Tiran al amarillo con tisis,
a la reumática sirvienta negra,
al cobrizo que ara el erial,
al arcoíris de jóvenes que se aman,
al andariego rojo
que saltó su muro,
y a la palidez más pobre
que fallece sin un jornal.
No le tiran al blanco banquero,
ni a Blanca Nieves
desde que se casó con el príncipe,
tampoco es su blanco el gobernante pardo,
mientras les sirva.
A la mayoría en pobreza le tiran
si alza la voz,
si levanta la cabeza,
si su mano teje un nudo
con los dedos de los dispersos
y se decide a sostener la rienda
del corcel de la vida justa,
y lo cabalga como Zapata.
Porque entonces ya no atinan:
en vano apuntan
a la veloz jinete
que galopa
en la cresta de los sueños,
esa niña marrón de nuestros ojos,
la que cuando bien mirando, piensa.