Gianna Angelopoulos, presidente del comité organizador de los juegos de Atenas 2004, era ministra de Cultura de Grecia al momento en que el COI decidió otorgarle a Atlanta la organización de los llamados juegos del centenario, es decir la edición XXVI, a efectuarse en 1996. En aquella oportunidad, Angelopoulos sentenció: “La mercadotecnia ha derrotado a la cultura”, en lo que fue un justo reclamo por haberle concedido a la ciudad estadounidense un certamen que le correspondía, por justicia histórica, a la capital griega.
Derrotando a Atenas por 51 votos contra 35 en la ronda final, la ciudad de la Coca Cola y de Margaret Mitchell –autora de Lo que el viento se llevó– recibió a las 197 naciones que asistieron al festejo de los primeros 100 años de la idea de Pierre de Coubertin.
Con todo a su favor, nadie dudaba de que Estados Unidos volvería a su puesto de rey olímpico. Concluida la charada política más compleja del siglo XX (y quizá de toda la historia), la Unión Soviética se había atomizado en 15 repúblicas. Rusia, la más poderosa de ellas, llevada por la inercia de lo que dejara el régimen rojo, todavía podría disfrutar de un par de ciclos olímpicos siendo un rival digno de los estadounidenses. De las demás, solo Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán darían un poco de pelea, aunque muy lejos de los primeros puestos del medallero. Lituania únicamente ofreció básquetbol, y las demás repúblicas, nada de importancia.
Alemania no estaba lejos de la situación de los exsoviéticos. Perdido el afán de competitividad, los antiguos germanos orientales dejaron de ser los superatletas de antaño, y en Atlanta los teutones todavía arañaron el tercer lugar del medallero, pero con 17 preseas menos que en Barcelona y 82 menos que en Seúl.
La única potencia regular seguía siendo China, que en Atlanta se mantuvo en el cuarto puesto de la tabla final.
A pesar de su dominio (43 medallas de oro, 32 de plata y 25 de bronce), Estados Unidos perdió muchas pruebas importantes que, sin duda, hirieron su enorme orgullo. La más importante quizá fue la de los 100 metros planos… otra vez. El canadiense Donovan Bailey cobró viejas cuentas pendientes, y no solo ganó la carrera, sino que lo hizo descendiendo a 9.84 segundos el récord del mundo.
En la natación, Alexander Popov renovó sus títulos en los 50 y los 100 metros libres, y en la rama femenil a los yanquis se les apareció la irlandesa Michelle Smith, vencedora en los 400 metros libres y en los 200 y 400 combinados. Los locales protestaron acusándola de doparse, pero el antidoping salió negativo.
Pese a lo anterior, Estados Unidos contó con dos figuras incuestionables: la nadadora Amy van Dyken, ganadora en 50 libres, 100 mariposa, 4 por 100 libres y 4 por 100 combinados, y el velocista Michael Johnson, primer hombre en conquistar en una misma justa los 200 y los 400 metros planos.
Para México, la caminata fue, una vez más, la que salvó a la representación de volver con las manos vacías. Bernardo Segura concluyó tercero en los 20 kilómetros.