Lunes, enero 20, 2025

Colapso ecológico y la cosmohistoria

Destacamos

Recientemente he revisado con mis estudiantes de la asignatura Mesoamérica de la licenciatura en Historia de la UAP varios materiales sobre el tema, tanto escritos como en video. En este momento transitamos por la etapa denominada “Preclásica” en torno a lo que se ha llamado Lo olmeca y lo maya; de esto último, especialmente en la Cuenca el Mirador, donde encontramos ciudades tan importantes como Nakbé, el Mirador y San Bartolo, espacio en que el arqueólogo William Saturno encontró unas pinturas murales sorprendentes, de factura excepcional y con un discurso intrigante y sugerente a nivel histórico en la región. A la par de ello, el fin de semana pasado me sumergí en un “ciclo” de películas apocalípticas que encontré en una plataforma en la que estoy suscrito. Vi dos cintas interesantes: Cargo (2017), película australiana de Ben Howling ubicada en un apocalipsis zombi medio extraño y que es entrañable y emotiva; la otra, IO (2019) de Jonathan Helpert, que muestra un universo distópico apocalíptico, donde a partir de la contaminación, la tierra se vuelve inhabitable, incluso para cualquier especie animal, sobreviene el desastre y los humanos deben migrar hacia otros planetas. Todo ello me hizo pensar en algo que resulta recurrente cuando se explica el “colapso” de las sociedades mesoamericanas, tanto de la Cuenca el Mirador, primero, como de la zona petenera en el Clásico, como de Teotihuacan también: la debacle ecológica, tema del que me ocuparé en adelante.

El término “colapso”, que entrecomillo a posta en este momento, es sumamente problemático, no por las razones por las que fue acuñado en algún momento sino por lo que ha seguido después: la idea de que los mayas desaparecieron de forma misteriosa para nunca volver. Claro, esas afirmaciones de programa ramplón de lo más sensacionalista y burdo del History o del Discovery, ignoran deliberadamente a las sociedades mayas del Postclásico y a los millones de mayas de identidades y lenguas diversas que habitan el territorio de México, Guatemala y Belice en el presente. Por tanto, es un concepto que debemos poner en duda todo el tiempo. Por lo que respecta a la debacle ecológica, tenemos lo que nos dicen John E. Clark, Richard Hansen y Tomás Pérez Suárez en su capítulo “La zona maya en el Preclásico”, que aparece en el libro “Historia Antigua de México, Vol. I: El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico” (2014), editado por Linda Manzanilla y Leonardo López Luján: “…una de las metas políticas de la élite de la cuenca de El Mirador pudo haber sido atraer a la región tantos obreros como fuera posible [para construir templos y elaborar estuco]. La avidez de mano de obra y los beneficios materiales resultantes pudieron haber sido un factor clave en el surgimiento de El Mirador. Pero esta útil táctica social pudo haber sido la causante de su propio derrumbe al provocar un desequilibrio artificial en los recursos de la población, el cual trajo como consecuencia la sobreexplotación de los recursos críticos, el deterioro en las condiciones ambientales, una espiral ascendente en la pobreza que no correspondía a las expectativas rituales y, finalmente, el colapso del estado de El Mirador tras un breve periodo de esplendor”. Hansen, especialmente, ha argumentado en numerosos espacios la idea de que las elites gobernantes de estas grandes urbes habrían, a la fuerza de estucar edificios (el estuco es una especie de yeso que se elabora con cal quemada y otros elementos) con motivos religiosos y políticos, generado una debacle ecológica. Por su parte, Linda Manzanilla, en su capítulo de “La zona del Altiplano Central en el Clásico” que aparece en el libro “Historia Antigua de México vol. II, El Horizonte Clásico”, editado también por ella misma y Leonardo López Lujan, afirma al enumerar las causas del declive teotihuacano, que se ha especulado con las  causas agrícolas y la desforestación: “segun Mooser, el crecimiento de la ciudad conllevó la destrucción de los bosques cir­cundantes, por lo que las condiciones naturales originalmente venta­josas, se transformaron en adversas. Millon agrega que la tala inmoderada para obtener madera para la construcción y la quema de cal provocó un proceso de erosión; esto causó una disminución en la humedad del suelo apto para la agricultura. Además, el decremento en la pluviosidad anual y las sequías persistentes obligaron a tribus semi nó­madas del norte de la cuenca a migrar. Paralelamente la ciudad sufriría un creciente proceso de deterioro social, lo cual la hizo vulnerable al ataque”. Manzanilla, como vemos, considera otras posibilidades entre las que está la invasión de grupos de otras latitudes y conflictos internos, lo que implica, sin duda, un asunto multicausal. Coincido plenamente con esta afirmación y extendería lo mismo a la Cuenca el Mirador.

Me resulta inevitable pensar, sobre todo después de haber visto “Apocalypto” (2006) de Mel Gibson, de la que Hansen fue asesor, que los arqueólogos no estén proyectando cosas de su presente a un pasado remoto. De hecho, Mel Gibson declaró en algún momento que en su cinta presentaba la decadencia de la civilización a través del declive de la ciudad maya que aparece en la película (una fusión entre El mirador, Palenque y Mayapán) con una sociedad precaria, una nobleza decadente y superficial producto de un Estado quizá corrupto, sanguinario y sacrificador. Más allá de las claras inexactitudes históricas de esa cinta, el asunto es que se ve a una sociedad maya de ese pasado remoto, como si fuera una del presente, con vicios y perversiones. Como afirma Johannes Neurath, antropólogo de la UNAM en el video “¿Quién es el dueño del pasado?”, parte de la colección documental Nuestras Cosmovisiones (2021), editado por esa misma universidad, al hablar del museo de Antropología que “aquí si se fijan en las cédulas que se manejan en las salas, sobre todo de arqueología, hay cédulas sumamente problemáticas. Porque los arqueólogos creen efectivamente en teorías universalistas de la ciencia donde atribuyen a toda la humanidad ser más o menos iguales que los europeos de los últimos siglos: utilitaristas, egoístas, medio ‘gandallas’, obsesionados con el poder. Le atribuyen a los indígenas esto porque creen que son resultado de las teorías universales. Estas teorías universales llevaron al planeta al borde de la ruina y tenemos razones para ser muy escépticos de su validez. Propongo que las piezas arqueológicas sean interpretadas a partir de las prácticas y cosmovisiones indígenas”. En efecto, tanto la idea de Estado, como de “estadista” decadente y “gandalla” y la debacle ecológica producida por estos, son una proyección directa de nuestra historia occidental a sociedades que no tuvieron nada que ver con ella. El asunto no es menor si se le ve con seriedad y mucho menos cuando hablamos de sociedades tan antiguas como las de la Cuenca el Mirador. Si es difícil conceptualizar lo que estaba sucediendo en el momento del contacto con los europeos, es mucho más difícil hacerlo con sociedades del Preclásico. De hecho, lo que se requiere es tener perspectivas diferentes.

Hace unos días me topé con un interesante libro denominado “Cosmopolítica y Cosmohistoria” (2021), editado por María Isabel Martínez Ramírez y Johannes Neurath. En él, diversos autores juegan con ambos conceptos para enfatizar la necesidad de construir esas perspectivas diferentes de las que hablo para explicar la vida de las comunidades originarias, tanto en el pasado como en presente. Esa vida, ha de estar integrada por sus relaciones y no necesariamente por categorías previamente acuñadas desde una teoría en una universidad en Europa o Estados Unidos. Federico Navarrete, en su capítulo “La cosmohistoria: cómo construir la historia de mundos plurales” que aparece en este libro, mos dice que para “Stengers, y también para Marisol de la Cadena, la cosmopolítica consiste en abrirnos a la posibilidad de que los diferentes grupos humanos que interactúan, y a veces se hacen la guerra, viven en mundos que no podemos delimitar de antemano y que por ello cualquier entendimiento cosmopolítico con ellos debe tomar en cuenta estas diferencias y no reducirlas al mundo “real”, supuestamente único y común, que en la práctica no es otro que el mundo construido por la ciencia occidental, por el colonialismo y el capitalismo, y por su monohistoria”. Tal monohistoria es la pretendida Historia Universal, esa que nos han contado desde que pisamos la primaria, que se mueve en una línea directa desde el inicio del mundo (o Génesis, dependiendo de qué tan piadosos somos) hasta el momento y marca evoluciones, desarrollos y progresos. Navarrete nos detalla las características del pensar monohistórico: “la linealidad y al carácter progresivo del tiempo, así como la homogeneidad del espacio; la separación absoluta entre el presente y un pasado que queda siempre atrás, así como la visión del futuro como un horizonte esperanzador hacia el cual la historia como suma de todas las acciones racionales humanas debe avanzar de manera inexorable, aun contra la voluntad e intenciones particulares de los actores históricos”. Ese paso lo marcan las Academias constituidas en Occidente, para narrar la historia desde Occidente o con Europa en el centro de los acontecimientos. Los demás, son historias periféricas y precarias, subordinadas a la línea narrativa principal.  Para Navarrete, “las verdades que aspira a construir la cosmohistoria no son referencias a una verdad histórica única, la de la historia ‘real’, la de los acontecimientos en sí mismos más allá de cualquier discurso o construcción cultural, sino que todas las verdades cosmohistóricas deben ser reconocidas como construcciones, observaciones del pasado construidas a partir de otras observaciones del pasado”. Como lo he comentado en otras entregas, es necesario que pongamos atención en el sujeto histórico, aquel que está en contacto con su presente pero que encuentra su origen en el pasado y no sólo lo entiende, sino que le es significativo. Por tanto, es necesario comprender la forma en que las comunidades construyen su visión de la historia, pero no sólo eso, cómo construyó sus relaciones de poder, entre sujetos (también hombres y mujeres), entre sociedades diversas, entre ellos y las entidades que pueblan los ámbitos espiritual y natural. Es decir, los declives, caídas, colapsos o como se les quiera llamar, no dependieron de una sola circunstancia y mucho menos, una que pretenda explicar su pasado, pero que en realidad es un reflejo de nuestro presente. Cosmohistorias, esa puede ser una alternativa interesante a contemplar.

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