Tiene nombre para no olvidarla. Rima con la historia, repetida y retorcida de otro nombre, en otro lugar, en otro tiempo. Ambos son espejo del animal primitivo que vive en cada uno de nosotros, en nuestras mentes y que, si se apodera de nosotros, nos hace volátiles y etéreos, aunque pocos, muy pocos, se dejen llevar.
Anastasia Lechtchenkoy Pierre Riviere, historias paralelas en tiempos disímiles: año 2015, ella; 1835, él; ella, en México; él, en Francia. Ciento ochenta años de diferencia y miles de kilómetros de distancia, aunque la locura crea momentos fuera de toda categoría y condición: eternos por profundos y perpetuos por extensos.
Ambos, Anastasiay Pierre, Pierre y Anastasia dejaron libre al animal primitivo que acecha en el amor con devoción obsesiva y en el odio con furia violenta; el que cicla entre una y otra y toma ambas a la vez de manera indistinta arrebatando turnos, peleando dominancia, despojando forma, fondo y tiempo, con bestialidad y crudeza en una intensa sinfonía ardiente que une y confunde la vida con la muerte, la muerte con la vida en un proceso de vitalidad y delirio donde hay consciencia pero no consciencia de sí.
Ese animal vigila cada noche, cada momento que huele a oscuro, o ese momento de brillantez extraviada que ciega y duele. Animal peligroso cuya presencia crea pánico… pero hay quien lo abraza y se funde con él para alimentarse, aparearse y atacar… o huir, porque a veces, es la única manera de sentir.
Pierre confesó por escrito, detalladamente, que mató a su padre y a ambos hermanos. Anastasia confesó que mató a su madre y a su hermana autista… su abogado la desdijo. ¿Se mata por exceso de amor o por profusión de odio?¿O son los excesos en sí, de los que somos capaces los humanos, sin importar que sea de un extremo u otro, ya que al final,en un mundo redondo, se encuentran y entremezclan?
Ese animal primitivo reside en nuestro cerebro. Es reptil y es mamífero. Es caníbal. Sólo se ve con el rabillo del ojo. Nunca de frente. Y siempre está ahí. Presente.
Anastasia y Pierre lo vieron de frente y los devoró. Y ellos se lo tragaron completo; fue un engullirse y vomitarse recíproco, fue un volverse uno fuera del tiempo. Fue entregarse en sacrificio sagrado y sin distingos. Fue un holocausto de locura y trastornada lucidez, que exigió inmolación de sus seres más queridos y más odiados, los más cercanos.
Y todos se fueron: el animal, Anastasia, Pierre y los familiares de ambos. Aunque ella, Anastasia, y él, Pierre, sobrevivieron, el evento se llevó lo único que tenían: su consciencia, pero consciencia de sí, no hubo nunca. A través de la mirada del otro se crea la consciencia del sí mismo.
Aquí, no hubo mirada… y no hubo “otro”.