Jueves, abril 24, 2025

La artista Aby Blanco recupera los caminos y los colores de comunidades de Puebla

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Que se vuelvan a transitar los caminos y los senderos en las comunidades para que, precisamente, se vuelvan andar. Esta simple acción, dice la artista visual Aby Blanco, es crucial porque, al igual que respirar, pareciera que no tiene importancia “por el ritmo acelerado” que pide la vida actual y “el capitalismo” mismo.

La acción de caminar es precisamente el hilo conductor de la exposición La piel de la tierra en la que reúne el trabajo realizado en los últimos años, acompañada de las comunidades en las que ha trabajado en el estado de Puebla para recuperar los pigmentos minerales en cada una de ellas, mismos que fueron la base para las obras que presenta en la sala Juan Cordero de Casa de Cultura. 

Durante una entrevista, la artista egresada de la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales de la UAP señala que este proyecto –apoyado en parte por el Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico- no se ha dado en solitario sino en comunidad, aquella integrada por vecinos de las poblaciones que visitó y de sus amigos y familiares que la acompañaron en el proceso.  

Así en comunidad, prosigue, fue como se hallaron y recolectaron los colores minerales propios de cada población en los que trabajó: Zapotitlán Salinas y Los Reyes Metzontla, en la mixteca; Cuetzalan, Zapotitlán de Méndez, Pahuatlán y Teteles de Ávila Castillo en la Sierra Norte; Atlixco y San Jerónimo Tecuanipan, en la región de los Volcanes; y en Puebla, en Amalucan y Los Fuertes, en donde descubrió que hay colores “debajo de nosotros y del pavimento”.  

La piel de la tierra, cuenta Aby Blanco, partió de una serie de caminatas emprendidas en cada una de los lugares que visitó y anduvo acompañada por lugareños. “En el camino apareció el asombro por saber que con los colores de la tierra puedes pintar. También aparecieron los chistes, las historias, los juegos, las plantas, lo que hace y se puede crear alrededor de una caminata en comunidad”, expone la artista. 

No obstante, considera que la recolección de colores fue “una excusa” desde su labor como artista y desde el color, pues en el fondo se trataba de hacer la acción que dio forma al proyecto: el caminar. 

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 Así, explica que el proceso de este proyecto giró en torno a esa caminata y el acercamiento de la artista con las comunidades, durante unos ocho días, en los que planeó las andanzas y el comunicar su proyecto hacia los vecinos, siendo precisamente en el “camino”  y el flujo del proyecto, como se dio el intercambio y el conocimiento mutuo.  

“Conforme lo que voy observando durante los días y lo que aprendo de las comunidades, entonces yo, como artista, ya juego, ya decido que actividades haremos”, señala. Expone que un ejemplo de ello fue la intervención que se hizo con las tierras hacia los textiles, mismos que se tiñeron y se hicieron “pieles de tierra”, que permitieron hacer las propias composiciones con éstas texturas y con otros elementos como las plantas de cada región. 

Blanco continua que también se trabajó en torno a murales hechos por todos, en donde entró el dibujo comunitario y los colores de cada población. Incluso, reflexionó que el mural, siendo una de las primeras formas de pintura, encierra no sólo el hecho de representación sino que se concibe como “un acto mágico”, de petición: “si no había llovido, había que representar la lluvia para pedirla, para adelantarse a los tiempos, para pedir mágicamente”. 

 Así, acota, el crear con tierra y ser parte de un proceso largo y comunitario, tiene una fuerza, la misma fuerza que tienen las pinturas en las cavernas que han resistido a lo largo de miles de años. “Justamente nos vuelven a recordar lo primero de nuestra esencia del ser humano, como el comer, el reproducirse o el caminar”. 

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De este largo camino, en la exposición La piel de la tierra se muestra un mural con pigmentos naturales; varios retratos de habitantes de los lugares en los que Aby Blanco trabajó, mismos que están realizados con los pigmentos que recuperó en cada uno de ellos; y piezas textiles que realizó al lado de mujeres artesanas del textil en San Jerónimo Tecuanipan, quienes hicieron autorretratos hechos a partir de texturas que observaron de su territorio y de colores propios y de otros lugares. 

Asimismo, en la exposición aparece un registro fotográfico de Óscar Masqui de Zapotitlán de Méndez, y dos instalaciones con los colores de Zapotitlán de Méndez y de Cuetzalan hechas a partir de fibras y tejidos que su autora propone como “una cueva, una guarida”, que se vincula a la madre Tierra, “que es un contenedor que abraza toda la vida y no se es consciente de ello, ni de sus colores ni todo lo que nos dan”.

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