Jueves, noviembre 13, 2025

Huelga de Hambre del Comité Eureka

Hace 47 años, 84 mujeres y 4 hombres decidieron colocarse en un lugar céntrico de la Ciudad de México para realizar una huelga de hambre, donde todo el mundo pudiera verlas, donde el Presidente de la República no pudiera evitar enterarse de su exigencia: libertad para los desaparecidos políticos.

Fue así como el 28 de agosto de 1978, a las 11 de la mañana, las mujeres vestidas de negro y con las fotografías de sus hijos, esposos o hermanos prendidas en el pecho se congregaron en el Altar del Perdón de la Catedral Metropolitana, formaron un círculo y desplegaron mantas con leyendas como “Los encontraremos”, “Amnistía General”, “Presos Políticos Libertad”, entre muchas otras.

La gran mayoría de esas valientes mujeres y hombres han fallecido, sin abandonar nunca el empeño por encontrar a los suyos. Después de tantos años, y para vergüenza de este Gobierno y de este país, la verdad acerca del paradero de los desaparecidos políticos sigue vedada a sus familias y a la sociedad.

Las dependencias de gobierno que por ley están obligadas a llevar a cabo una investigación fehaciente y expedita han incumplido con el encargo. En el gobierno pasado se creó por decreto la Comisión de la Verdad, un ente que, según el Comité, resultó inútil y sirvió únicamente a intereses personales.

Rosario Ibarra, histórica luchadora por los derechos humanos, depositó en manos del Presidente la medalla Belisario Domínguez, creyendo que él la devolvería con las condiciones que ella pedía: saber la verdad. Pero no fue así.

Desde el Comité ¡Eureka!, se han enviado solicitudes de audiencia a la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, tanto durante su campaña como ya en funciones como Presidenta, sin recibir respuesta.

Como Rosario sentenció en su discurso: “Los desaparecidos políticos no son parte de una historia pasada”. La herida sigue abierta. Como dijo la querida Elena, “es un espanto que no acaba” y “que no mata ni deja vivir”.

El abuso de poder, la represión, el saqueo y la corrupción de los gobiernos priistas y panistas devastaron al país. Y tras más de cuatro décadas, el Comité denuncia incomprensión e indolencia también del gobierno actual.

Que el gobierno haya incluido a Rosario Ibarra en las efemérides patrias o la historia de la Ciudad de México no basta. La pregunta eterna sigue sin respuesta: ¿Dónde están los Desaparecidos Políticos?

Con la total convicción de la justeza de su lucha, el Comité ¡Eureka! se ha instalado en huelga de hambre en el Zócalo, solicitando a la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo que los reciba en audiencia.

¡Vivos los llevaron! ¡Vivos los queremos!

También puedes leer: “Detrás del enemigo en todas partes”.

¿Desaparecer… así nomás? Parte 39

El periodismo… ¿desaparece?

Yiria Escamilla

A la resistencia en Gaza.

Entre las veinte personas asesinadas por Israel en un doble ataque aéreo contra el hospital Nasser en Gaza incluye a cinco periodistas que trabajaban para medios internacionales. La escena del segundo ataque es impactante: personal de emergencia haciendo labores de rescate en una escalera (en medio de ruinas del cuarto piso del hospital), mientras un grupo de periodistas registraban los hechos y acompañaban el cadáver del camarógrafo Hussam al Masri, de Reuters. Todo explota, todo es humo y caos. Todo transmitido en vivo.

Los periodistas eran locales (los extranjeros ya fueron asesinados o expulsados): Mariam Dagga (agencia AP), Mohammad Salama (Al Jazeera), Ahmed Abu Aziz (Middle East Eye); y Moaz Abu Taha, fotógrafo independiente. Otro periodista más, Hassan Douhan, fue asesinado por bala por el ejército israelí ese mismo día.

El Secretario General de la ONU (¡!), António Guterres, condenó enérgicamente el ataque: “Estos últimos y terribles asesinatos ponen de relieve los riesgos extremos que enfrentan el personal médico y los periodistas al realizar su labor vital en medio de este brutal conflicto”. Mientras tanto en México, lo único que priva es el silencio cómplice.

No es casualidad el feroz ataque a los medios de comunicación: el capitalismo, a través de sus gobiernos, hace lo indecible por desaparecer las voces críticas y lúcidas. Y puede ser en pleno exterminio (como en Gaza) o en baja intensidad como en nuestro país. Los 280 periodistas asesinados en Gaza desde el 2023, no difieren mucho de los 174 que desde el 2000 (Fuente: Artículo 19), también han sido liquidados en México, 18 más han sido desaparecidos (Fuente: Reporteros sin Fronteras). El objetivo es el mismo: silenciarnos… desaparecernos.

La profesión y los medios ante la violencia directa

Es bien sabido que la precariedad económica en el medio se evidencia en el tipo de contrataciones que manejan los pocos medios y agencias que sobreviven, mayoritariamente por honorarios, free lance, pago por nota, corresponsalías de hambre, falta de estabilidad laboral, o con un segundo trabajo base, etc., etc. Además de las redes sociales y los “creadores de contenido” que sin formación acaparan la atención con una tergiversación de la noticia. Y la recién llegada inteligencia artificial y el chatgpt. Los medios independientes también tienen lo suyo: falta de profesionalización, carencia de salarios, presión para acomodarnos a su línea editorial, falta de créditos por un supuesto bien colectivo, misoginia, anteponer la ideología antes que la imparcialidad, la descalificación a otros medios y periodistas que no piensan igual, etc., etc. Lo mismo que en los medios masivos, pero más barato.

A las mujeres periodistas nos va peor: sexualización, cosificación, descrédito, menosprecio, ridiculización, bloqueo informativo, estigmatización, acoso sexual, etc., en todos los medios. Muchas de esas agresiones son alentadas desde el Estado, “Las siguientes 48 horas (de la descalificación) son de una vileza inenarrable en las redes sociales, de ataques, de agresiones, de amenazas de muerte, de respuestas en las cuales se meten en tu vida personal, con tu familia, con tus supuestas preferencias sexuales, con tu físico (edad), te ponen apodos”, la periodista Denise Dresser. Así empieza todo, y va incrementando… De los 174 periodistas asesinados, 12 son mujeres.

De acuerdo a Reporteros sin fronteras, tan solo desde enero de este año, han sido asesinados 7 periodistas. Los ataques violentos (como la golpiza a Jorge Heras), la judicialización de las demandas por difamación, las malas praxis de acusaciones de violencia de género (caso Héctor de Mauleón), las leyes de censura en Campeche (caso Jorge Luis González y el medio Tribuna) y en Puebla (caso Ley del Ciberasedio), apuntan al objetivo de un ataque aéreo político: desaparecer.

Colofón

El periodismo va enfrentando cambios en la forma en que se circula, que se lee, que se fortalece, ante las amenazas tanto digitales como políticas, del cómo se integran, se abren, se amplían y se diversifican, depende su subsistencia. Ya no caben los viejos patrones negados a la era digital y aferrados a los impresos. Nuevos horizontes se tienen que construir para comunicarse con públicos digitalizados. Ya no estamos en los 60s, ya no hay linotipos ni mimeógrafos: hay que tomar a la era digital por los cuernos. También al Estado.

Perdonado.

Rawan Yaghi

En memoria de los 18,000 niños asesinados en Gaza.

En memoria de Refaat Alareer.

No había luz. No había nada que estudiar y estábamos aburridos de quedarnos en casa. Mis vecinos y amigos salieron a ver un partido de fútbol. No me dejaron salir porque mi madre estaba preparando la comida y ya casi estaba lista. Me quedé en el balcón, viendo a mis amigos pasándose el balón y actuando como futbolistas famosos cuando metían un gol, abriendo los brazos como águilas y corriendo de un lado a otro gritando: “¡Goooooool!”. Me quedé allí, animando cada vez que mi mejor amigo, Ahmed, marcaba un gol. ¡La comida parecía eterna! Miré hacia atrás. Mamá estaba poniendo platos en la mesa. Me miró y sonrió serenamente. Sabía cuánto deseaba salir y que me quedaba porque ella me obligaba.

“¡Vamos, mamá! ¡Date prisa! Ahmed está marcando todos los goles” me quejé.

“Ya casi termino, cariño. No podrás jugar con el estómago vacío, ¿verdad?”, dijo con dulzura. Le puse cara de enfado y volví a ver el gran partido. Apoyé la barbilla en el borde del balcón, eché los brazos hacia atrás y mantuve los pies sobre el pequeño taburete azul de plástico que mi madre compró precisamente para eso. Dijo que no necesitaba más de diez centímetros para poder ver la calle. Cualquier altura mayor causaría una tragedia que nadie en la familia ni en el vecindario, y menos yo, quería ver. Me aterrorizaba con historias de niños que se subían al balcón y terminaban en la calle con todo tipo de huesos rotos. Mi pequeña mente, por supuesto, se creía cada palabra que decía, y siempre tenía cuidado de no balancear la cabeza y los brazos al subirme al balcón en el preciado taburete. Ahmed, que aprovechó un momento de calma en el partido, me miró y me hizo una pregunta. Negué con la cabeza y grité: “¡Todavía no!”. Los niños se rieron de mí y volvieron a jugar con la pelota.

En un segundo, una luz enorme brilló justo frente a mí y salí despedido contra la pared de la cocina y luego al suelo. Los ladrillos cayeron al suelo y segundos después, cristales rotos. Me temblaban las rodillas y las manos, y no pude mantenerme en pie ni un instante. Sentía un ruido extraño en los oídos, como un silbido muy molesto e ininterrumpido. El humo me asfixiaba. Mi madre corrió hacia mí, llorando desconsoladamente. Me revisó todo el cuerpo para asegurarse de que no estuviera herido. Luego me abrazó. Pero no me importó; quería ver qué les pasaba a mis amigos. Enseguida se incorporó y me sacó de la casa, porque el humo seguía entrando. Me temblaban las manos y no podía olvidar que todos mis amigos estaban jugando en la calle hacía segundos. En un minuto, mi madre y yo estábamos de pie en medio de la calle, tratando de respirar un poco de oxígeno, pero lo único que hacíamos era tragar aire lleno de cemento y toser.

Al disiparse el humo, por fin pudimos respirar un aire que olía a fuegos artificiales. Entonces mi madre se dio cuenta de que estábamos en el lugar donde se había llevado a cabo el partido. No sabía adónde ir. Siguió caminando en círculos mientras sostenía mi cabeza por encima de su hombro, cerca de su cuello. Vi a mis amigos tirados en el suelo. Todos. Ahmed cayó encima de su primo. Le partieron la cabeza. La tía de Ahmed también lo vio desde la entrada de su casa y empezó a gritar. Mi madre seguía abrazándome con todas sus fuerzas. La Ahmed salió corriendo a la calle, gritando, cargó a su hijo y corrió hacia cualquiera de las ambulancias, cuyas sirenas sonaban a lo lejos. No pudo avanzar más que unos pocos metros. Se desplomó en el suelo, todavía llorando, todavía abrazando a su hijo, y entonces se desmayó. El padre de Ahmed corrió tras ella. Cargó a Ahmed y echó a correr. Él tampoco pudo seguir. Se cayó. Para entonces, yo lloraba desconsoladamente, junto con mi madre, quien no dejaba de cargarme y tirarme la cabeza hacia atrás. No quería que me acercara a mis amigos. Quería taparme los ojos para que no viera los restos de carne esparcida por todas partes.

Los vecinos cargaron a Ahmed y lo llevaron rápidamente con su cuerpo colgando a una ambulancia. Llevaron a su madre a una casa vecina. El tío  de Ahmed se quedó en medio de la calle mientras la gente recogía escombros y evacuaba a los heridos. Se quedó allí, mirando la sangre y el cerebro de Ahmed sobre el cemento. Mi padre y otros intentaron apartarlo, pero él seguía resistiéndose. Más tarde, a mí también me tuvieron que llevar de urgencia al hospital, ya que resultó que estaba herido.

Ahmed se había ido. Los demás me atormentaban con sus miradas de reproche cada día que iba a la escuela. No podía mirarlos. Extremidades amputadas. Caras con cicatrices. Andares cojos. Nuestro barrio quedó hecho añicos en una fracción de segundo. No hubo más partidos. No hubo más goles. No hubo más vítores. Y mis amigos crecieron en un segundo. Ya no me miraban como antes de ese horrible día. No salían a jugar. Y tenían una mirada distante, como el tío de Ahmed cuando me miraba, como si yo no entendiera, como si supieran algo que yo desconocía, como si yo supiera algo malo.

Traducción por Sinuhé.

Rawan Yaghi (1994) es una escritora y periodista palestina que nació en los campos de refugiados de la Franja de Gaza.  Las historias de Rawan se inspiran en historias reales que ocurren cada vez que un avión israelí lanza bombas pesadas, porque cada vez que hay un ataque, un niño queda atrapado bajo los escombros. Cada vez que un piloto, siguiendo órdenes, oprime un botón para dirigir un cohete de alta tecnología, un niño queda traumatizado, otro muere, un tercero queda solo y otro se convierte en un trozo desfigurado  de carne . El cuento Perdonado forma parte de los relatos compilados en Gaza responde, escritos de jóvenes escritores palestinos (2014), donde se retratan los horrores de la ofensiva Plomo fundido que Israel realizó en la Franja de Gaza en 2008-2009. Refaat Alareer  activista, poeta, escritor y profesor, asesinado por el ejército genocida de Israel en diciembre de 2023, compiló estos relatos.

Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo,

cardo y ortiga cultivo, NUNCA MÁS la rosa blanca”.

José Martí

[email protected]

[email protected]

www.elzenzontle.org

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