Hace ya varios años tuve la oportunidad de escuchar una conferencia sobre Arqueoastronomía impartida por Jesús Galindo Trejo, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM dedicado al estudio de todo lo relacionado con la astronomía y las sociedades mesoamericanas. En ese momento, nos ejemplificó con la relación que existía entra el templo de las pinturas de Bonampak y la Vía Láctea -argumentación disponible en el artículo “Astronomía y pintura mural” de su autoría-, correspondencia que nos parece inverosímil cuando sólo tenemos en mente el vox populi que relaciona a nuestros antepasados mesoamericanos con la Luna y el Sol. Por el contrario, si algo me ha dejado el estudio de lo relacionado con Mesoamérica, antes y después de los procesos de conquista, es la clara idea de que cada expresión que encontramos puede tener una explicación simple, aunque en realidad conlleva múltiples otras por la complejidad de las sociedades que las produjeron y su cosmovisión, construida por milenios. Como nos dice Galindo en su artículo “La Astronomía en la cultura prehispánica mesoamericana”, publicado en la Revista de la Universidad de México en septiembre de 2023, en “Mesoamérica surgieron de manera autónoma varias civilizaciones que desarrollaron un sistema calendárico propio, vigente durante por lo menos tres milenios. Este bien cultural, junto a otras caracterísiticas —como la construcción de pirámides, de canchas de juego de pelota, un sistema numérico vigesimal y sobre todo, una alimentación basada en el maíz, frijol, calabaza y chile—, les otorgó una identidad y, posiblemente, una manera propia de concebir el universo. El calendario alcanzó tal trascendencia que se convirtió en un objeto de culto, pues se consideraba que los dioses ancestrales lo habían inventado y obsequiado a los seres humanos”. En efecto, de una meticulosa observación de los astros y sus ciclos, en relación con los ciclos agrícolas y de vida, tanto de especies diversas como del ser humano, se fueron desarrollando estos calendarios de los que habla Galindo; sin embargo, el conocimiento y comprensión de los astros no sólo contemplaba cuestiones prácticas, sino también muchas otras relacionadas con aspectos rituales y de identidad de los pueblos.
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Esta entrega está motivada en principio por las reacciones de asombro que recibí en un par de conversaciones de divulgación que he tenido en recientes fechas donde he compartido algunas ideas en torno a las pinturas de Cacaxtla, esgrimidas por diversos especialistas, entre los que se cuenta Jesús Galindo y algunas otras que yo mismo he planteado ya en artículos anteriores –“Cacaxtla y lo maya”-. Primero, en una conferencia/taller que di en el marco de la Primera Feria del Libro sobre Derechos Humanos que organizó la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla, donde, por cierto, hubo una nutrida participación de estudiantes de preparatoria; después, en el marco de un curso que doy sobre Historia de México a Adultos Mayores; en ambos espacios mencioné la interpretación que da Jesús Galindo a las pinturas murales que se encuentran en el denominado templo de Venus en Cacaxtla, cosa que causó sorpresa entre los asistentes en ambas actividades: dichas pinturas representarían una sorprendente conjunción que se dio entre el planeta Venus y la constelación de Escorpión en pleno apogeo del sitio en el Epiclásico. Según su capítulo “Una visión celeste de Cacaxtla: estudios arqueoastronómicos de su pintura mural”, publicado en el libro “La pintura mural prehispánica en México V | Tomo II”, la “representación del personaje masculino que porta el glifo de Venus y que tiene cola de escorpión sugiere la posibilidad de que se esté indicando un evento celeste real, es decir, la conjunción del planeta con la constelación sureña del Escorpión. Con tal fin hemos revisado el cielo, visto desde este recinto, a lo largo de un siglo, de mediados del siglo VII a mediados del VIII, tomando en cuenta un momento de observación importante como es el día del solsticio de invierno. En esta época del año es cuando la conjunción citada se observa de madrugada en el cielo del oriente. Así encontramos que a partir del año 656, Venus se acercó a la estrella β del Escorpión que corresponde a uno de los pedipalpos o tenazas de este arácnido celeste. La distancia que los separó fue apenas de 1º41’. Conforme avanzaron los años, en una secuencia de aproximadamente 8 años, Venus se acercó en 680 a la misma estrella a sólo 1º32’. A partir de este año, Venus empezó a alejarse de tal forma que para 760 se encontraba ya a 4º de distancia de esa estrella”. Tal afirmación resulta sorprendente pues implica que los habitantes de esa importante ciudad del Valle Puebla- Tlaxcala, tuvieron, como muchas otras sociedades mesoamericanas, un profundo conocimiento astronómico; a su vez, elaboraron un intrincado discurso pictórico en este templo conectado con otros elementos pictóricos de la zona arqueológica en su conjunto, cuya temática giraba en torno a la deidad del maíz, el culto al planeta Venus y a diferentes advocaciones -entre las que se encuentran Tlahuizcalpantecuhtli y Xólotl- de la deidad conocida posteriormente como Quetzalcóatl. De hecho, remito a quien interese, al estupendo trabajo realizado por numerosos investigadores en torno a Cacaxtla y que se encuentra publicado en tres volúmenes por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y que están disponibles para su descarga gratuita. Ahí mismo encontrará el público en general otros libros dedicados a la pintura mural de otras tradiciones mesoamericanas, como Teotihuacan o Oaxaca.
Como lo dije líneas arriba, quedé satisfecho al ver que tan interesante hallazgo de Galindo en torno al Templo de Venus haya producido en mis interlocutores tanta sorpresa y fascinación como la que me produjo a mí. El trabajo de divulgar el conocimiento científico en general y el de Mesoamérica en particular, es relevante pues nos permite comprender el pasado de esas culturas y ubicarnos en relación con ellos, no a la distancia, como generalmente se ha visto en la divulgación histórica, sino en cercanía con ellos. A su vez, considero necesario enfatizar la sorprendente capacidad que estos pueblos tuvieron para comprender, explicar y transformar su entorno en relación con su Cosmovisión. Como dice Galindo en el artículo de la Revista de la Universidad de México, la “excepcional relevancia de la astronomía prehispánica en la evolución cultural de Mesoamérica está presente en sus edificaciones. Afortunadamente algunos de los grandes avances alcanzados por el ingenio y la agudeza de los observadores prehispánicos del cielo podemos admirarlos aún ahora. Incluso algunas de las ciudades mexicanas actuales permiten recrear, por medio de sus trazas urbanas, algunos eventos solares que nos señalan la trascendencia que alcanzó el calendario prehispánico”. Y, como hemos visto, no sólo el calendario, sino la forma en que nuestros antepasados se vinculaban con los astros y, quizá preguntarnos, qué consecuencia tiene ello en las comunidades del presente. Hay mucho que trabajar en cuanto a lo mesoamericano, y mucho más en cuanto a lo arqueoastronómico. Espero contribuir con estos espacios de divulgación a interesar a más personas en estos temas y a que alguien decida dedicarse también al estudio de estos fenómenos.
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