La oposición de derecha en México, no ha logrado superar las turbulencias provocadas por la crisis que la envolvió después de la contundente derrota sufrida el dos de junio pasado.
Su primer intento de asociación para enfrentar y detener el impetuoso crecimiento electoral de Morena, fue el llamado Pacto por México PxM), propuesto y firmado el 2 de diciembre de 2012, apenas un día después de haber asumido la Presidencia de la República Enrique Peña Nieto; acompañaron al presidente en la firma de ese documento Jesús Zambrano Grijalva por el PRD; María Cristina Díaz Salazar, Presidenta del Comité Ejecutivo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Gustavo Madero Muñoz, Presidente Nacional del Partido Acción Nacional (PAN). En un acto de vil sometimiento político y una enorme difusión mediática, creía la derecha haber encontrado una solución electoral que fortaleciera a los partidos firmantes y que, además, permitiría el crecimiento de la economía.
El PxM, sin abandonar el ambiente neoliberal, y más bien reforzándolo, constaba de tres ejes rectores, cinco acuerdos y 95 compromisos asumidos con entusiasmo por los firmantes del PxM. Una de las primeras reformas impulsada por el PxM fue la Educativa, que enfrentó el férreo rechazo de las bases magisteriales.
Todavía en 2012, los partidos claudicantes de la derecha, habían participado en las elecciones presidenciales con proyectos similares, pero con distintos candidatos: Enrique Peña Nieto del PRI (38.2 por ciento de la votación); Josefina Vázquez Mota por el PAN (25.4 por ciento) y, marginalmente, el impresentable Gabriel Quadri por el efímero Partido Nueva Alianza (2.3 por ciento); a López Obrador, se le atribuyó el 31.7 por ciento de la votación total. De hecho, el Pacto por México, prefiguró lo que sería el mapa político del país: por un lado, los distintos partidos de la derecha y las coaliciones electorales que promovió la derecha y, por el otro, Morena aliada al Partido de Trabajo y al Verde Ecologista. La derecha, que seguía –y sigue–sin rumbo pues nunca ha ofrecido un proyecto de nación, más o menos acabado, que atrajera a la población, siempre calló su perfil neoliberal, que sabían repudiado por los electores.
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En las elecciones presidenciales de 2018, para enfrentar al candidato de la sociedad, Andrés Manuel López Obrador, la derecha se agrupó en dos coaliciones; una, liderada por Acción Nacional, la Coalición Por México al Frente, compuesta por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, tuvo como candidato a Ricardo Anaya; por su parte, encabezada por el PRI, la Coalición Todos por México, integrada por el PRI, el Verde Ecologista y Nueva Alianza (Panal), propuso como candidato a José Antonio Meade, un oscuro, pero fiel escudero de la derecha.
El triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2018, provocó un trauma gigantesco en la derecha, y lo que siempre se negó, se hizo evidente: surgió ya sin embozo alguno ese engendro llamado PRIAN, que, sobre todo, mimetizo al Revolucionario Institucional con su antiguo opositor y se sometió a su caudal de prejuicios sociales, políticos e ideológicos, a la cultura decadente conservadora de la derecha más conservadora, así como su lucha contra la intervención directa del Estado en el proceso económico y su atraso ideológico. Y como el PRI desde el PxM nada tenía que aportar, ni a la derecha y nada a la izquierda, se entregó sin condiciones al panismo, al grado de tener que soportar el desprecio de parte de su candidata: “yo nunca trabajaría con gente como Alito”, dijo alguna vez la señora X y el dirigente del PRI, sólo sonrió.
Pero si algo se mostró con la victoria de Claudia Sheinbaum, fue el hecho de que los propios panistas y priístas, la derecha, pues, han mostrado su real catadura: se encendió el ventilador y los ha manchado a todos.
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