La Paz. La tarde de este miércoles, la Plaza Murillo, centro geográfico del poder político en Bolivia, estaba atiborrada de civismo: madres caminando de la mano con sus hijos que alimentaban a las infaltables palomas, viejas abuelas indígenas ataviadas bajo sus ropas multicolores rumiando hojas de coca y con celulares en sus orejas, vendedores ambulantes ofertando lechón asado, hombres divagando quién sabe qué cosas, turistas europeos agitados y resistiendo el efecto implacable de la altura paceña.
Esa normalidad aparente podría ser un efecto fantasma. Porque transcurrida una semana desde el fracasado golpe de Estado para derrocar al presidente Luis Arce, la sociedad boliviana figura más dividida que nunca en torno a si la movilización de tropas que ingresaron a la fuerza al Palacio Quemado para hacerse del poder, al mando del jefe del ejército, general Juan José Zúñiga, fue o no un “autogolpe” orquestado entre ambos personajes.
Desde que controló la intentona, el gobierno arrestó a unos 30 militares y civiles a quienes acusa de planificar y ejecutar el alzamiento; y a diario informa acerca de más diligencias policiales y judiciales que se realizan, entre otras el allanamiento y registro de cuarteles militares, para descifrar la profundidad del asalto.
El objetivo sedicioso, según dijo Zúñiga al recular, estaba acordado previamente con Arce y consistía en fingir un asalto al poder para favorecer la popularidad del gobierno, castigada por los problemas económicos del país.
Zúñiga, quien fue encarado y conminado a retroceder por Arce, está ahora preso en la penitenciaría de El Abra, en Cochabamba, acusado de terrorismo y alzamiento armado.
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Pese a que la versión del autogolpe es negada rotundamente por Arce –“yo no soy un político que se va a ganar la popularidad con la sangre del pueblo, todo lo contrario, nosotros hemos venido a reivindicar a ese pueblo boliviano que dio su sangre para recuperar la democracia”- paulatinamente aquello se instaló en el colectivo social.
Su principal impulsor es quien fue su correligionario hoy trocado en peor enemigo, el expresidente Evo Morales.
“Lucho mintió, engañó al pueblo boliviano y al mundo entero con este golpe o autogolpe”, llegó a decir y no dejó de repetir.
Arce y Morales, principales líderes del oficialista Movimiento al Socialismo (MAS), están en una disputa feroz por conseguir la candidatura presidencial de 2025, sin atisbo de solución y profundización tras los sucesos.
Ayer, El presidente colgó una declaración en sus redes sociales afirmando que “a pesar de los intereses mezquinos y ambiciones personales que quieren impedir que sigamos trabajando por el bienestar de todas y todos los bolivianos, y pese a la tristeza por el oscuro episodio acontecido la semana pasada, estamos y seguiremos firmes trabajando por el bienestar de nuestro pueblo, le guste a quien le guste”.
La próxima semana vendrá al país el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien aterrizará en Santa Cruz, para reunirse con Arce y con empresarios ansiosos de conseguir que Bolivia sea aceptada en el Mercosur.
Lula había dicho que tenía la intención de reunirse con Morales, pero el miércoles la cancillería brasileña precisó que “no está prevista una reunión con Evo Morales, con quien Lula tiene una excelente relación”.
Algunos aquí veían en ello una posible mediación entre Evo y Lucho, como llaman al presidente, pero queda al pendiente.
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