Del discurso pronunciado por Enrique Peña Nieto en Guadalajara frente a los dueños reales del poder: los “hombres de negocios”, convocados a reunirse por Miguel Alemán, se derivan consecuencias que, sin duda, vale la pena comentar.
Ahí Peña Nieto negó implícitamente el carácter social de las reformas que ha propuesto y llevado a cabo sin el consenso popular. “No trabajo para estar bien en las encuestas –dijo Peña Nieto– ni bien medido en la popularidad,” y en efecto, las reforma que impone desde la presidencia contra viento y marea, utilizando a un sometido Pacto por México y a un dócil Congreso, no ofrecen a la vista ningún beneficio social, lo cual las hace francamente impopulares y provocan que su autor visible se encuentre en una baja escala del aprecio social, aprecio al que todo mandatario aspira (o debe aspirar) y logra si con su labor amplía las oportunidades de empleo dignamente remunerado y con prestaciones que mejoren las condiciones de vida de los trabajadores; si protege los recursos naturales y evita convertirlos en objeto de lucro privado; si sostiene como principio fundamental de gobierno la irrenunciable soberanía nacional; si promueve el bienestar y la seguridad social de todos los mexicanos; si no actúa como empleado de los hombres del poder económico; en fin, si se comporta como estadista sensible a las demandas de la población y actúa para atenderlas sin demagogia ni programas asistencialista, finalmente convertidos en agencias electorales que abusan de la miseria y creen legítima la compraventa de votos. Si el mandatario actuara así, si por lo menos se viera que esas son las intenciones de un gobierno que comienza, esto sin duda se reflejaría en las encuestas y en la popularidad, de otra manera, con reformas que lesionan derechos laborales o que pretenden entregar los beneficios obtenidos por la disposición de recursos naturales al capital privado, es decir entregar nuestra riqueza a los mercaderes de la miseria, la popularidad, pero cómo no, cae vertiginosamente y no es con meas culpas como se puede resolver el problema de la baja estima que la población llega a tener de gobiernos que siente ajenos.
En el mismo discurso, Peña Nieto justificó las reformas que impulsa e impone sin más consideraciones que las suyas, partiendo de un lugar común muy extendido entre los profetas del neoliberalismo, que explican el mal desempeño de la economía del país debido a la falta de competencia, situación que se resolvería, simplemente, procurando alejar al Estado de cualquier forma de regulación económica o control de la voracidad empresarial. De esta manera, Peña Nieto reivindica la competencia como el eje de la reactivación y expansión de la economía mexicana, rechazando a los monopolios, incluidos los del Estado, sobre la energía o la educación, y de ahí su pretensión de privatizar ambos sectores, acción que viene a complementar a la reforma laboral que deja a merced del mercado la fijación de los salarios, pasando por encima de las relaciones contractuales y dejando sin materia a los sindicatos, y hace recaer en la comunidad escolar (alumnos, padres y maestros) el costo de mantenimiento del plantel.
Ante esta situación, la resistencia a las reformas es una lucha no sólo contra el neoliberalismo, sino también una lucha anticapitalista profunda para tratar de impedir las peores consecuencias del capitalismo salvaje con que nos amenazan las reformas impuestas y las que están por venir.