Con un marco espectacular, la ciudad catalana albergó unos juegos a los que volvieron Cuba y Corea del Norte. No hubo boicots, pero entre 1988 y 1992 el mundo sufrió cambios trascendentales en su división geográfica. La Unión Soviética se estaba desmoronando, y a la separación de Estonia, Letonia y Lituania, que enviaron a los Olímpicos delegaciones independientes, los integrantes de la gran potencia tuvieron que soportar el hecho de asistir a Barcelona enfundados bajo los improvisados colores y el nombre de “Equipo Unificado” que el COI se sacó de la manga. Yugoslavia, que iniciaba entonces una larga y muy violenta cadena de conflictos entre sus distintas etnias, fue apeada como delegación en sí, aunque se les permitió a sus deportistas asistir bajo la denominación de “atletas independientes”. Alemania, al contrario de la URSS, se había unificado, y por primera vez en muchos años volvía al olimpismo como un solo país, aunque los resultados de la reunión de las que fueran dos potencias deportivas no serían los esperados.
Por última vez en el siglo XX, alguien apartó a Estados Unidos del primer lugar en la tabla de medallas. Los exsoviéticos aprovecharon lo que les quedaba de la infraestructura deportiva de su otrora país, y todavía les alcanzó para obtener 45 de oro, 38 de plata y 29 de bronce. Los estadounidenses replicaron con 37, 34 y 37, respectivamente. El tercer lugar lo ocupó Alemania, y el cuarto, China, la potencia en ascenso.
En Barcelona, Estados Unidos volvió a perder en los 100 metros planos, esta vez ante el británico Linford Christie, veterano de 36 años del que nadie esperaba nada, pero que hizo que Lewis volviera a quedar estupefacto, y esta vez ni el antidoping le pudo dar el oro.
El básquetbol vio la llegada del profesionalismo absoluto, único recurso que les quedaba a los estadounidenses para evitar las derrotas. Así, Jordan, Johnson, Pippen, Barkley y demás se convirtieron en un inolvidable espectáculo con sus aplastantes victorias.
En la natación, Alexander Popov sorprendió al mundo al ganar los 50 y los 100 metros libres. Su reinado como el nadador más veloz del mundo se mantuvo hasta sus victorias en el campeonato mundial de 2003, disputado, curiosamente, donde todo comenzó: en Barcelona. En la rama femenil destacó la húngara Kristina Egerszegi, con sus victorias en los 100 y los 200 metros dorso, además de los 400 metros combinado. Su compatriota Tamas Darnyi encabezó los 200 y los 400 metros en la modalidad de combinado, pruebas en las que ya había triunfado en Seúl.
La máxima figura de los juegos fue, sin embargo, el gimnasta Vitali Scherbo, primero en la historia en ganar seis medallas de oro en unos mismos juegos.
Para México, solo Carlos Mercenario pudo salvar a la delegación de volver en blanco. El andarín marchaba tercero en la prueba de los 50 kilómetros de caminata, detrás de Andrey Perlov, del Equipo Unificado, y del polaco Robert Korzeniowski. Para fortuna nacional, esta vez fue el segundo el blanco de los jueces, y su descalificación le permitió a Mercenario colgarse la medalla de plata.