![En términos religiosos, se considera que todos los seres humanos tenemos una afición y tendencia natural a portarnos mal como resultado del pecado original, que no es otra cosa más que la desobediencia de Eva y Adán por comer el fruto prohibido](https://www.lajornadadeoriente.com.mx/wp-content/uploads/2013/08/pue-112.jpg)
Un amigo (que seguramente se encuentra leyendo estas infames letras) me preguntó por el significado de la palabra concupiscente, y aunque le dije lo que pensaba, tuve qué aceptar mi ignorancia y de inmediato recurrí al Diccionario de la Real Academia Española (RAE) donde encontré que es una palabra derivada del latín concupiscentĭa, que en la moral católica implica el deseo de adquirir desmesuradamente bienes terrenales y en especial, un apetito desordenado por experimentar placeres deshonestos. Sin embargo, en términos religiosos, se considera que todos los seres humanos tenemos una afición y tendencia natural a portarnos mal como resultado del pecado original, que no es otra cosa más que la desobediencia de Eva y Adán por comer el fruto prohibido que crecía en un árbol del paraíso terrenal. Pero aunque universalmente se ha representado este fruto como una manzana, sin serlo, me surgen una serie de inquietudes que desencadenan muchos tipos de respuestas biológicas que van desde la risa hasta la preocupación. .
Hablar de pecado es referirse a algo extremadamente complicado, pues si lo entendemos como un desacato o transgresión a una conducta que se considera buena, un pecador es todo aquel que viola un mandato o una regla. Obviamente todos somos pecadores más que en potencia, definitivamente en acción; pero una cosa es obrar mal conscientemente y otra, incurrir en una falta sin darnos cuenta. En este punto vale la pena analizar la palabra anosognosia, que en medicina se refiere a aquel individuo que padeciendo una enfermedad, a pesar de que todos pueden ver que tiene algo, niega el ser víctima de una patología.
A diferencia de la concupiscencia que es latina, la anosognosia proviene del griego “a” que es privativo, nosos que significa enfermedad y gnosis, padecimiento. Si pensamos en la enfermedad tomando como base la definición de la Organización Mundial de la Salud en la que desde 1946 se propone como el: “estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad” habría necesidad de preguntarnos a nosotros mismos por el número de individuos que poblamos el mundo y cuántos somos realmente felices. Pienso en las libertades. El adjetivo licencioso se adjudica a aquella persona que abusando de la libertad, es atrevida y corrupta. Proviene del latín licentiōsus que imagino traducir como a aquel individuo que es poseedor de una “licencia para todo”.
Culmino estas reflexiones con una muestra particular. Vicente Fox es el claro ejemplo de un político que, en concupiscencia religiosa, se vinculó en una relación moralmente prohibida por la iglesia. En una anosognosia que todo mundo puede observar, afectado mentalmente por una patología demencial que solamente él no percibe, hace declaraciones licenciosas que un inicio pudieron ser graciosas en su contexto, pero que ahora son preocupantes pues reflejan con una puntualidad estricta, hasta qué grado un individuo puede llegar a escalar peldaños sociales o políticos, independientemente de su estado de salud. Entonces debemos preguntarnos cuántos tipos que ostentan cargos públicos, se encuentran en esta abracadabrante situación, pues si bien existen palabras que los describen, estoy seguro de que nunca se someterían a una serie de exámenes psicológicos y médicos que los ubiquen en su puntual situación. Por lo pronto, hablando de pecados, enfermedades y licencias, termino sin la vergüenza de haber cometido un pecado original, aceptando mi patología mental (que no es de un desequilibrado como Fox) y cuidando la única licencia que suelo cargar y que me permite conducir, ocasionalmente en automóvil, a través de esta hermosa ciudad.