Hay personas que nacen con un don pero no viene gratis. En el transcurso de sus vidas hay costos, y aunque caros (por queridos y onerosos), es menos dispendioso que negarlos. ¿A qué me refiero? A que el don que les ha sido dado, exige decisiones que parecen temerarias, irreflexivas y alocadas y, desde luego, no entendibles para muchos. Esas determinaciones son obliga- das ya que es lo único que pueden hacer dada su condición de elegi- dos: porque la brillantez no da concesiones; la suprema inteligencia rebasa procesos demostrables y entendibles; la honradez y el compro- miso consigo mismo rompen esquemas establecidos y abren nuevos universos. Esa extrema y aparentemente incomprensible y exagerada congruencia, conlleva grados de soledad que no los medra porque su ser interior no está de manera solitaria dando los profundos saltos cuán- ticos en sus decisiones, ya que al final, siempre se tienen a sí mismos, que por mucho, es su mejor compañía.
Estas personas suceden poco en la historia; se les llama elegidos o iluminados, nombre sublime y deidoso por inalcanzable, inaccesible y misterioso; son incomprendidos pero si sigues sus pasos con cautela, puedes andar los umbrales donde habitan: esos espacios entremun- dos del sueño y la vigilia; de la locura y la cordura; de la conciencia y la inconciencia; del brillo y la ceguera; de la realidad y la ficción; del vín- culo y la ruptura.
En esos umbrales están los dones que reclaman ciertas caracterís- ticas en altos niveles, que rebasan, cimbran y abruman el ambiente que los rodea y van más allá. Su congruencia y valor, por mencionar sólo dos, son un misticismo del momento preciso en dl presente irresuelto donde existe una infinitud de posibilidades que ellos definen en un solo acto y de una sola vez, en el aquí y ahora, al hacer evidente la promesa de su interior, sin un pasado que les haga historia ni un futuro que los determine.
Los preclaros ven lo que está ahí pero nadie más ve y solamente tienen un camino: seguir hasta el final en congruencia consigo mismos; así, hacen inteligible su osadía al enumeran divertidos el contraste de lo que importa, con lo que no importa, éste último a los que muchos le rinden pleitesía.
Es el caso de mi querido e incontenible Carlos Meza Viveros que en la exaltación de su aliento, el martes 3 de marzo, 2020, escribió en El Sol de Puebla, el título Un Estado Fallido, donde expone con claridad y lógica impecable e irreprochable, el paso a paso de sus entremun- dos, y desgrana con maestría lo que de golpe, por el título, se podría juzgar paralógico, –la lógica de los locos–, que engaña a los tontos. Queda para leer, releer y desleer.
Los genios están condenados a ser lo que son pero tienen un cami- no de libertad; hacer hermoso cada incomprensible salto cuántico que dan en los actos de su vida. Y Carlos Meza Viveros lo logra ¡por mucho!