Lunes, octubre 14, 2024

Aguada Fénix

John E. Clark, Richard D. Hansen y Tomás Pérez Suárez en su capítulo “La zona maya en el Preclásico”, publicado en el libro “Historia Antigua de México, Vol. I: El México antiguo, sus áreas culturales, los orígenes y el horizonte Preclásico” Coordinado por Linda Manzanilla y Leonardo López Luján (2014), afirman que, el “Preclásico, como se definió originalmente, representa los desarrollos iniciales que fueron ascendiendo hasta llegar al clímax del ‘Clásico’. Por definición, esta época es anterior a la popularidad de los monumentos de piedra con textos escritos. En consecuencia, carecemos de un testimonio escrito directo del idioma de estos pueblos preclásicos. En términos prácticos esto significa que mientras más distantes en el tiempo se encuentren los vestigios arqueológicos del Clásico maya, más difícil será atribuirlos a los pueblos mayas. Pero al considerar el estilo de su arte y arquitectura, estamos seguros de que los orígenes de la cultura maya pueden seguirse hasta cerca del 1000 aC, tanto en la región montañosa de Guatemala como en las tierras bajas de Guatemala y Belize. La evidencia de épocas anteriores sigue siendo obscura”. Al inicio de su documento, se dedican a contestar varias preguntas clave para adentrarse a su estudio. ¿Quiénes fueron los mayas?, ¿en qué momento se desarrollaron?, ¿en qué regiones?, para más adelante, aventurar una propuesta: “Una de las principales hipótesis de nuestro ensayo es que un importante estado o civilización maya surgió en la cuenca de El Mirador en el Petén, al norte de Guatemala, cerca del 300 aC. Tal afirmación presenta una serie de problemas. En primer lugar, tenemos la cuestión, siempre problemática, de la identificación correcta: ¿Cuál es la evidencia material de que el sistema político de El Mirador fuera en efecto estatal? Si los pueblos de la cuenca de El Mirador desarrollaron una sociedad estatal, ¿cómo y por qué sucedió?” Presento esta información por varias razones que explicaré a continuación. Sin embargo, antes de ello he de decir que este es uno de los materiales que he ocupado para abordar la historia mesoamericana junto con mis alumnos de la asignatura en el Colegio de Historia de la FFyL de la UAP. El trabajo de los autores es estupendo, en especial en lo tratante a la labor de síntesis que tuvieron que realizar para hablar de un periodo tan complejo y del que se sabe relativamente poco en un capítulo tan pequeño; empero, como todo material publicado, es necesario hacer precisiones con respecto a los nuevos hallazgos y a las nuevas interpretaciones. Y, si no existen, es necesario hacerlas y veremos las razones.

Como he venido dando cuenta en varias de mis columnas, gracias a numerosas circunstancias, entre las que se encuentran las obras del Tren Maya -afortunada y desafortunadamente- y el uso de nuevas tecnologías aplicadas a la exploración arqueológica, de las que destaco el LIDAR (light detection and ranging), teconología que permite, a través del uso de un láser enviado desde un avión, detectar formaciones diversas debajo del follaje selvático, se han dado hallazgos fundamentales que están cambiando la historia de lo que se ha denominado Mesoamérica.  El ejército de Estados Unidos utilizó esta tecnología por primera ocasión, según recuerdo, para buscar las armas químicas en la guerra de Irak; luego, para detectar campamentos del crimen organizado en zonas selváticas (y campamentos guerrilleros también, con toda seguridad); ahora, como suele suceder con muchas de estas tecnologías, sirve para la ciencia. Gracias a ello, en territorio tabasqueño, los arqueólogos descubrieron algo sorprendente. Según nos informan en un reportaje publicado en 2020 en el portal de la revista National Geographic, en “2017, un equipo de investigadores llevó a cabo un reconocimiento por lídar que detectó la plataforma y al menos nueve calzadas que conducían hasta ella. Normalmente, esta tecnología láser revolucionaria se emplea desde un avión para ‘ver’ estructuras bajo las densas copas de los árboles, pero en este caso desveló un hallazgo asombroso que estaba oculto a plena vista en las tierras ganaderas ampliamente deforestadas de Tabasco durante siglos, si no milenios”. En efecto, se trata de Aguada Fénix, una zona arqueológica constituida por una enorme terraza de 1400 metros de largo, 400 de ancho y una altura de 10 a 15 metros. La estructura se encuentra coronada por una pirámide de cuatro metros y data del primer milenio aC. Takeshi Inomata, arqueólogo de la Universidad de Arizona, líder del proyecto, afirma que, entrevistado para el reportaje, “Creemos que es un centro ceremonial. Es un lugar de reunión y posiblemente se celebraran procesiones y otros rituales que solo podemos imaginarnos”. Al parecer, no han encontrado edificios residenciales ni zonas habitacionales aledañas a la estructura, por lo que no se puede aventurar que se trate de una ciudad, mucho menos de un “estado”, como lo han dicho Clark y sus colegas. Sin embargo, para Inomata y sus colaboradores, se trata de un antecedente de los pueblos mayas de la región, que estarían conviviendo en el tiempo con los olmecas y una de sus principales ciudades: San Lorenzo (1500- 900 aC). De hecho, el capítulo dos, “Aguada Fénix, entre dos mundos” , de la serie documental “Arqueología Mexicana” -de la que me ocupé en una columna anterior-, elaborada al alimón entre TVUNAM, el INAH y la Editorial Raíces, está dedicado a este importante hallazgo. Ahí podemos ver parte de las excavaciones y entrevistas a Inomata y a Daniela Triadan, otra de las arqueólogas encargadas.

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Como lo comenté al inicio de esta entrega, Aguada Fénix supone más preguntas que respuestas. Primero que nada, al no encontrar estructuras habitacionales, los arqueólogos concluyen que se trató de una zona ceremonial donde se desarrollaron rituales que no se pueden identificar claramente. Otra de las conclusiones interesantes, es que no se encuentra evidencia de gobernantes o de líderes, como sí se ha identificado en San Lorenzo con terrazas similares en las que hay esculturas de los que han sido caracterizados como gobernantes. Ello hace suponer a los arqueólogos que se trata de un trabajo colectivo en el que, salvo por la elaboración de la terraza en fragmentos de diferentes colores -como en un tablero de ajedrez-, lo que sugeriría cierta identidad de grupo, lo que vemos es que se trata de una colectividad de colectividades reunidas para construir la mega estructura. Para Inomata, siguiendo con el reportaje, “los constructores de Aguada Fénix estaban abandonando poco a poco su estilo de vida de cazadores-recolectores, probablemente con la ayuda del cultivo de maíz, del que también se han hallado evidencias en el sitio” (…) Lo que sí demuestra de forma inconfundible, añade Lohse – un especialista entrevistado por la revista, pero que no participa en el estudio-, es una capacidad avanzada de colaboración, probablemente de la forma igualitaria que cree que era típica en las primeras sociedades de la región maya. Inomata está de acuerdo y opina que la plataforma fue construida por una comunidad sin jerarquía social sólida”. Lo anterior suena a que se piensa que se trata entonces de un estadio evolutivo anterior al desarrollo de Estados mesoamericanos, tal como los conciben Clark y sus colaboradores en el capítulo citado al principio de esta entrega. Pienso, por tanto, que es necesario empezar a cuestionar cómo es que estamos concibiendo a estas comunidades desde un punto de vista evolutivo, donde existe un antes y un después, con diferencias cualitativas considerables. ¿Se requiere de un Estado con un poder central para desarrollar grandes obras y estructuras? Está visto que no. El Preclásico, como periodo previo a lo Clásico, periodo de esplendor, ¿es simplemente un estadio evolutivo o se trata de un espacio de tiempo en donde sociedades complejas -mucho más de lo que imaginamos, según esta evidencia- vivirían con estructuras sociales y de poder que anteceden a otros casos emblemáticos como el de Teotihuacan? -donde tampoco tenemos evidencia de gobernantes- Es tiempo de ver a estas sociedades mesoamericanas desde perspectivas diferentes donde al parecer lo principal han sido las continuidades culturales más que los periodos estrictos y artificiales en los que los hemos querido meter a la fuerza, para integrarlos a esa “Historia Universal”. Como señalan Clark y sus colaboradores, el “esquema cronológico general que se aplica a toda Mesoamérica se tomó prestado de las cronologías académicas del mundo mediterráneo y se aplicó a las primeras interpretaciones de la civilización maya”. Es tiempo ya de reinterpretar la historia maya -y de la región completa- y de su organización social y política con otras categorías propuestas específicamente para la región. De lo contrario, lo único que hacemos es encajar pensamiento, vida y obra de estas comunidades a los de otras latitudes a la fuerza de pensar en el ser humano como un ser universal sin circunstancias y voliciones propias. Lo diré una y otra vez, tanto a través de este espacio, como a través de mi docencia en la Universidad, es necesario dar un vuelco en el conocimiento que se está produciendo y reproduciendo constantemente y sin crítica sobre la historia de los pueblos originarios de nuestro país. Urge hacerlo para decolonizar nuestro pensamiento y para asumir con tino y hasta con orgullo, la participación de las comunidades originarias de nuestro país -y de la nuestra de paso- en su propia historia, a su tiempo, forma y medida. Ello nos hará ser también dueños de nuestro propio pasado.

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