En la actualidad se dispone de diversas herramientas que podrían servir para reducir e impedir la violencia contra las mujeres. Existen marcos jurídicos, espacios formativos, instituciones y organizaciones sociales que trabajan por los derechos de la mujer, entre otros. Sin embargo, y pese a eso, la violencia contra las mujeres continúa siendo uno de los desafíos más grandes en materia de derechos humanos en el mundo. La violencia de género contra la mujer sigue siendo atroz, un problema de salud pública, una flagrante violación de los derechos humanos y una estrategia vil del sistema capitalista heteropatriarcal, que urge erradicar.
Crecí en una familia amorosa y, sin embargo, nunca exenta de violencia. Me considero una mujer fortalecida y consciente, con una autoestima que me permite ser medianamente funcional en la vida cotidiana. Conozco varios mecanismos y recursos a los cuales puedo acceder para prevenir, identificar, denunciar y evitar la violencia de género y, de todas formas, me siento altamente identificada con el movimiento “#MeToo”. Contar con recursos para evitar la violencia de género contra mi persona, me ubica en una condición privilegiada. La realidad violenta hacia las mujeres es cada vez más generalizada y cruel. Basta con leer o escuchar las noticias o buscar estadísticas actualizadas de las condiciones de violencia y riesgos que enfrentamos las mujeres, para reconocer que no todas las mujeres contamos con las mismas alternativas para evitar la violencia; la creciente ola de feminicidios, son testimonio de un sistema injusto. El panorama históricamente adverso, se intensifica en el contexto creciente de violencia social y política en nuestro país y en el mundo.
Resulta urgente generar estrategias que permitan a las mujeres desarrollar y potenciar capacidades, conocimientos y habilidades, para que en lo cotidiano podamos desmontar los laberintos complejos de los sistemas económicos, políticos, sociales y culturales que permiten y han permitido la producción y reproducción de la violencia feminicida. No es necesario partir de la nada, podemos mirar las experiencias exitosas de muchos grupos de mujeres que desde el trabajo comunitario, la generación de conocimiento, las cooperativas de artesanas, los colectivos feministas, grupos estudiantiles, mujeres indígenas, la creación de arte alternativo, popular y emancipatorio van transformando el modo en que se distingue la violencia y permiten desnaturalizarla, de tal modo que, transforman percepciones de la violencia y la forma en que reaccionamos a la misma favoreciendo los procesos de gestión, de cambio social a partir de las pequeñas acciones cotidianas tanto personales como colectivas a las que algunas teóricas han denominado micro revoluciones.
El arte colectivo y feminista es un ejemplo de esto. La práctica artística socialmente comprometida se ha convertido es una importante herramienta contra la violencia de género hacia la mujer y como un vehículo comunitario que va incidiendo en la promoción, la intervención y los procesos de sanación de las mujeres sobrevivientes de la violencia desde la mirada holística psique, soma, nous.