Colombia, una nación que no hizo parte de los populismos del siglo XX, ni de los progresismos de inicios del siglo XXI, con un fenómeno singular de despojo, guerra y germen de ideologías de izquierda e insurgencia, que le mantienen acaso en los bordes de una “guerra fría” remasterizada, se pregunta: ¿hay proyecto alternativo o sólo se demanda un capitalismo “con rostro humano”? ¿Está condenada eternamente a la guerra?
Ya García Márquez en su discurso de aceptación de premio Nobel, en 1982 titulado La Soledad de América Latina, intentó conjurar su propia sentencia de Cien años de soledad diciendo: “Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
En la misma Cien años de soledad, la Colombia macondiana de Gabo, se aprecia la masacre de las bananeras, efectuada en 1928 por cuenta del ejército e instigada por la United Fruit Company, en la región de Urabá; movilizada por las ideas socialistas, y sindicalistas atizadas por liderezas y líderes como Débora Arango e Ignacio Torres Giraldo. En los años 2000, ahora la Chiquita Brand, otra empresa bananera Yanqui, financió paramilitares para efectuar masacres en esa misma zona. Esta vez, el sindicalismo y el liderazgo social fueron arrasados. La Chiquita Brand fue condenada por un juez federal de Estados Unidos en 2007, hecho que no revive muertos, ni cicatriza el tejido social, pero deja una evidencia.
Por otra parte, hay dos paros nacionales en Colombia, meritorios de recuerdo por la masiva y prolongada movilización ciudadana: el paro del 13 de septiembre de 1977 contra el gobierno de López Michelsen y el del 21 de noviembre de 2019 contra Iván Duque, como expresión del uribismo decadente. Quizá, Colombia sea de entraña profundamente reaccionaria o intimidada a punta de masacres, terrorismo y abuso militar. Se puede endilgar cierto pesimismo, cierta inevitabilidad del círculo histórico colombiano. Las épocas de cambio y los cambios de época, son borrosos, erráticos y hoy el mundo en general mal camina, huérfano de una doctrina aglutinante.
Las nuevas protestas, que se encaraman en los hombros de la tragedia aquí presentada, ahora alejadas en gran suma de una politización clara, desubicadas en sus ideas y deseos, que piden todo, pero quizás, algo más “chévere” “chido”; como un capitalismo con rostro humano, pero sin ese nombre, hoy vuelven a sacudirse, pero, ¿para qué? Solo la historia lo sabe, como dice Laptiev, el protagonista de Chejov, en su obra El que viva, lo sabrá.
¿Será que el trazo literario de García Márquez es una condena de los tiempos, somos acaso los colombianos, una estirpe sin una segunda oportunidad sobre la tierra?…