Hallar un equilibro del coztic teocuitlatl -palabra náhuatl para decir oro- y el verde del jade, para ir más allá de este dorado invertido, de esta ciudad enterrada que es la saña legada por el conquistador. Regresar, por tanto, a un equilibrio cromático –de origen mesoamericano- para regresar a la vida. Esa, fue la reflexión propuesta por la investigadora Mariana Mora en torno a lo que el oro representó para los conquistadores al llegar a la ahora Sudamérica: una ambición profunda y lacerante para buscar este material precioso que, en el caso de Mesoamérica, tuvo otro significado: uno más ligado a su tonalidad y su cromática.
En el marco de la exposición El dorado / de la utopía al mito contemporáneo que se exhibe en el Museo Amparo, la investigadora y profesora titular del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de la Ciudad de México ofreció la conferencia Entre mitos y mercados, los significados del oro a lo largo del tiempo.
Dirigiéndose a estudiantes de arte y antropología, como parte del programa Diálogos universitarios que organiza el propio museo, Mariana Mora señaló que dicha reflexión es resultado de una investigación propuesta por María Virginia Jaua, curadora de El dorado, quien le pidió trasladar el mito del dorado que marcó la obsesión de los invasores europeos en la llamada conquista de América, hacia el contexto mexicano.
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Los resultados de dicha indagación que buscó en “la historia saturada de México”, advirtió, se dan desde la antropología y van más allá de las descripciones y el fenómeno de lo que significó el mito del dorado: la búsqueda de una ciudad perdida construida en oro que se ubicaba en algún lugar del Amazonas, entre los ahora Perú, Venezuela, Brasil y Colombia.
“La exposición ayuda a entender la conquista con esta saña de querer robar las riquezas, pues el mito de la ciudad dorada perdida convence y cristaliza la idea de la conquista, de que puedes dominar la naturaleza y llegar a tener toda la riqueza”, expuso la antropóloga.
Señaló que si en ese territorio el metal constituyó ese mito, en el actual México no había mucho oro, excepto por aquel que como, coztic teocuitlatl, como “excremento de los dioses”, fluía entre los ríos expulsado por las montañas, en pepitas y polvos que eran un amarillo que era divino y cuyo valor significaba poder, lo mismo que las plumas y las piedras preciosas.
El oro entre los mexicas, continuó la ganadora del Premio internacional Haas de la Universidad de Berkeley, no se valuaba por su cantidad, pureza o por ser objeto, sino por su cromática, es decir, por sus tonalidades de color amarillo, por “el poder de hacer que las cosas brillen y hagan brillar las cosas”, como se señala en un códice.
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El tener esa tonalidad, prosiguió, tiene que ver con el pensamiento mesoamericano, con el maíz, con la tierra, que se complementa con lo verde, como los sabinos, los ahuehuetes que rodean los ríos por donde es “desechado” el oro, el coztic teocuitlatl, el “excremento de los dioses”. Así, amarillo y verde se complementan: este último hace brotar lo que yace en el primero, un espacio ríspido desde donde brota la vida, donde “el vínculo amarillo y verde jade” se oponen al imaginario del mito del dorado.
Dicha idea, destacó Mariana Mora, se opone también al actual contexto: a la forma en que este metal precioso es extraído por empresas mineras canadienses, como sucede en Los Filos y la Media Luna ubicadas en la cuenca del río Balsas, que han explotado –literalmente- las montañas para extraer las 10 millones de onzas que se calculan, haciendo minas a cielo abierto en las que no queda rastro de vida, y constituyen “dorados invertidos”, ciudades enterradas que representan la continuidad de la saña del conquistador, la misma que tuvieron al buscar el mítico dorado.
Por tanto, concluyó, el llamado de la exposición El dorado como lo muestra una de las piezas finales que incluye una serpiente de jade del pueblo Mezcala, cultura antigua ubicada en las riberas del rio Balsas que se conjunta con el amarillo que refulge y alumbra, “es ir más allá de este dorado invertido, de esta ciudad enterrada que es la saña del conquistador y regresar a este equilibrio cromático que es regresar a la vida”.