser comprendidas en su justa dimensión, pues no obedecen a los intereses personales o caprichos de grupo que suelen impulsar las reyertas de políticos profesionales, sino a un genuino enojo de parte de la sociedad por un sistema electoral que está plagado de trampas, simulaciones e ilegalidades.
Es así que desde las instituciones y el mundo del poder se promueve a los comicios como la mejor vía para designar autoridades y contribuir al cambio, pero en los hechos la gente va descubriendo que se le invita a participar de un andamiaje falso, en el que su voluntad no sólo no es respetada, sino que se le usurpa.
Por eso los grupos de poder deben poner suma atención en lo que está sucediendo, porque cada vez son más frecuentes las explosiones espontáneas de ira de parte de ciudadanos que con toda razón se sienten defraudados, usados y que no encuentran otro cauce que la movilización y a veces la violencia para hacerse escuchar.
No debe soslayarse, pues, lo que sucede en los conflictos poselectorales de Puebla, ya que se trata de una advertencia de parte de la sociedad que debe ser atendida cuanto antes.