Es casi infalible: cada año, las corridas generales de Bilbao representan una especie de síntesis magistral de la temporada española. Es agosto, los toreros tienen ya suficientemente tomado su sitio y dominado su repertorio, y sin embargo, no faltan las sorpresas, ligadas casi siempre a espadas escasos de contratos que encuentran su hueco en los carteles del Bocho (excepto, claro, si son mexicanos). Este año hubo un par de manos a mano un tanto forzados e intrascendentes. Aún así, como casi siempre, se vivió una feria de gran intensidad.
Factor fundamental
¿Dónde está el secreto? En que, por regla general, Bilbao sigue lidiando las corridas mejor elegidas de la cabaña brava española. Famosa por el trapío y la descarada cornamenta de los encierros, los toros de Bilbao abundan sobre todo hechuras –el esqueleto, la musculatura, la fidelidad al tipo de cada casa. Quizá por eso, el porcentaje de toros bravos y encastados supera con mucho la media, consecuencia de elegir encierros según la tradición de dar preferencia a divisas que se lo han ganado en el ruedo y visitando con suficiente antelación las dehesas para escoger el hato más apropiado. El toro como fundamento y eje de la fiesta.
Este año se lidiaron encierros de El Capea –que cumplió bien en el festejo de rejones–, La Quinta –interesante, magnífico encierro del cada vez más raro encaste Santa Coloma–, Domingo Hernández –tres toros magníficos y tres no tanto–, El Pilar –sosos, sin codicia–, Alcurrucén –un encierro de lujo, que propició una corrida llena de matices–, Jandilla –proporcionó los toros más ligeros pero también los más encastados del ciclo–, Fuente Ymbro –tan decepcionante como las declaraciones de su criador en el sentido de que “esperaba un rendimiento peor” de su encierro–, Adelaida Rodríguez –mal debut, destartalada, sosa e inválida– y Victorino Martín, que cerró feria con un encierro variado e interesante –Diego Urdiales le cortó oreja al 2º y Ferrera dio vuelta a la muerte del 4º.
¿Algo negativo? Demasiados claros en los tendidos de Vistalegre, que ni siquiera con los carteles más fuertes llegaron a cubrirse. Son las repercusiones de la crisis en los bolsillos de la gente.
El Juli, en maestro
Suya fue la única puerta grande –sólo permitidas en Bilbao cuando se cortan dos orejas al mismo toro– pero, sobre todo, suya fue la faena de más contenido de la feria. Para entonces –5º de la tarde del día 19– ya había desorejado a “Violín”, un bravo y noble ejemplar de Garcigrande al que toreó a placer, sobre todo por naturales. Pero el quid estuvo en que “Droguero”, que empezó arrollando y calamocheó feamente contra el peto, y no tardaría en rajarse. Todo un reto para la muleta más poderosa del toreo. Y seguramente su cabeza más clara, como enseguida se confirmó. Porque el mérito de El Juli estuvo precisamente en cómo obligó al manso a volver sobre su imperiosa flámula cuando lo que quería era escapar hacia tablas. Y lo hizo además toreando en redondo, con un temple y un poder, y un modo de graduar alturas y distancias realmente asombroso. Empezó a lidiarlo desde el primer tercio, cuando para ir enseñando y sometiendo al manso improvisó un quite insólito, por chicuelinas primero para agregar, llevándolo como con cordel, tres verónicas y media de cuidadoso temple. Al final, con la espada dentro, “Droguero” tardó en doblar y el premio se redujo a una modesta salida al tercio, muy ovacionada pero sin relación con el mérito de tan deslumbrante exhibición de maestría.
Y es que a veces los públicos, incluso el de Bilbao, suelen perder el norte.
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Fandiño y Ponce
Por ejemplo, cuando abroncaron al juez por negarle la segunda oreja a Enrique Ponce, que había faenado con sapiencia y estilo al noble “Treinta y Uno” de Domingo Hernández, siempre muy respaldado por ese continuo aplauso que a otros les cuesta tanto arrancarle al cónclave bilbabíno. Esa faena, rematada con una estocada caída, la superaría el valenciano en su último toro del día 21, “Chispero”, de Alcurrucén, al que al que su picador dejó de seda, con una suavidad casi mexicana. La faena de Enrique, excesivamente larga, recordó también las de la México, sólo que aquí con todo un toro. Mató de media caída y descabello a la última, que si no, nada habría evitado que Matías Rodríguez, el hombre del palco, tuviera que mostrar el pañuelo por duplicado. Porque a Ponce Bilbao lo adora, y él, a su aire y sin apreturas, se mide menos y se entrega más que en ningún lado.
Iván Fandiño, un caso de voluntad indómita, es de los que rinden honor a la moral samurai, ésa que desde su aparición puso en liza José Tomás, y después de él unos pocos más. Tocó al de Orduña el toro más fiero del reparto, un Jandilla ligero y astifino llamado “Cachero”, y el torero estuvo tanto o más bravo con él. Aunque quizá no haya empleado la técnica adecuada: el hombre se faja por igual con el noble que con el codicioso –cite frontal, ajuste máximo, ligar sin perder pasos y todas las ventajas al toro–, pero “Cachero” exigía más espacio y toques que alargaran sus viajes para demorar esa felina manera de repetir, más ceñido según se cerraba el círculo del toreo en redondo. La faena, muy emocionante, de mucha entrega y mucha verdad, abundó en enganchones y trances apurados. Al final, sobre la derecha, el mando del torero consiguió atemperar aquel torrente de casta, pero lo cierto es que la estocada –volapié fulminante, el mejor de la feria– llegó cuando las energías de “Cachero” daban para redondear mejor la faena. Pero la emoción había sido tanta, y tan sincera la entrega, y tan formidable el estoconazo, que el público montó una bronca ensordecedora cuando el juez sólo concedió un apéndice. Al revés de Ponce, Fandiño procura minimizar el castigo en varas. Y fue sensación unánime que “Canchero” llegó al último tercio demasiado crudo, entera su exigente e infatigable casta.
El viernes, en su mano a mano con Perera, los de Fuente Ymbro se la pusieron imposible a Iván; aún así, el torero que nunca desmaya pudo desorejar al rajado 2º. La perdió al descabellar.
Oreja de peso a Perera
Al contrario de los consentidos, el extremeño tuvo que sacar a pulso las ovaciones de un público austero y reservón. Se presentó con una de las corridas más interesantes del ciclo –miércoles 21, toros de Alcurrucén– y estuvo a punto de desorejar a “Afanado”, un veleto con mucho que torear. Miguel Ángel respondió con una faena de alto bordo –ni un paso atrás, ni un enganchón que maculara la muleta mandona y baja del extremeño–. Incluso cuando, hacia el final, invadió el terreno del astifino animal con absoluto desparpajo y realizó allí diablura y media, pero en tono de gran torero. Estoconazo y toro que se amorcilla. Suficiente para que la petición languideciera y redujera honores a una ovación desde el tercio. Luego, con “Diplomático”, un castaño claro aplomado y remiso, Perera se empleó nuevamente a fondo, le puso cerco dando los muslos por carnada y terminó bordándolo al natural. Faena larga, de gran mérito y emoción, amortiguada tal vez por el patente poderío del diestro. Estocada y nueva salida al tercio, sin más.
El viernes 23, con los mansos de Fuente Ymbro, suya fue la faena más coherente y redonda de la tarde, a base de muletazos de gran largura y temple. Por suerte, “Tramposo” rodó pronto tras contundente volapié y Perera pudo cobrar una de las orejas más caras del ciclo.
Para alentar la esperanza
En un medio –el taurino– habituado a impunes injusticias, Bilbao ofreció su oportunidad a un puñado de toreros con más cualidades que contratos. Y el domingo 18, con el excelente lote santacolomeño de La Quinta, cada alternante cortó una oreja. Luis Bolívar del encastado “Buenas Tardes”, al que aguantó y mandó con decisión y largura; Manuel Escribano del muy pastueño “Lumbrero”, con el que trocó en terso y templado su estilo ampuloso y espectacular; y Rubén Pinar del cierraplaza “Dobleño”, bravo y noble, el más completo del sexteto, al que cuajó una faena acelerada a veces pero preñada siempre de sincera torería.
De parecido corte aunque más fina y estilizada sería la de Juan del Álamo a su primer Jandilla del jueves. “Vinazo” fue un toro ideal, emotivo y noble, obediente pero con casta. Y como Pinar, Del Álamo tardó algo en templarse. Pero nunca perdió la línea ni las ganas de aprovechar la repetidora embestida, por lo que pese a la defectuosa estocada, pudo pasear la oreja del magnífico astado.
Durante la semana se rumoreó que uno de los abocados a sustituir a Morante en la corrida de Jandilla era Joselito Adame. Por lo que mucho que mostró en Madrid, creo que hubiera estado en condiciones de mejorar la actuación de cualquiera de estos cuatro triunfadores inesperados.
David y Goliat
Y el sábado, gran tarde de Alberto Aguilar. Hubiera podido desorejar a su primero si mata bien. Con el 5º tris, reventó la plaza. El torazo, de Puerto de San Lorenzo, pesaba 676 kilos y tapaba al pequeño torero, pero fue suave y, aunque rajadito y escaso de fuerza, algo colaboró. Pletórico, valientísimo, Aguilar terminaría cuajándolo, con gran toreo izquierdista e imaginación y casta para redondear una faena impensable. Estoconazo letal y una oreja de muchísimo peso.
Cornada fuerte a Fortes
Si algo le sobra al espigado malagueño es un valor de la mejor cepa, exento de aspavientos y alharaca. Pero los toros lo están castigando mucho. El miércoles 21 reaparecía de una cornada y se encontró con otra peor. Y todo por un descuido, de ésos que nunca debe permitirse un torero mientras esté delante del toro. La faena estaba hecha, templada y quieta, pasándose al buen Alcurrucén a la mínima distancia. Pero se quedó en la cara tras un remate, sin darle importancia al zaino, y “Arrestado” lo prendió y campaneó horrorosamente y prácticamente le atravesó el muslo. Cornada grave, aunque por fortuna sin daños mayores.
Talavante, así así
Tomó el lugar de Morante, vacante por cornada, en el cartel fuerte de las generales –lunes 19– y a punto estuvo de desorejar al zaino “Andaluz”, otro estupendo toro de Garcigrande. Sigue siendo el más imaginativo y original del escalafón, y mantiene su valor intacto, pero ha adquirido el inexplicable vicio de despedir con un muñecazo muy pronunciado cuando torea en redondo, y eso le resta despaciosidad y armonía a su toreo. Cuando, cualquier día de éstos, retome el temple largo y personalísimo que hizo posibles algunas de las faenas más hermosas, hondas y redondas de los últimos tiempos –la de “Cervato” en Madrid, la de “Esparraguero” en Zaragoza, las de su temporada 2010–11 en la México–, aderezadas todas con detalles de gran sabor y emotividad, estaremos de nuevo ante el Talavante mejor y más auténtico.
Aun así, los bilbaínos lo obligaron a dar una aclamada vuelta al ruedo.