Estoy convencido de que la crueldad, al menos la que conocemos el día de hoy, surge de la Modernidad, es decir, de las relaciones que estableció Europa al ir extendiendo su dominio por el orbe desde el Renacimiento. Por supuesto, me refiero a ese dominio económico, político, moral y epistémico, que tanto se ha venido denunciando desde un enfoque decolonial. En este sentido, como ya lo he comentado en otra columna hace unas semanas intitulada “Sapiens animales”, nuestra relación con los animales ha venido marcada por nuestra forma de concebirlos, ya sea como un regalo divino (al considerarnos criaturas escogidas por dios para gobernar a las demás) o como una consecuencia de nuestra evolución, es decir, al ser la especie más evolucionada, podemos disponer de las otras que no lo son como nos plazca. Quizá la más perversa manifestación de esta dominación que tenemos frente a los demás seres que habitan el mundo, y que motiva esta entrega, es el asesinato de un perro por parte de un sujeto que lo arrojó en un cazo con aceite hirviendo. La acción, deleznable en sí misma, por más que sea inexplicable, sórdida, no es nueva; de hecho, puedo garantizar que todos contamos en nuestro haber de historias de familiares o conocidos que, con saña y lujo de violencia, han maltratado a algún animal, gato, perro, o lo que sea. Y si en algún momento nos aventuramos a un rastro, bueno, las imágenes y sonidos nos quedarán impregnadas en la mente por siempre. ¿Son naturales la saña, el odio, la abyección? Por supuesto que no. De hecho, soy partidario de la idea de que la violencia, la agresividad, el odio, la saña y todo lo que las acompaña, son aprendidas socialmente. Por tanto, no podemos escudarnos en la comodidad de la idea de que el ser humano es violento por naturaleza pues, si hurgamos a detalle en la historia de la humanidad, encontraremos muchas otras formas de relacionarnos con los demás habitantes de este planeta y que no son de subordinación, control y depredación.
Siguiendo estos argumentos, me surge la duda: ¿cuál era la relación que guardaban los antiguos pobladores de lo que hoy es México con los animales que les rodeaban? Según Guilhem OIivier en su artículo “La fauna en la cosmovisión mesoamericana”, publicado en el número 35 de la revista Arqueología Mexicana (1999), “La importancia que tenían los animales para los antiguos mesoamericanos se puede evaluar a través del papel que se les asignó en la cosmovisión. De hecho, todas las deidades prehispánicas tienen vínculos con la fauna, algunas por su propio nombre: Kukulkán o Gucumatz (‘Serpiente Emplumada’, en maya yucateca y maya quiché), Huitzilopochtli (‘Colibrí de la Izquierda’, en náhuatl) y Camazotz (‘Murciélago Muerte’ en maya quiché); y otras por su nombre asociado al calendario: como Chicomecóatl (‘7 Serpiente’) y las deidades supremas de los mixtecos ‘1 Venado Serpiente de León’ y ‘1 Venado Serpiente de Tigre’. (…) La fauna mesoamericana proporcionó también, en numerosas ocasiones, los atavíos de los dioses: los penachos de plumas de quetzal de Xochiquétzal, el caparazón de tortuga de Chalchiuhtlicue, la lengua bífida de serpiente del dios zapoteco Cocijo, o el inquietante búho o tecolote moan que adornaba el tocado del viejo dios maya L. Asimismo, el bulto sagrado del dios tarasco Curicaueri se envolvía en piel de venado, y en piel de jaguar el de Quetzalcóatl. (…) Más aún, los seres divinos podían manifestarse bajo la forma de animales: Chac surge como una serpiente, Itzpapálotl con los rasgos de una mariposa, el dios C en forma de sapo, y Hun Batz y Hun Chuen, como monos. Estos animales representan a los nahualtin de las deidades. De hecho, los dioses podían tener varios dobles animales: el polifacético Tezcatlipoca aparecía como jaguar, coyote, zopilote, guajolote, mono y hasta como langosta. Por esta razón cobra más fuerza la propuesta de Michel Graulich, quien considera que el famoso ‘zoológico de Motecuhzoma’, que tanto impresionó a los conquistadores, reunía en realidad los animales nahualtin de los dioses, y no, como se ha creído, la variada fauna del imperio para la supuesta distracción del ‘orgulloso rey’”. En efecto, la relación que existía entre las y los habitantes de este territorio y los animales, antes de la llegada de los europeos, era sumamente compleja. No hay suficiente espacio en esta entrega para analizar a detalle tal relación, pero compartiré algunas otras ideas de especialistas que se han adentrado a su estudio.
En el libro “Animales y plantas en la cosmovisión mesoamericana” (2001), Yólotl González afirma que los “huicholes dicen que en esos tiempos, sus predecesores míticos eran los hewi, animales antropomorfos o, más correctamente, desde el punto de vista de los indios, animales y personas al mismo tiempo (Anguiano y Fürst, 1978); esto es más que decir que hombres y animales se entendían y vivían juntos en armonía. Esta visión de los huicholes prevalecía en toda -. Mesoamérica, y quedó como reminiscencia en algunos de sus mitos, no sólo en los que se menciona la interrelación, sino también en donde se habla de que los hombres de otras edades fueron transformados en animales, como sucedió en las cuatro eras o soles cosmogónicos mexicas anteriores al actual, en las que los hombres fueron transformados en monos, aves o peces; o cuando los hermanos mayores de los gemelos Hunahpu y Xbalanqué fueron transformados en monos, o cuando los hombres después del diluvio ahumaron el cielo, provocando la ira de los dioses, quienes enojados los convirtieron en perros”. También afirma que existía en los pueblos la creencia de que una de las almas de los hombres es un animal y que, al morir, dicha alma se transformaba en ese animal: “por ejemplo -continúa González- en las almas de los guerreros mexicas muertos en la guerra o en el sacrificio, que se convierten en pajarillos, chuparrosas especialmente, que se deleitan volando de flor en flor. Asimismo algunos pueblos del norte de México, como los coras, creen que el alma de un difunto se aleja volando en forma de abejorro. (…) Hay también un alma externa que puede salir del cuerpo más o menos a voluntad, y lo puede hacer en forma de animal, lo cual es en cierto sentido el equivalente al nahual. (…) Es muy hermosa la imagen de los niños huicholes volando en forma de pájaros dirigidos por el marakame en su viaje hacia Wirikuta, según nos lo describen Anguiano y Fürst (1983: 48)”.
Por su parte, en numerosas comunidades mayas, existe la vinculación de las personas con los animales y son parte de su esencia. Existía la creencia de que el wäy/ way/ wáay/, es una cualidad añadida que tenían ciertas personas. Por ejemplo, Según Daniel Moreno Zaragoza, en su tesis para la Maestría en Estudios Mesoamericanos de la UNAM “Xi’bajob y wäyob: espíritus del mundo subterráneo. Permanencia y transformación del nahualismo en la tradición oral ch’ol de Chiapas” (2013) “El wäy es ch’ujlel, pero a diferencia del principio vital, es una entidad anímica adicional que solo tienen algunas personas. El término es generalmente traducido por ‘nahual’ o ‘arte’ por los mismo choles. Alejos (1988: 73) define wäy como ‘animal compañero’ de personas con poderes especiales, nahual: ‘es un don que se trae de nacimiento que consiste en la íntima relación entre una persona y un animal, de manera que la personalidad de éste reproduce la conducta del animal y sus destinos están a tal punto ligados, que comparten las dolencias físicas, incluyendo la muerte’”. Varios de ellos sostienen que los únicos animales domesticados que tuvieron en general las comunidades originarias de Mesoamérica fueron algunas especies de perro y de guajolote y ambos eran importantes para el consumo humano, así como para su uso en rituales propiciatorios. Claro, habrá quien argumente que la práctica del sacrificio tanto animal como de seres humanos fue cruel; sin embargo, hay que enfatizar que tales actividades derivaban de la cosmovisión de esos pueblos y no se trataba de un divertimento o de una “orgía antropofágica”, como escuché decir a un conferencista hace unos días. Todo ello formaba parte de un sistema de pensamiento que implicaba procedimientos y equilibrios que debían ser considerados para la realización de un ritual. Una desviación en el mismo podría conllevar su anulación. Para Vera Tiesler y Erik Velázquez en su artículo “El dolor supremo purificante: conceptos del cuerpo y violencia ritualizada entre los antiguos mayas” publicado en la revista de Estudios de Cultura Maya de la UNAM (2022) “La noción del aliento vital como sagrado y asociado con la sangre aún impregna muchas creencias mayas y mesoamericanas contemporáneas y, de hecho, yace en el corazón de la práctica ritual nativa. La sangre se encuentra identificada con el espíritu, es decir, la materia vital primordial que trasciende el cuerpo con la respiración. Su ofrenda ritual proporciona alimentos revitalizantes que son esenciales para los dioses. A medida que el líquido brota, se somete e incinera, sus componentes celestes se liberan y trascienden a los dominios del k’uyel o anécumeno de lo divino”. Por supuesto, esa sangre, ese álito divino, podía ser humano o animal; la ofrenda también podía ser vegetal o incluir piedras preciosas como el jade (que también representaba la sangre sagrada) o conchas tan valiosas como la spondylus. Incluso, si revisamos diversos estudios etnográficos de la zona maya, por ejemplo, nos encontraremos que es frecuente que las comunidades consideren solicitar permiso a las entidades que pueblan los bosques y las montañas (como el Señor del Monte o los Balam Winik) para cazar, de manera que no se rompan los equilibrios establecidos. Otro tanto sucede cuando hay que matar puerco o res para una fiesta patronal: no debe faltar, pero tampoco debe sobrar; esto es que los conceptos de acumulación y abundancia, tan comunes en nuestro mundo occidental, no tienen sentido en estas prácticas. De hecho, si se escucha con atención y sin romantizar, como tanto pidió Carlos Lenkersdorf, en las voces de estos pueblos poco cabe el concepto “individuo” y mucho el de comunidad, lo que incluye también a los animales, domésticos o ferales. Por tanto, lo realizado por este sujeto es simplemente un crimen atroz, abyecto y soez… y, aunque les pese, muy occidental y muy nuestro. Ojalá aprendamos algo.