“Paciencia” es un nombre femenino que significa capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse; capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas o facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho; proviene del latín, patientia, que significa sufrimiento y se define como: la capacidad de aceptar o tolerar el retraso, los problemas o el sufrimiento sin enojarse o molestarse.
Los que han conseguido avanzar en la paciencia saben que para que muchos problemas se resuelvan solamente es necesario esperar un poco, a veces unos días, una temporada, pero algunas ocasiones basta saber esperar unos segundos, sólo unos segundos para que las cosas tomen su cauce, y como decía un buen amigo, evocando un dicho popular, con el andar de la carreta las calabazas se acomodan, refiriéndose a ese saber permitir que los acontecimientos fluyan, respetando la naturaleza de las cosas sin querer intervenir con nerviosismo para ajustar o corregir la realidad a nuestro antojo y velocidad.
Ya la epopeya canta las virtudes del divino paciente, el hombre que soporta con coraje los sufrimientos y adversidades que le imponen los dioses (Ulises, Hércules…). Esta paciencia heroica es un tipo de resignación que tiene en gran medida un fundamento fatalista (“sopórtalo pacientemente y deja ya tus constantes lamentos, pues nada conseguirás con tu aflicción…”).
En el sistema aristotélico de las virtudes, la paciencia se considera una parte de la fortaleza. El fuerte es quien posee la capacidad de mantenerse firme en los infortunios, no tanto por el miedo a la infamia o por la esperanza de una recompensa placentera, sino por amor del bien. Del cobarde, contrariamente, se dice que todo lo rehúye y teme, y que no soporta nada. También la doctrina estoica sobre la virtud subordina la paciencia a la fortaleza. El sabio debe ejercitar su voluntad soportando los males de la vida, llegando a ser de este modo un hombre con fortaleza de ánimo.
En el Corán, Allah les ha garantizado a quienes tienen paciencia que les dará recompensas sin medida. Les dice que está con ellos guiándolos y apoyándolos y otorgándoles una victoria clara. Dice Allah: “Ten paciencia con el juicio de tu Señor y no seas como el del pez* cuando suplicó mientras estaba en la más completa indefensión”. Ten paciencia con lo que dicen y aléjate de ellos con delicadeza”.
Según la Cábala, la verdadera paciencia permite percibir que Dios está siempre presente en nuestra realidad, influenciando a través de Su deseo y providencia, sobre los resultados de nuestros objetivos en la vida. Este estado balanceado inspirado por dicha percepción es llamado por el Baal Shem Tov de ‘agilidad con dedicación’.
Según la Biblia, “La paciencia se origina en Dios”: Romanos 15:4-6: “La paciencia es parte del fruto del Espíritu”: Gálatas 5:22; “La paciencia es un producto del autocontrol y es parte de la piedad: 2 Pedro 1:6; “La paciencia nos ayuda a crecer durante las pruebas: Romanos 5:4, Romanos 12:12; Romanos 15:4; Santiago 1:3-4: “La paciencia es agradable a Dios”: Eclesiastés 7:8; 2 Corintios 6:4; Santiago 5:10; Apocalipsis 2:2-3.
La siguiente parábola budista nos muestra el poder de la paciencia: “Matajuro Yagyu era hijo de un excelente espadachín, pero su padre lo desheredó pues creía que no tenía la destreza suficiente. Avergonzado, Matajuro se dirigió al monte Futara, donde vivía un famoso espadachín llamado Banzo.
“Sin embargo, Banzo lo rechazó confirmando el juicio de su padre:
—¿Deseas aprender conmigo el arte de la espada? No cumples con los requisitos necesarios.
Pero Matajuro no se dio por vencido:
—Si me esfuerzo y trabajo duro, ¿cuántos años tardaré en convertirme en un maestro?
—El resto de tu vida —le respondió Banzo—.
—No puedo esperar tanto, pero estoy dispuesto a soportar cualquier dificultad si aceptas enseñarme. Si me convierto en tu sirviente, ¿cuánto me tomará aprender el arte de la espada?
—Oh, tal vez 10 años —le dijo el maestro—.
—Mi padre está envejeciendo y pronto tendré que hacerme cargo de él. Si me esfuerzo mucho más, ¿cuánto tardaré? —porfió Matajuro—.
—Tal vez 30 años — respondió sonriente Banzo—.
—¿Cómo es posible? —preguntó Matajuro— Primero dices 10 y ahora 30 años. ¡Soportaré las pruebas más duras para convertirme en maestro en el menor tiempo posible!
—Bueno —le replicó Banzo— en ese caso tendrás que quedarte conmigo durante 70 años. Cuando un hombre tiene tanta prisa como tú, tarda en obtener buenos resultados.
—Muy bien, acepto —dijo el joven comprendiendo que el maestro le estaba reprochando su impaciencia—.
“El maestro ordenó a Matajuro no hablar sobre la esgrima y mantenerse alejado de la espada. Mientras tanto, cocinaba para su maestro, lavaba la loza y cuidaba el patio. Pasaron tres años y Matajuro seguía haciendo las labores domésticas, pero cuando pensaba en su futuro se entristecía pues ni siquiera había empezado a aprender el arte de la espada.
“Un día, Banzo se acercó sigilosamente por detrás y le propinó un golpe con una espadade madera. Al siguiente día, mientras Matajuro preparaba el arroz, Banzo le salió al paso espada en mano. A partir de ese momento, Matajuro tuvo que defenderse de las inesperadas embestidas. Aprendió con extraordinaria rapidez, hasta que un día, antes de que se cumplieran los diez años de su llegada, el maestro le dijo que no tenía nada más que enseñarle.”
Hoy en día, el uso de la palabra paciencia revela cómo se encuentra la sociedad en su conjunto cuando se trata de paciencia, cuyo término está en su punto más bajo que en cualquier otro momento en los últimos 500 años de historia registrada.
En el Antiguo Testamento, el término paciencia adquiere casi el mismo significado que el de la palabra esperanza. Con esto me quedo: Mientras tener paciencia no adquiera casi el mismo significado que el de tener esperanza, no tendremos paciencia, ni tendremos esperanza.