Una de las frases que más he escuchado en documentales televisivos de diferentes cadenas cuando exponen la historia de tal o cual cultura que habitó nuestro continente antes de la llegada de los europeos, en especial cuando muestran obras públicas, esculturas de gran tamaño o geoglifos impresionantes es “¿cómo le hicieron?” Por más que la expresión nos haga ver la posiblemente legítima sorpresa o el asombro de los conductores y realizadores de los documentales ante los logros de tales culturas, invariablemente nos lleva a pensar que quien lo dice, observa desde un pedestal civilizado a esas culturas de la antigüedad que se encuentran en un “estadio evolutivo inferior”. De ahí a los “Alienígenas Ancestrales” hay un paso. ¿Parece exagerada mi interpretación? Puede ser, si es que compartimos ese punto de vista o si ni siquiera nos hemos cuestionado la verticalidad que tienen semejantes cuestionamientos. Pero ilustraré con diversos ejemplos. Busque quien lea esto videos de la National Geographic, del History, de Televisión Española y hasta de la BBC donde se hable de las culturas antiguas americanas y verán que la pregunta aparece de cuando en cuando. Sin embargo, si buscamos videos que expongan obras en países europeos de los mismos periodos (quizá del año uno al 1500), veremos que nunca se lo cuestionan. Es decir, nadie se está preguntando ¿Cómo le hicieron? cuando se habla del Coliseo Romano, de la Acrópolis de Atenas, de la Catedral de Burgos, de la Universidad de la Sorbona o de la Torre de Londres y mucho menos se especulará si esos arquitectos, ingenieros y albañiles europeos tuvieron ayuda de los extraterrestres. Acaso se argumentará que existen documentos, planos y cuanta cosa que sustente las construcciones y que eso nos libera del misterio, pero en realidad de lo que se trata es de que se tiene la certeza de que los europeos, por ser europeos, indudablemente tuvieron las herramientas y cacumen suficiente para desarrollar semejantes obras. Las culturas mesoamericanas, andinas, centroamericanas y demás, no, por el simple hecho de no ser europeas. Como lo expone Nick Shepherd en su artículo “Arqueología, colonialidad, modernidad” publicado en el libro “Arqueología Decolonial” (2015) al hablar sobre la concepción del tiempo espacio traída como parte del proceso de colonización. “En un lado está el yo occidental, comprendido como un ser que existe en el tiempo, en la historia, en un mundo concebido como un lugar cosmopolita. En el otro lado está su ‘otra/o’ local, concebida/o como un yo racial o étnico que mora fuera del tiempo y la historia en el mundo encerrado de la ‘tradición’, opuesto a la modernidad. Cada uno habita el tiempo de manera diferente. De hecho, ambos están firmemente establecidos en el espacio-tiempo modernos; lo que los divide es la diferencia colonial. No se trata de un yo occidental moderno y de su ‘otro’ tradicional, como es comúnmente comprendido en las narrativas eurocéntricas sobre la modernidad, sino, más bien, de distintos aspectos del yo moderno. Estos son el yo occidental y sus alotropías (el amo, el colono, el conquistador, el misionero, el soldado, el administrador, el hombre de ciencia) y los seres que la modernidad colonial produce en su habitación local al otro lado de la diferencia colonial (el nativo, el indígena, el esclavo, el indio, el bosquimano, el negro, el ‘muchacho’, el informante)”. En una lógica como esta, el yo racial o étnico, responsable de tales obras, está condenado al primitivismo más terrible en todo lo que emprende. No importan tanto en realidad los procedimientos y los logros, como el hecho de que “ellos” lo hayan logrado.
Por supuesto, lo que se requiere es un cambio de óptica y perspectiva para observar estos fenómenos. Para ello, quizá una respuesta nos la pueda brindar la arqueología experimental, que fuera de confirmar la imposibilidad de la hechura de la obra, pretende comprender la manera en que fue realizada por sociedades inteligentes, capaces de resolver los problemas que ellos mismos se impusieron sin la ayuda de entidades externas como, digamos, los extraterrestres. Ejemplos hay varios. Trabajos como el realizado por el arqueólogo experimental Carl Lipo reportado en una nota en el portal de la BBC que nos ofrece propuestas que expliquen cómo fue, más que quedarse pasmado por el asombro: “Cómo hicieron los antiguos rapanui para trasladar los 887 moai que están diseminadas por todo la Isla de Pascua”. Para quien no lo sepa, la Isla de Pascua es famosa por las enormes esculturas de personajes diversos que tiene ubicadas en diferentes zonas de la isla. La reportera, Sarah Brown nos dice “Al mirar las cabezas excesivamente grandes y los torsos sin piernas, me resultaba difícil imaginar cómo estas figuras monolíticas gigantes, que pesan hasta 88 toneladas y se construyeron hace al menos 900 años, podrían haber llegado hasta ahí. Pero no era la única haciéndome esa pregunta: los investigadores han estado desconcertados durante mucho tiempo sobre cómo estos pesados moai fueron transportados manualmente a través de la isla. Se han propuesto varias teorías, incluido el uso de troncos para hacer rodar las estatuas e incluso la creencia descabellada de la ayuda extraterrestre”. Cuando leía la nota, recordé haber visto un video que se publicó hace unos años donde vemos a un grupo de arqueólogos, colegas y asistentes haciendo caminar a una de estas enormes estatuas de piedra. Si esto es así, lo que sorprende no es la enorme genialidad de estos pueblos que lograron resolver una empresa tan compleja de manera tan simple; lo que sorprende es que generaciones de investigadores, aficionados y hasta fanáticos del fenómeno ovni no hayan siquiera imaginado la posibilidad de que los habitantes de la isla hubieran podido resolver las cosas a su manera. Volveré a este caso más adelante.
También es de destacar el trabajo de Alexei Vranich, arqueólogo norteamericano que, después de convivir con poblaciones del lago Titicaca en la región de Perú y Bolivia, logró comprender cómo es que los antiguos pobladores de Tiahuanaco (1500 aC- 1200 dC, aproximadamente) pudieron llevar enormes rocas a ese sitio desde la cantera a 40 kilómetros del lugar: mediante la elaboración de balsas con la caña denominada totora, que es sumamente resistente y todavía es ocupada en la actualidad por las comunidades que viven y se benefician del lago. Entrevistado por el arqueólogo británico Jago Cooper para la serie documental “Los Reinos perdidos de Sudamérica” (2013), elaborada y transmitida por la BBC, Vranich afirma que, sabemos “que los pueblos andinos eran muy prácticos, conocían su entorno y sabían usar los recursos naturales. Y hay una larga tradición de construcción de estas embarcaciones. Son pequeñas, pero hemos leído e incluso hemos visto dibujos de algunas más grandes. (…) las piedras las movían a nivel industrial, pero usando una tecnología muy casera”. Tal como se reporta en el documental, Vranich elaboró junto con una de las comunidades, una balsa de 15 metros de largo y logró transportar una roca de 9 toneladas a 80 kilómetros de la cantera. Por supuesto, detrás de su trabajo hay dos aspectos fundamentales. El primero, que Vranich no sólo quiso teorizar sobre el asunto, sino que buscó explicarlo de manera práctica. El segundo, que lo hizo valiéndose de los conocimientos actuales de las comunidades, es decir, se salió por completo del espacio de confort en que se encuentran muchos arqueólogos que es en la exploración del pasado, ignorando totalmente el presente. Volviendo al caso de la isla de Pascua, Brown nos dice que este “fue el primer estudio que ‘caminó’ con éxito una réplica de cinco toneladas, y la teoría que propuso de estatuas caminantes ‘combina la historia oral y la ciencia’, según Ellen Caldwell, profesora de Historia del Arte en Mt.San Antonio College en California, quien tiene experiencia en arte oceánico antiguo. (…) Ella señala que las estatuas caminantes son parte de las tradiciones orales rapanui, y que existe una palabra –‘neke neke’ en el idioma rapanui- que se traduce como ‘caminar sin piernas’. (…) Es esta expresión y son esas historias orales las que los ancianos y descendientes rapanui recuerdan al responder cómo los moai fueron trasladados a través de grandes distancias sin ninguna maquinaria”. Como se ve, básicamente lo primero que tuvo que hacer Lipo -y quizá lo principal- fue escuchar las historias de la población para poder resolver el “enigma insondable” de las esculturas de la famosa isla chilena. Es necesario, como lo he dicho en numerosas ocasiones anteriores -y lo seguiré haciendo- que nos salgamos de los apretados bordes de nuestras disciplinas académicas, y que avancemos hacia la comprensión multidisciplinar de los fenómenos; también que los abarquemos en su totalidad, entendiendo tanto su pasado como su presente. También es pertinente comprender la forma en que las comunidades se relacionan entre sí para darnos cuenta de que, detrás de obras monumentales tan impresionantes, existieron complejos sistemas sociales que van mucho más allá de las relaciones comerciales, laborales, políticas, religiosas y de mercado que son el tejido de nuestras sociedades occidentales. Quizá por lo mismo es que cuesta a muchos concebir la posibilidad de que, a su manera y con sus recursos, estos ingeniosos e inteligentes habitantes pudieran resolver problemas tan complejos, lo que invariablemente los lleva a preguntarse “¿cómo le hicieron?”