Cinco son las oraciones que podemos decir cada mañana para empezar con paz y alegría nuestros primeros pasos del día sobre la tierra. Este ritual es una fuente de sabiduría budista, que nos ayuda a navegar entre las complejidades de la vida, e identificar lo que nos brinda sufrimiento para poder sobrellevarlo.
Anoche, acostada y encobijada en mi cama, me centré en la primera frase: “Estoy agradecida por este nuevo día”. La repetí con la modificación de “esta nueva noche”. Guardé un momento de quietud, escuché mi respiración y la sentí en mi diafragma con mis manos reposadas en mí estómago. Amo las noches, me gusta la penumbra, me gusta la oscuridad, me gusta el silencio y si se puede -como anoche-, escuchar la lluvia.
Recién había sacado a mis perros en su paseo nocturno, chispeaba y me gusta mojarme, a ellos también. Amo respirar el aire frío, fresco y húmedo mientras camino lento en las calles vacías, alumbradas sólo por la luz mustia de un faro; disfruto sentir las gotas que rocían mi rostro y mi cabello, mis manos y todo mi cuerpo -aunque vaya enchamarrada- y, al regresar a casa, me encanta el aire húmedo que entra al abrir la puerta.
Vuelvo al momento de mi ritual nocturno. Repetí varias veces la frase: “Estoy agradecida por esta nueva noche… cada noche, cada nueva noche.” Guardé silencio y me remonté a mi infancia cuando de niña al llegar la noche, después de bañarme y ponerme la pijama, mi abuelita me llevaba a la cama, abría las sábanas y cobijas, me arropaba bien, me ponía Vick Vaporub, me daba su bendición y al retirarse, apagaba la luz. Ya en la oscuridad y el silencio, miraba hacia la ventana encortinada que me permitía ver la luz a través de las persianas, escuchar el ladrido de los perros cercanos o a lo lejos, y el maullido de algún gato trepador… Esas son mis noches, cada noche, mis nuevas noches…
“¿Por qué soy de esas noches, además del recuerdo vital de mi abuelita?”, me pregunto. Es por Eduardo Galeano que me enseñó: “Al principio de los tiempos, la tierra y el cielo estaban a oscuras. Sólo noche había”. Sólo noche hay… El principio de mi tiempo, entre la tierra y el cielo, a oscuras y en silencio, sólo noche hay. En mi mente reverberan frases en mi diálogo interior: “All is well” (Todo está bien). Me siento cobijada, que pertenezco, que estoy segura y estoy bendecida.
Al escuchar la lluvia, cierro mis ojos e imagino las gotas que rebotan en el techo, las ventanas y la acera y, si como ranitas brincan “sólo un poco así”, como otra vez, Eduardo Galeano, me enseñó en su relato:
La lluvia:
“Hasta hace unos años, los adultos uruguayos aplicaban una fórmula infalible para sacarse de encima a un niño insoportable:
-Andá a mirar la lluvia -le decían-. Y fijáte si llueve de arriba para abajo o de abajo para arriba.
Horacio Cassinelli acabó con esta útil tradición nacional.
Una tarde, sus padres, hartos de vivir condenados a pregunta perpetua, mandaron al niño a mirar la lluvia que caía en el patio.
Inmóvil como un gato, Horacio contempló largamente el repiqueteo incesante de la lluvia. Y después, informó:
-De arriba para abajo, llueve mucho. Y también llueve de abajo para arriba.
Y con dos dedos, mostró:
-Un poquito así.”
Sí, es un poquito así…