Cantona fue el primer centro urbano en el Altiplano Central, anterior a Cholula y Teotihuacan, sin embargo, la profundidad de su historia y grandeza urbanística seguía siendo un misterio hasta finales del siglo XX, cuando el arqueólogo Ángel García Cook (1937-2017) impulsó su investigación y restauración, apoyándose en colegas y gente de comunidades cercanas que, luego, se convirtieron en sus custodios.
A la memoria del profesor y al esfuerzo continuado de los guardianes del patrimonio que él formó estuvo dedicado el programa Piedra y memoria. El legado ancestral de Cantona, que el Centro Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Puebla llevó a cabo este fin de semana para conmemorar el 30 aniversario de la zona arqueológica.
Al abrir el programa, Manuel Villarruel Vázquez, director del Centro INAH Puebla, consideró que Cantona es ejemplo de lo que se conoce como paisajes culturales, pues surgió de la adaptación de una sociedad a un medio muy específico: un derrame de lava que, pese a lo que pudiera creerse (tanto así que le llaman malpaís), ofreció grandes ventajas a sus pobladores, empezando por las rocas con que construyeron sus viviendas, calles, murallas, avenidas y plazas.
En su caso, el titular de la Dirección de Estudios Arqueológicos (DEA) del INAH, Luis Alberto Martos López, abordó la técnica constructiva usada en esta metrópoli: la edificación con piedra sin utilizar materiales de unión o argamasa. Señaló que, en 2024, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) inscribió esta tradición en “piedra seca”, para el caso europeo, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
El reconocimiento de este saber constructivo, también conocido como “arquitectura a hueso”, bien podría extenderse y considerar a algunos sitios arqueológicos americanos, donde existen varios ejemplos, siendo Cantona el más destacado, una ciudad que abarcó 1,450 hectáreas con una población de 93 mil habitantes en su apogeo (entre el 600 y el 900 de esta era en común), dijo el experto.
Así como los antiguos “cantonenses” erigieron esta singular ciudad, donde se tienen detectados al menos 27 juegos de pelota –seis de ellos consolidados–, fueron los pobladores modernos de la región, quienes colaboraron en su redescubrimiento sumándose al proyecto dirigido por Ángel García Cook, a partir de 1992.
Una veintena ellos, incluidos algunos que comenzaron a trabajar en el sitio siendo jóvenes y ahora son sus custodios y guías recibieron un reconocimiento.
Asimismo, en un gesto de gratitud, los custodios regalaron a Ángel y Javier, hijos del Ángel García Cook, la maqueta de uno de los juegos de pelota de Cantona, acompañado de una placa que describe a su padre como “un visionario que supo escuchar el lenguaje de la piedra y despertar el alma de Cantona. Con dedicación incansable, abrió los caminos de esta ciudad ancestral, devolviéndole su voz y su grandeza […]”.
Por su parte, la nieta del estimado arqueólogo, Rebeca García, habló del hombre sencillo que fue García Cook, alguien que trataba a todas las personas por igual, amante de los animales, parco en muestras afecto, pero que, a la vez, sabía dar los abrazos más sentidos. Un personaje que sigue velando por Cantona desde las alturas del Cerro de las Águilas, donde yacen sus restos, tal y como fue su deseo.
Esta la primera jornada del programa Piedra y Memoria recuperó también las vivencias de los custodios que, además de relatar algunos de sus hallazgos: lápidas, conjuntos de finos instrumentos de obsidiana negra, o una urna que contenía los restos de un infante, también comentaron sobre las voces, las luces y el sonido de un tambor, que a veces impregnan la atmósfera semidesértica.
Las conferencias a cargo de los investigadores Alberto Diez Barroso Repiso y Sergio Suárez Cruz abordaron además la interacción de Cantona con sitios de menor rango de la Sierra Norte de Puebla que también participaron de la explotación del yacimiento de obsidiana Zaragoza-Oyameles, y de la presencia de 29 canchas de juego de pelota registradas en 21 sitios arqueológicos de los municipios de Venustiano Carranza, Francisco Z. Mena y Pantepec, como parte de un proyecto de reconocimiento de la zona.
Cantona, un sitio prehispánico que se localiza justo en la parte media entre la Cuenca de México y el Golfo Central, en el municipio poblano de Tepeyahualco, fue una gran urbe mesoamericana que contó con un centro Cívico–Religioso Principal de alrededor de 66 hectáreas con 25 barrios con sus centros secundarios; a la par que tuvo una compleja y eficiente red de vías de circulación, que comunicó toda la ciudad, pues se calculan alrededor de 4 mil calles interconectadas; tan sólo, en la parte sur de la ciudad se conocen mil 513 calles en una superficie de 400 hectáreas.
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