La 3ª edición del Festival Internacional de Cine de la Universidad de Buenos Aires (FIC-UBA) ha resultado una experiencia gratísima. Además, en la ceremonia de inauguración, la UBA otorgó el grado de Doctor Honoris Causa a Graciela Borges (actriz), Asif Kapadia (director) y Juan Gatti (director de arte), por el incuestionable valor de sus trayectorias. En cuanto al trabajo de nuestro Jurado, aquí está el reporte sobre las primeras cinco películas. Las restantes, y los premios del Festival, en la próxima columna.
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Las corrientes (2025; Arg-Suiza; 104’), de Milagros Mumenthaler. Drama relativo a una exitosa empresaria joven, cuya vida entra a una profunda etapa de depresión a pesar de una vida familiar aparentemente “en orden”, que de fondo no lo es tanto. Su desdoble es lento, el diálogo poco y las ambigüedades, muchas. Su apuesta, pareciera, fue más ilustrar un estado de ánimo -el de una mujer asfixiada en (y por) un entorno cuya fachada sin culpa es sólo eso- que desarrollar una historia. Queda la impresión de que el atrayente punto de partida no encontró un seguimiento a la altura. Una de esas enigmáticas películas arty, más atractivas en el guion que en la pantalla. El diablo fuma (2025; Mex; 97’), de Ernesto Martínez Bucio. En Ciudad de México, cinco hermanitos de clase media-baja -de entre 6 y 12 años- se aferran a la relación entre ellos y con su abuela (paranoica “del Diablo”), para inconscientemente “normalizar” la ausencia (temporal, suponen) de sus padres. Esto, entre juegos, peleítas, los dictados pop de los 90s y sí: la visita del Papa por la tele. La mirada e intención se logran, acaso disminuidas por la recurrencia y por una estética que enfatiza el naturalismo, pero algo a costa de los códigos narrativos. Los aplausos son más para la intención, que para el resultado.
Los niños rojos (2024; Túnez-Francia; 101’), de Lotfi Achour. En una región rural de Túnez, montañosa y muy pobre, dos pastores adolescentes son brutalmente atacados por delincuentes terroristas. El que sobrevive regresa a su comunidad, con más nada que la cabeza decapitada del otro. Con el dolor a cuestas y conscientes de los riesgos, los familiares deciden ir en busca del cuerpo, para darle sepultura digna. Un film extraordinario de rara belleza, de tristeza desoladora, sobre la crueldad del-hombre-lobo-del-hombre, mayor aun cuando las víctimas son marginados y desposeídos. La dirección, las actuaciones, la fotografía -la realización toda- son impecables. Basada en hechos reales. Trabajo para César (2025; Argentina; 60’), de Braian Brown. Solo, desempleado y sin dinero, un expolicía -apodado el Ciego– deambula por los suburbios de Buenos Aires intentando sobrevivir. Además no está bien, por lo cual recurre a la salud pública. Es cuando consigue trabajo con César, en un taller de bicicletas que es sólo parapeto de sus actividades delictivas. Pero es eso o nada para el Ciego. Noir argentino bien actuado, que así como cuenta su historia -la de un hombre en la tensión de acciones y decisiones movidas por su circunstancia- también hace denuncia social, por el creciente desempleo y la falta de oportunidades para la gente. La fotografía deslavada es acorde al día a día del protagonista, pero el audio sonó saturado, pastoso, dificultando entender los diálogos.
Historias del buen valle (2025; España; 122’), de José Luis Guerín. Documental sobre la historia del barrio de Vallbona, Barcelona, al que sus primeros residentes llegaron al término de la guerra civil. Emotivo siempre, es festivo a ratos, pero a ratos triste, debido a los inminentes cambios (destructivos) que se vienen contra la zona y su comunidad, por diferentes obras del “progreso urbano”, al que, desde luego, poco le importa la gente. Se construye de los recuerdos, testimonios y preocupaciones de los residentes, en especial los de mayor edad. Film coloquial, sensible, muy hermoso, al que sin embargo le pasa factura su excesiva duración. Algo tal vez a resolver, dado que su status es el de work in progress.
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