Jueves, julio 17, 2025

Abyección moderna

Una parte de la sociedad alemana, a través de la DW (Televisión Alemana), se está enfrentando a su pasado de forma abierta. Ya he dado cuenta de algunos materiales presentados recientemente por la televisora en torno al movimiento nazi y la sociedad alemana del que hablé en mi columna denominada “Nazis ¿hoy?”; también tienen otros sobre la Segunda Guerra Mundial y ahora están enfrentado su pasado colonial y científico. En efecto, Alemania, junto con muchas otras naciones europeas, tuvo colonias en África, Asia y Oceanía. La motivación fue casi enteramente económica, pero frecuentemente estuvo disfrazada de proceso civilizatorio y apostólico, es decir, Europa como la luz del conocimiento universal y de la verdad del único dios, llevándolos a todo el orbe, en una petulante misión autoimpuesta. Ciertamente, hay que colocar las cosas en perspectiva y con un sentido histórico. Los europeos no podían hacer otra cosa más que comportarse como lo que eran en esos siglos de conquista y colonización: personas consumidas por sus propias ideas, patriarcales, impositivos, con ambición desmedida por el poder -en específico el económico- y absortos en su modelo de pensamiento y vida. Varios siglos Europa se dedicó a conquistar y colonizar todo el globo y, con la explotación, la esclavitud y la extracción desmedida como ariete en una suerte de “blitzkrieg” civilizatoria. Sí, como dirán muchos hispanófilos, nos dejaron trazas de sus usos y costumbres; pero, a su vez, nos legaron racismo, clasismo, misoginia, sistemas políticos que poco o nada tuvieron que ver con nuestras latitudes y que ha hecho, ahora por elección de nuestras autoridades desde el siglo XIX, que nuestros países colonizados, sigamos siéndolo hasta el presente. La pregunta que flota en el aire es ¿estos países y sus herederos occidentales como Estados Unidos y Canadá, siguen siendo colonizadores, racistas, clasistas y todo lo que viene añadido? Pues, según mostraré, sí.

Quizá una de las consecuencias más abyectas de la modernidad, en su expresión científica, se dio a finales del siglo XIX, principios del siglo XX y tuvo su esplendor en la Alemania Nazi y el Holocausto: las ideas supremacistas sustentadas en una ciencia falaz, pero muy popular entre científicos y la sociedad europea en su conjunto. La necesidad de numerosos exploradores y científicos de estas épocas -muchos de ellos antropólogos- de verificar que los “blancos” europeos eran una raza superior, los llevó a recolectar por todas las colonias “especímenes” humanos, en la figura de huesos y cabezas, para su estudio en los principales museos y universidades de Europa. Ya hablé de dos ejemplos de esta procacidad, tanto de alemanes en América del Sur, como de antropólogos que trabajaban para instituciones gringas en México, con los yaquis en el artículo “Sordidez Antropológica” de esta misma columna. Ahí narré cómo es que, a principios del siglo XX, estos antropólogos recopilaban huesos y cráneos sin ningún reparo, como si recolectaran insectos, para llevarlos a sus instituciones a estudiarlos. En referencia con lo anterior, recientemente la DW publicó un documental denominado, “Comercio de cráneos humanos. El oscuro legado”, material que aborda una siniestra práctica que existe en Europa y otras partes del mundo, justo debajo de las narices de las autoridades y sin que nadie pueda o quiera hacer algo al respecto: la venta de cráneos humanos, con énfasis en algunos sustraídos en las épocas coloniales en África, Asia y Oceanía. El comercio de estos restos no sólo se da de manera presencial, en tianguis -hay uno que muestran en Bélgica- o en subastas; las redes sociales han sido una estupenda vía para promocionar los productos a vender que llegan a tener precios bastante altos. De hecho, un cráneo ancestral del río Sepik, en Nueva Guinea, fue subastado en Alemania en 9 mil euros. Los investigadores del documental rastrearon el origen del cráneo y el registro de su llegada a Alemania a principios del siglo XX. El antropólogo que lo llevó también aprovechó el genocidio alemán cometido en Namibia para obtener especímenes y documentar lo que se denominó “estudio racial”. “Pude aprovechar a las víctimas de la guerra -dice el investigador, según recoge el documental- y extraer partes de cadáveres frescos de indígenas, un valioso complemento al estudio del cuerpo vivo. Solía tener a mi disposición hotentotes (término despectivo para referirse a la población) cautivos”. La modernidad, como hemos dicho, al servicio de los concepciones más burdas y disparatadas del pensamiento europeo, mismas que siguen presentes ahora denominadas “coleccionismo”. A decir de uno de los participantes de la subasta, entrevistado al exterior del lugar, esos podrán en algún momento tener los recursos suficientes para pagar y llevar de vuelta esos restos; mientras, pues ellos los tendrán bajo su resguardo en colecciones privadas. En el artículo “Cráneos humanos profanados se venden en redes sociales en el comercio de huesos no regulado del Reino Unido”, publicado en la revista Scientific American, se dice que los “cráneos humanos son perforados con clavos de ataúd y los huesos humanos son convertidos en piezas de una tabla Ouija: casi nada está prohibido en el floreciente comercio de restos humanos en línea del Reino Unido, según descubrió una investigación de Live Science. (…) Comprar y vender restos humanos no es ilegal en el Reino Unido, siempre que las partes del cuerpo vendidas no se utilicen para trasplantes. Facebook e Instagram son plataformas para el comercio de cadáveres. Se comercializan restos de adultos, niños, bebés y fetos”. ¡No es ilegal! Imaginemos las implicaciones terribles de semejante laguna legal. O no se han dado cuenta las autoridades del hecho o simplemente no les importa.

Es cada vez más frecuente ver que las comunidades originarias de todos los continentes conquistados y colonizados por estos “civilizados” europeos demanden la repatriación de restos de sus ancestros. La relación que guardan estas sociedades con sus ancestros y sus restos es estrecha y compleja. El despojo del que han sido objeto durante siglos ha incluido también el robo de sus seres queridos, héroes y líderes; es decir, no son sólo huesos o cráneos lo que se comercia, son personas que fueron y que son importantes para sus comunidades de origen y que por falta de poder en su momento y por falta de interés de las autoridades de los países en que habitan, no pudieron evitar que se los llevaran y ahora pasan muchas penurias para recuperarlos. Occidente y concretamente Europa, se ha beneficiado de sus recursos, los ha explotado sin medida, ha lucrado con sus cuerpos como esclavos y ahora lo hace también con la venta de sus restos. He ahí una de las más mezquinas consecuencias de la colonización. Las sociedades modernas, civilizadas, del autodenominado primer mundo, demuestran de esta manera su barbarismo y abyección. Es difícil concebir que en pleno siglo XXI exista un mercado para este tipo de comercio. No puedo imaginar quién en su sano juicio compraría y coleccionaría cráneos para tenerlos en vitrina como trofeos de guerra o cacería que ni siquiera son suyas. Esto es motivado, sin duda, por el pobre o nulo aprecio y consideración que tenemos de los otros; es decir, ni siquiera los consideramos seres humanos, son objetos que coleccionar. Claro, si se lucra con los cuerpos en vida, a través de la prostitución, el tráfico de órganos y de personas, ¿por qué no hacerlo con los restos mortales? ¡Faltaba más, es bien civilizado! Pero no sólo el asunto está con la venta de restos ancestrales, para nada; esto abarca otras dimensiones. Vemos en el tianguis cráneos que son claramente recientes, algunos con agujeros de bala, lo que los hace más rentables. Otros tienen clavos y otros metales atravesándolos y, a decir de uno de los vendedores que tiene una tienda en Londres, aquellos que son más peculiares, como que muestren una deformidad o sean de infantes, pues son más apreciados por los compradores, como vimos en la cita anterior. Esto me hace pensar que el mercado se ha de nutrir no sólo de esos pasados coloniales, sino también de los conflictos y genocidios de la actualidad. No dudemos que en breve en ese mercado negro -que no es tan negro, por cierto-, se encuentren restos frescos de los miles de palestinos que está aniquilando Israel en su genocidio en Gaza, de combatientes rusos o ucranianos o extraídos de cualquier fosa común del narcotráfico en territorios americanos. También, por supuesto, son vendibles cráneos extraídos de morgues o de museos. De hecho, Henry Scragg, que es el comerciante británico del que hablé hace unos párrafos, opinó en su Instagram, promocionando la venta de carteras hechas con piel humana -siguiendo con la nota de Scientific American– que para “algunos, son geniales; otros, se preguntan por qué. ¿Pero por qué no? ¿Por qué no deberíamos usar lo que tenemos a nuestra disposición cuando nadie más lo usa? ¿Por qué deberíamos dejar que gusanos, insectos y microorganismos se den un festín con esta carne en perfecto estado cuando puede usarse para crear objetos valiosos?”. Lo más grave de todo esto, es que las legislaciones europeas son bastante laxas a la hora de la venta de cráneos humanos. A decir de Scragg, entrevistado en el documental, es más difícil vender restos de ciertos animales en vías de extinción, que cráneos de personas (¡!). Claro, como lo que sobran en este mundo son humanos, pues ¿qué problema hay? Por donde se vea, el mórbido comercio es, lo menos, alarmante. En una reflexión profunda, nos damos cuenta de que la cosificación del ser humano que vivimos en la actualidad alcanza niveles insospechados. No es gratuito que existan movimientos xenófobos y que avancen las ideologías más ultraconservadoras montadas en el franco rechazo al otro, ese que es “incivilizado y que se ve mal con sus diferencias -color de piel, religión, origen”, como vocifera tanto fascista de nuestro cada vez más abyecto mundo moderno. A veces pienso que nuestra humanidad está buscando por todos los medios una especie de “reseteo” y empezar de cero. Aun así, pienso que volveríamos a hacer todo igual.

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