La violencia estructural es aquella que se filtra en todos los espacios de la vida social, se expresa en formas violentas de la opresión, es testimonio de las contradicciones del modo de producción capitalista, y afecta el bienestar y desarrollo de las personas y comunidades. Algunos de sus efectos son las formas de pobreza: económica, habilidades, conocimiento, etc. Las expresiones características, son las que ponen en riesgo las garantías individuales y colectivas, atentan contra los derechos humanos fundamentales, limitando y lastimando las necesidades humanas básicas, como la sobrevivencia, la libertad, la identidad, y cualquier forma posible de bienestar de las personas y ambientes. La violencia estructural, es el resultado tangible y doloroso de la contradicción entre el privilegio y la vulnerabilidad.
Ahora bien, no basta con reconocer la existencia de la violencia estructural, saber que millones de personas en el mundo viven en condiciones infrahumanas resultante de la pobreza y pobreza extrema. No basta saber que éstas son a su vez causantes de otras formas de violencia como la violencia criminal, que en las lógicas de la acumulación de capital va despojando vidas y territorios. No es suficiente reconocer como los grandes capitales despojan y violentan comunidades con total impunidad. Se requiere de una reflexión colectiva y aprendizajes compartidos, para generar las condiciones históricas materiales y simbólicas, que nos permitan acciones concretas para erradicar las formas de violencia en nuestras comunidades.
Las guerras y la violencia estructural, atentan directamente contra la dignidad de las personas, de la naturaleza y los derechos humanos. Por ello, quiero invitar al amor, a lo posible, no como ilusión o fantasía, sino como una apremiante necesidad.
No se trata de una invitación a desaprender las formas de violencia que históricamente se han infiltrado en nuestras vidas, comunidades y sistemas sociales; refutar la posibilidad de desaprender, ya he intentado desaprender a andar en bicicleta y no lo he logrado. Sin embargo, podemos aprender nuevas habilidades, otras formas de relacionarnos y herramientas que permitan reconocer las violencias, entender el mundo, para aprender y desarrollar estrategias para resolver conflictos de forma adecuada, pacífica y desde los marcos por el respeto a la dignidad humana y la vida.
Es un llamado al amor revolucionario, a la paz simbólica, pero también material, no una paz desde el exterior, sino desde la reflexión constante que nos permita reconocer nuestro potencial, personal y colectivo, para reconocernos en las y los demás. Se trata de explorar conceptos y categorías como seguridad humana, que permite que las personas podamos reconocer que cuando las violencias afectan a un grupo de personas, tarde o temprano toda la sociedad se ve afectada.
Es una invitación a la construcción de la paz desde el amor revolucionario, aprender a abordar las situaciones que amenazan gravemente la vida, desde marcos de amor, libertad, entendimiento, protección y cuidados de la dignidad de vida, la naturaleza, y los bienes comunes. Se trata de salvaguardar el amor y la paz como un derecho humano.