Septiembre en México es considerado el mes de la patria, y jubilosos lo manifestamos a través de múltiples conductas, desde ataviar las casas, sobresaliendo la bandera como el principal de nuestros símbolos; hasta multicolores luces que adornan, rebosantes y alegres, las principales calles de las capitales en toda la República.
Siempre me ha gustado nuestro lábaro patrio. Esta apreciación no es particularmente mía. El 20 de mayo de 2008 el diario español 20 minutos, en una encuesta a la que respondieron durante 48 días más de 7 millones y medio de votantes, colocó a la bandera de México como la más bonita del mundo. Efectivamente habrá sentimientos nacionalistas que nos impulsen a manifestar que lo propio es lo mejor, pues los tres colores verde, blanco, rojo, con un águila central que devora a una serpiente, puede hacernos evocar muchos sentimientos de calidad especial, por tener una estética particular. Sin embargo, siempre me he preguntado sobre la base que sustenta este símbolo y debo remontarme a lo que me enseñaron en la escuela.
Un grupo de indígenas guiados por una profecía buscaron hasta hallar precisamente a esta águila, parada en un nopal que debía encontrarse en medio de un lago que a su vez, debería engullir a una víbora. Sin embargo, siempre he pensado que este fue un mito poco probable, pues nadie en su sano juicio emprendería un viaje sin retorno buscando algo tan fortuito. Por otro lado, el mito de la fundación de Tenochtitlan tiene como antecedente solamente un documento antes de la llegada de los españoles conocido como el Códice Boturini y en el que se encuentra la denominada Tira de la Peregrinación en donde está representado efectivamente un viaje. Pues se sabe que este documento fue creado a partir de un deseo del emperador Itzcóatl (1428–1478), quien después de ordenar la quema de todos los documentos aztecas, quiso volver a escribir la historia bajo una visión mítica y religiosa, de modo que pudiese marcar un parte aguas en lo que ya era el domino regional de este aguerrido pueblo. Además no se puede comprender que el águila se comiera a una víbora siendo que este animal era particularmente reverenciado en todas las culturas mesoamericanas, hasta el grado de que una de las deidades más veneradas era Quetzalcóatl o “Serpiente emplumada”. En la cultura occidental, la serpiente se consideraba un ser vinculado con el mal. Hay que recordar cómo fue engañada Eva en el paraíso terrenal.
Finalmente se sabe que un sacerdote que se llamó Diego Durán (1537–1588), en una narración de los mexicas propuso que el águila representara el bien y la serpiente el pecado, para así redondear el mito del viaje desde Aztlán hasta el centro de México, de la misma forma en la que el culto a la diosa Tonantzin en el cerro del Tepeyac, fuese sustituida por la veneración a la virgen de Guadalupe en el mismo lugar.
Nuestra bandera no solamente es extraordinariamente hermosa, sino también debe marcar lo más elevado de nuestra conciencia patriótica, como es el honor, la gallardía, la dignidad y la entereza. Debemos sentirla como el puntual reconocimiento de nuestro rico pasado. Tomarla o mostrarla no solamente implica el lanzar gritos desaforados como los que se acostumbran cada 16 de septiembre, fecha en la que conmemoramos el inicio de nuestra independencia sino el sentir que debemos ser libres y soberanos, primero en una forma individual para después buscarlo y concebirlo en la colectividad. Por supuesto no podemos renegar de nuestro pasado mítico, pero creo que podemos aspirar a algo más profundo, indagando en la historia y haciendo interpretaciones lógicas que tengan sentido común. Seguro es que así podemos aspirar a ser mejores mexicanos.