Las tareas iniciales del gobierno, las que no debían tardar en su inicio, eran conjugar la imaginación con el accionar; lo primero para cambiar y, lo segundo, para tapar hoyos perversos, eliminar dispendios y fugas ilegales. Toda vez que se tenía una República que, en mucho, simulaba ser una democracia, aunque era una acabada plutocracia.
Han pasado cinco años, y en la ruta final del sexenio se aprecia con suficiente claridad lo acontecido. Al parejo, la hacienda pública se provisionó con vastos recursos que antes se iban por el ducto de la irresponsabilidad, la corrupción, e impunes apañes de los bienes públicos. Y, también, sucedió al momento de emprender grandes obras de infraestructura la profundización del trascendente conjunto de políticas sociales.
Para la combinación de estos trabajos hubo que recaudar y rescatar recursos por un billón y medio de pesos por arriba del ingreso acostumbrado. Para variar, se tuvo que librar a la incrédula y obstinada oposición que insistía en negar que tales recursos, existieran en adición a lo que ya se usaban, año con año, como presupuesto conocido. No le atinaban a cifra alguna. Todos los cálculos, sostuvieron con soberbia, de los conservadores quedaban por demás cortos y muy alejados de la narrativa oficial. El naciente intento de reformar al régimen quedaría mocho y atiborrado de vanas promesas. Ahora, por más evidencias que tienen frente a sus necias entendederas, no pueden dar su brazo a torcer.
Sin emprender reforma fiscal alguna, el volumen de recursos empleados es de proporciones históricas. Alcanzó para tres enormes obras de infraestructura que están casi concluidas en vías de operar a toda su capacidad. Las innovaciones sociales, caen sobre una sedienta población necesitada de ayuda y justicia. Son obras “electoreras”, clamaron y siguen tarareando con su corta mirada de atacar al odiado Presidente, antes de querer entender lo que, en verdad, ha sucedido ante sus desorbitados ojos. Aunque, hay necesidad de decirlo una vez más, lo trascendente ha sido el ensanchamiento de la conciencia colectiva y la firme voluntad de continuar apoyando el cambio en proceso.
La transformación del régimen está a unos cuantos pasos de su madura conclusión. La separación básica del mando plutócrata, de las decisiones políticas, ha sido tajante y parece irreversible. La fortaleza que se impone a la hacienda nacional para soportar el porvenir exige mucho mayores flujos disponibles. De no tener de dónde recortar, el gobierno venidero quedaría constreñido y sin poder emprender el segundo piso prometido. Se han dado suficientes pruebas del uso honesto y eficiente de los recursos públicos. Ya no hay dispendios ni desvíos de haberes que van a parar a los bolsillos de los traficantes de influencia. Si, por desgracia, ocurren robos o mal uso de los mismos, se persiguen y castigan. Se combate, frontalmente la impunidad, aun cuando, falsas acusaciones, surjan por ahí y por allá.
La creciente bonanza de las grandes fortunas de actuales mexicanos (Oxfam), que es preciso estudiar con detenimiento, requiere la necesidad de impedir su progreso mediante instrumentos fiscales. No hacerlo impedirá inducir y asegurar la justicia distributiva entre los menos favorecidos. Por tanto, habrá que meditar, con severa audacia, la tarea por demás pendiente, de buscar y visualizar correctores efectivos. Los millones de mexicanos en extrema miseria, exigen atención prioritaria. Un masivo programa para su salvación requerirá cifras sin precedente.
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