Viernes, noviembre 7, 2025

Ciclo de vida

¿Recuperar el pasado? Un dilema como este enfrentan las comunidades de la Isla de Pascua y los especialistas debido al acelerado deterioro que están sufriendo las famosas estatuas moái. Según nos reporta el portal de la BBC en la nota denominada “Algún día volverán al océano”: la lenta destrucción de los moái en la Isla de Pascua (y los que dudan sobre si esforzarse en conservarlos), las “estatuas originales, talladas en su mayoría entre 1100 y 1600 d.C., son cada vez más objeto de esfuerzos de conservación, dado que el desgaste, agravado por el cambio climático, amenaza con destruirlas. Los líderes comunitarios de Rapa Nui buscan maneras de rastrear y mitigar los daños, probando desde tratamientos químicos hasta escaneos 3D de las estatuas con drones antes de que se pierdan. (…) Todas las opciones están sobre la mesa mientras la comunidad lidia con la gestión de su patrimonio en rápida evolución: desde reubicarlas en un lugar donde no corran peligro hasta permitir que sucumban, ya que algunos argumentan que forma parte del ciclo de vida de los moái”. En efecto, existe quien opina, dentro de la comunidad, que los moái deben cumplir su ciclo y si ello implica que se pierdan, están bien con esa idea. Por supuesto, como vemos, también existen quienes están a favor de su conservación y, en conjunto con diversas instituciones internacionales, hacen esfuerzos para conservarlos. Desde el trabajo directo con las figuras, hasta su registro en 3D con drones y sistemas digitales. “A lo largo de dos décadas -continúa el reportaje-, a partir de la década de 1970, el arqueólogo estadounidense William Mulloy llevó a cabo diversas labores de restauración en la isla, reconstruyendo estatuas y reensamblando plataformas fragmentadas que se habían derrumbado masivamente a principios del siglo XIX. (…) En la década de 1990, arqueólogos locales reconstruyeron los moái de Tongariki, un sitio arqueológico arrasado por un tsunami en la década de 1960. (…) Más recientemente, en 2003, un proyecto de la Unesco financiado por Japón impermeabilizó las estatuas de Tongariki con un agente químico diseñado para hacer que la toba sea más resistente a las salpicaduras marinas. Sin embargo, este costoso y delicado tratamiento debe reaplicarse cada cinco a 10 años, lo que supone una carga para los escasos recursos locales disponibles”.  

Todos estos esfuerzos, incluso los fallidos que también se detallan en el reportaje, de nada servirán si no se contemplan a su vez las causas del deterioro acelerado relacionadas con el calentamiento global. Por ejemplo, buena parte de las esculturas se encuentran cerca de las costas de las islas y el crecimiento de las aguas y oleajes cada vez más agresivos hacen que peligren. A su vez, las sequías prolongadas y las lluvias torrenciales que se manifiestan de tanto en tanto, contribuyen también al deterioro. Las esculturas son de toba, una piedra volcánica sumamente maleable que permite que sean fáciles de esculpir; sin embargo, por lo mismo, se deterioran más rápido. “De cerca -continúa el reportaje-, los rostros envejecidos de los moái están plagados de signos de erosión y manchas. Se están convirtiendo gradualmente en polvo. [María] Tuki, quien trabaja en la industria turística de Rapa Nui, está esencialmente viendo cómo estas impresionantes figuras desaparecen lentamente. ‘Mi padre me dijo que los moái volverían al océano algún día’, cuenta. El padre de Tuki, fallecido en 2020, fue un famoso escultor contemporáneo de moái”. De acuerdo con un reportaje de la National Geographic que cita las investigaciones de diversos arqueólogos y antropólogos que han estudiado la isla y sus enigmáticas estatuas, entre los que destaca la arqueóloga Katherine Routledge (1866-1935), “hoy sabemos que fueron navegantes polinesios quienes colonizaron la isla de Pascua hacia 500 d.C. Desde 1000 al 1500, la isla vivió una época de prosperidad en la que se erigieron los grandes altares con sus enormes estatuas. Estas representaban a los espíritus de los antepasados, y ante ellas los nativos celebraban ritos y ceremonias; a su alrededor se alzaban las casas colectivas, de planta oval, con muros de piedra y cubiertas de madera y materias vegetales”. Según estas investigaciones, el declive vendría entre los años 1500 y 1722 a partir de conflictos entre los clanes lo que propició que se construyeran moáis cada vez más grandes, lo que trajo un mayor gasto en piedra y madera, lo que a la postre habría traído una debacle ecológica y lo único que quedó fue una población disminuida que es a quienes se encuentran los europeos que llegaron por primera ocasión a la isla. 

De todo esto me surgen unas cuantas reflexiones. Por un lado, está la conservación de estas piezas históricas, partiendo de la idea que muchos especialistas, estudiosos y público en general tendrán: los moái son una muestra del arte y la historia de esos pueblos, pero también de la humanidad en su conjunto, es decir, que se integran a la historia universal y al patrimonio de la humanidad, por tanto, hay que rescatarlos. Reconozco que hace tiempo coincidiría con esta premisa, pero hoy pienso de manera un tanto distinta. Primero que nada, es necesario asumir desde ya, que estas piezas, junto con muchas otras que tenemos en América en su conjunto, o que se encuentran en todos los demás continentes, deben ser contemplados como patrimonio de las comunidades que habitan en su entorno, no de la humanidad. Desafortunadamente, estas ideas “universalistas” no solo han traído como consecuencia el saqueo sistemático de cuanta cultura han querido estudiar y documentar europeos y gringos por igual, sino que, al hacerlo, han ignorado deliberadamente los deseos de las comunidades dueñas de ese patrimonio. En efecto, no hace mucho me enteré de la controversia entre el gobierno federal y el gobierno de Oaxaca por determinar la tutela de los restos y piezas encontradas en la Tumba 7 de Monte Albán, misma que ganó el federal, lo que al parecer habría dado origen al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ganó la nación, pero perdieron las comunidades. ¿Qué es más importante? Pues francamente hoy creo que son las comunidades y la forma en que se relacionan con su patrimonio. Por otra parte, pero en relación con esto mismo, es necesario preguntar a las comunidades si es que están de acuerdo con estos esfuerzos de conservación o en realidad lo que juzgan pertinente es permitir que las esculturas continúen su ciclo de vida. Quizá se elaboraron estas esculturas pensando que en algún momento habían de desaparecer y ese era su destino real, volver al mar como afirmaba el padre de Tuki. Algo similar sucede con los restos humanos encontrados en tumbas y fosas en multiplicidad de edificios, campamentos, nichos o cuevas a lo largo y ancho del mundo. ¿Deben ser devueltos a sus lugares de origen o deben permanecer en museos y galerías? Fueron depositados en ese sitio por alguna razón y considero que eso debe ser respetado. ¿No se hace porque se trata de culturas extintas o de la antigüedad y que no pueden reclamar por sus ancestros? ¿O simplemente porque a los especialistas les ha importado un rábano identidades, cultos y rituales? Como sea, afirmo que es menester que la conservación siempre esté de la mano de las comunidades, que la ciencia y sus procedimientos estén siempre al servicio de la sociedad y no al interés del conocimiento como una oscura entelequia que solo fomenta egos, encumbra carreras, alivia conciencias y alimenta sentimientos nacionalistas que nada tienen que ver con las comunidades. Considero importante la conservación del patrimonio material de los pueblos, pero debe ir de la mano con el del inmaterial y contemplar a las comunidades vivas, herederas auténticas de este patrimonio. Es justo también atender a las causas de ese deterioro acelerado del que hemos hablado. El mundo está justo al borde de una debacle ecológica que afecta nuestro presente, pero también a nuestro pasado como se ve; sin embargo, soy pesimista y asumo que estamos ya en un punto de no retorno y que habremos de perder muchísimo en los próximos años. De hecho, viendo lo que sucede en Gaza, pienso que hemos perdido buena parte de nuestra humanidad y que poco importará si es que nuestro pasado se pierde también; o quizá el recurrir al pasado, su conservación, análisis y construcción de memoria sea la fórmula para recuperar esa humanidad perdida, no lo sé. Triste es pensar que poco a poco nos vamos desmoronando igual que los moái y que también nuestro ciclo de vida está agotándose. Triste en verdad.  

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