Martes, mayo 20, 2025

Carencia de sentido

Hace un par de entregas hablé sobre el paro estudiantil de nuestra Universidad, la UAP y la búsqueda de sentido por parte de las y los estudiantes que asisten a las aulas, a veces por inercia, a veces con ilusión y con demasiada frecuencia, de manera automática, con la idea de terminar para tener un papel que les pueda conseguir un empleo y ganar dinero. Para mí, como lo he señalado constantemente, esa idea, la de que la Universidad se convierta en una agencia de colocación, me parece un despropósito total; esto es que, en lugar de producir conocimiento, de formar seres humanos comprometidos con su tiempo y sus comunidades, la Universidad se haya convertido en un gigantesco capacitador para el trabajo y que la reflexión, el pensamiento crítico y la conformación de ideas terminen no únicamente fuera de la ecuación, si no que sean perseguidos por conservadurismos anquilosados o por fanatismos retrógradas. Si a eso le sumamos que las y los jóvenes se encuentran rodeados por una vacuidad enorme producto del individualismo más atroz insertado por el capitalismo salvaje que el mundo abraza como única verdad absoluta, es meramente lógico que clamen por cambios profundos, aunque no sepan identificarlos, formularlos y explicarlos e, incluso, sean presa de grupúsculos nefastos que existen dentro y fuera de la Universidad.

Hoy, el paro ha concluido y el retorno a las aulas, aunque paulatino, ya es una realidad. Es tiempo de analizar muchas cosas, de reflexionar y de realizar cambios necesarios. Pero también de hacer notar que este paro ha tenido damnificados que, a la larga, habrán de terminar cargando, como de costumbre, con todos los saldos de ese movimiento, principalmente los negativos. Me refiero específicamente a las y los maestros de la Universidad y a las y los trabajadores no académicos. También incluyo aquí a toda esa comunidad estudiantil que no participó en el paro, pero que, de acuerdo o no, habrá de vivir las consecuencias [claro que les faltó contundencia para alzar la voz y mostrar su desacuerdo, pero ese es otro cuento]. Como bien decía un colega, las y los paristas presentaron sus demandas y las autoridades diversas hicieron lo que pudieron para negociar, resolver, levantar los diferentes paros y continuar con las actividades. Sin embargo, a nosotros nos tocará resolver el problema de culminar un semestre trunco y de evaluar a toda la comunidad estudiantil, con independencia de su desempeño, bueno o malo, anterior al paro. Por si fuera poco, es justo decirlo, muchas y muchos de nosotros terminamos muy manchados y lastimados después de este proceso, pues la maquinaria del paro no distinguió entre las y los buenos docentes y las y los que no lo son. En general, fuimos colocados en el bando de los enemigos, los represores, los violentadores, los acosadores, los haraganes y los poco preparados. Claro, señalé ya en mis dos columnas anteriores los vicios que tiene la Universidad en el ámbito académico y puntualicé que es necesario realizar una auténtica renovación, una valiente y honesta transformación. No se consideró necesario dar el reconocimiento a las y los docentes que nunca faltan, que se preocupan por preparar sus clases y que se actualizan constantemente; que tienen un pensamiento crítico y que buscan integrar a los dicentes en su propia formación; que llevan su labor como si un apostolado de fe se tratara; que dedican todo su quehacer a la enseñanza y la investigación, siempre integrando a la comunidad estudiantil en la eterna búsqueda por su formación y desarrollo. Hay que subrayar que estas mujeres y estos hombres, jóvenes, maduros y más maduros, tienen que sortear las inmensidades burocráticas de nuestro mundo académico, tanto para operar, como para obtener mejores salarios gracias a la burda meritocracia en la que nos han metido a la fuerza décadas de gobiernos neoliberales. Pero que también se enfrentan a grillas y querellas, a veces ancestrales, que pululan en Facultades e Institutos. En no pocas ocasiones, sufrimos ataques y críticas a nuestra labor, a veces abiertamente y, con demasiada frecuencia, desde el anonimato de redes sociales y desde el chisme de pasillo y hasta violencias físicas, psicológicas y verbales. Y, desgraciadamente, estos umbríos personajes engatusan y lanzan a muchos y muchas estudiantes a realizar esas críticas tanto en redes como en los salones porque ellos son lo suficientemente cobardes y perversos como para hacerlo de frente.

Muchas y muchos de nosotros vivimos eso de forma cotidiana y, sin ambages, quedamos bastante magullados después de este movimiento. Como lo he comentado con diversidad de colegas, las cosas no podrán ser iguales, algo al parecer se rompió. De hecho, una de las consecuencias de este movimiento, es la vigilancia constante de grupos de estudiantes que, como inquisidores, verificarán que asistamos al salón con puntualidad, que no faltemos y que veamos los contenidos de la asignatura. Esto se añade al sistema que institucionalmente ya existe para evaluación docente y en el que pocos estudiantes participan. Continuamente se les invita a que nos evalúen, pero la comunidad estudiantil no lo hace, ya sea por desidia o porque no creen en ese sistema. Como sea, las autoridades, como dije, accedieron a esto. Por si fuera poco, uno de los primeros acuerdos que se firmaron fue el compromiso de no cometer represalias de ningún tipo en contra de los paristas. Lo sé, porque ha sucedido en otros paros, que las huestes de estudiantes que faltan con frecuencia, que no realizan actividades, lecturas y demás y que lo único que buscan es la calificación, no el conocimiento, se beneficiarán de estos acuerdos. Después de todo, ¿cómo saber que estuvieron o no en el paro? Por tanto, se nos “invita” a hacer un borrón y cuenta nueva, cosa que no deja de ser frustrante para todas y todos nosotros, lo mismo que para los miles de estudiantes comprometidos con su formación, que no estuvieron de acuerdo con el paro y que por supuesto no firmaron esos acuerdos.

Por otro lado, nuestras capacidades, preparación y personalidad incluso, han estado en entredicho constante y, pareciera que las y los paristas, serán quienes determinen nuestra pertinencia dentro de la institución. Por tanto, de una forma u otra, debemos justificarnos ya no sólo frente a comités de evaluación externos –como los programas de Estímulos, el Prodep o incluso el SNI–, si no ahora también frente a estudiantes que, siendo completamente honestos, poco o nada harán para autoevaluarse. De mi parte he de decir que, producto de mi variopinta formación, que yo considero y sé un atributo más que un impedimento -sobre todo si consideramos que lo multi, inter y transdisciplinario es hacia donde tenemos que caminar-, he recibido todo tipo de grillas y críticas, no sólo en Comunicación e Historia si no en Literatura también y, de una forma u otra he tenido que vivir justificando mis capacidades frente a colegas y alumnos, lo mismo que a Academias de otras universidades; y ahora, después de este movimiento, lo tendré que seguir haciendo. Si eso no genera estrés, frustración, molestia y hartazgo, bueno, entonces que nos canonicen ya. Para mí, como para muchos y muchas de mis colegas, la Universidad empieza a carecer de sentido. Lo mismo docentes que dicentes nos encontramos atrapados en un sistema perverso de “colonización de la subjetividad”, como señala Estela Quintar en su artículo “Colonialidad del pensar y bloqueo histórico en A.L.” “Este modo de enseñar y aprender en el sistema educativo –dice Quintar–, ha negado y niega permanentemente al sujeto concreto y su realidad, subordinándolo a la información sobre ella. Por lo tanto, es un proceso que mutila la dignidad de ser sujetos históricos y la capacidad de construir conocimiento que explique y dé respuestas circunstanciadas y útiles en la lucha por la autonomía. Autonomía que se constituye a su vez, y en gran medida, por la búsqueda de la comprensión de nuestros problemas. Es en este proceso que se manifiesta la violencia cotidiana del proceso civilizatorio en los procesos de enseñanza y aprendizaje; procesos que instruyen inculcando realidades creadas que niegan la propia existencia en nombre de un humanismo erudito, occidental y cristiano (2004: 4)”. Dicha colonización, de la que todos formamos parte, como vemos, en realidad poco se vio alterada a raíz de este movimiento. Las y los paristas exigen que se les enseñe, con materiales actuales y por docentes “competentes” con Doctorados y “esnis”, pero sin cambiar un ápice de esos contenidos colonizadores. Es enarbolar la revolución que busca que todo cambie, sin cambiar del todo. Repito, la mayoría de los pliegos petitorios se centran en reformas políticas y seguimientos administrativos; de la academia y de su necesaria transformación, poco o nada se habla. Hay, eso sí, una voluntad inquisitorial detrás de la “supervisión” a los docentes. La molestia en todos nosotros es patente, incluso cuando queremos sumarnos a la necesaria transformación, las y los estudiantes nos están forzando a retomar prácticas ancestrales de enseñanza para “comprobar” que hemos hecho el trabajo. ¡Vaya, incluso se ha exigido que tengamos el doctorado de las asignaturas que impartimos! Yo tengo suerte pues imparto la asignatura “Mesoamérica” y tengo un doctorado en Estudios Mesoamericanos. Pero ¿qué sucede con asignaturas que claramente no cuentan con un posgrado?

Por otro lado, las y los trabajadores no académicos tendrán que redoblar esfuerzos no sólo para limpiar y poner en orden los espacios tomados, sino para tener en regla cada una de las exigencias que en lo administrativo se dieron. Poco importó en su momento si su trabajo estaba en juego o cuáles eran las condiciones de su empleo. ¿Importan el día de hoy? Nadie les ha preguntado cuál creen que es su papel en la transformación de la Universidad. ¿Acaso le importa a alguien? Lo dejo ahí para que lo reflexionen todas y todos los demás miembros de la Universidad. Nuevamente digo, agradezco enormemente que este paro se haya dado pues nos ha hecho reflexionar a muchos sobre nuestra labor y las justas exigencias que se han planteado y que ya he abordado en otros espacios. Pero, estimo necesario que las y los estudiantes –no exijo, para no quedar en las mismas circunstancias– asuman compromisos propios con su formación y con el quehacer cotidiano de cualquier Universidad. Los “dame, merezco, es mi derecho”, deben estar acompañados de “propongo, comparto, es mi obligación”. De lo contrario, se convertirán en los mismos tiranos que ellos dicen combatir. Lo repito, la Universidad clama por el sentido del que hoy carece, al menos para muchos de nosotros.

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