Miércoles, abril 24, 2024

¡A toda madre!

Este año se han cumplido 100 años de haber sido instituido oficialmente en México el “Día de las madres”, aunque esta dedicación se venía llevando a cabo en nuestro país, a imitación de los gringos, desde 1914, pero de manera desganada y solo por unas cuantas personas radicadas en algunas ciudades de México. Esta intención reapareció como reacción furibunda contra las mujeres que participaron en el “Primer Congreso Feminista”, llevado a cabo en la ciudad de Mérida, Yucatán en 1916 y las cuales fueron acusadas falsamente de promover “una campaña criminal en contra de la maternidad” como lo publicó el periódico Excelsior. Así los grupos reaccionarios, guardianes de la pureza, la decencia y la virtud de las mujeres de México fueron quienes emprendieron una “Cruzada” para “dignificar” a la mujer mexicana, como ejemplo de castidad, obediencia y entrega total al marido y a los hijos.

Existe información de algunas ceremonias dedicadas a las madres (pero a las de los dioses) en el mundo antiguo greco-romano. Es en Inglaterra, en el siglo xvii, donde la fiesta estuvo dedicada a las madres humanas con la denominación de “Domingo de servir a la madre”, día durante el cual los hijos visitaban a sus progenitoras. Algunos colonos que llegaron a Norteamérica conservaron esta tradición y hasta 1872 no se realizaba celebración alguna, aunque la de este primer año tuvo poco éxito. Fue en 1907 cuando la estadunidense Ana Jarvis organizó con un grupo de amigos la tarea para establecer la fecha celebratoria mediante una fuerte campaña publicitaria y consiguieron su objetivo un año después —para el 10 de mayo de 1908— cuando se congregaron algunas madres, acompañadas por sus familias, en una iglesia de Virginia.

El “día de las madres” es una fiesta ciudadana, difundida en casi todos las ciudades y pueblos de nuestro país, que se celebra con gran regocijo y complacencia —principalmente de los comerciantes y restauranteros— en la que se festeja con mucho cariño a las madres, por el solo hecho de serlo. Se obsequian a las mamacitas ramos de flores, globos “metálicos” con la leyenda en inglés I love you, algún estorboso peluche y sin que falten aquellos regalos que buscan perpetuar el rol doméstico de las “cabecitas blancas” como planchas, batidoras y licuadoras envueltas en papel celofán y con su moño. No se omite dentro de los obsequios más extravagantes para las señoras alguna caja de puros, aunque no fumen o un balón de futbol que a más de una le es difícil jugar por la ciática que padece.

Claro, todo esto corresponde a la imagen única y estereotipada de la madre abnegada que la omnipresente publicidad despliega en estas fechas: las madres con olor de santidad, castas, sumisas con el marido, amorosas, guardianas del hogar, competentes en las tareas domésticas, protectoras de los hijos, sacrificadas, etc. Una compañera de trabajo que fue para mí un preciso termómetro del mundillo convencional de la clase media solía afirmar, de acuerdo a sus rancias ideas, que la sublime maternidad estaba reservada solamente al arquetipo publicitario de la madrecita y al parecer no incluía a aquellas pobres mujeres que, en cualquier crucero de la ciudad, llevan cargando a un chiquillo en el rebozo, jalan a otro más grandecito con una mano y en la otra, llevan una caja de chicles que ofrecen a los automovilistas. Esta madre se enteró de que lo era en el momento justo en el que dio a luz a una criatura en condiciones de pobreza y marginación.

Por esa razón tenemos que reconocer y admitir que hay maternidades diversas cuyos roles sociales no corresponden solamente al del ama de casa clasemediera, sino existen otras mujeres a las que no siempre se les celebra en este día como son las madres “cabeza de familia” que corren de la guardería, al trabajo y a la casa; madres adoptantes que lidian a menudo con orígenes oscuros de los niños que adoptan y las secuelas de salud, madres con alguna discapacidad invalidante que apenas pueden, madres indígenas, madres solteras, madres migrantes; madres de los desaparecidos, eternamente tristes; madres posesivas, manipuladoras y perversas, que de todo hay; madres prostitutas, etc. Para muchas personas es difícil aceptar esta gran diversidad materna, porque se ha idealizado a tal punto la imagen de la madre admirable y sublime que se busca ajustar las cualidades de toda madre a la del modelo único, dechado de virtudes, bendita y bienaventurada.

¿Es la maternidad una condición siempre maravillosa? ¿Aun aquella derivada de una violación dolorosa? ¿Son las criaturas por sí mismas un destino ineludible de la madre ultrajada? Los tradicionalistas afirman que sí, que una criatura adolescente de solo 13 ó 14 años y aún más joven, debe llevar a término su embarazo y hacerse cargo de un pequeño nacido de la violencia y no de un acto de amor. Apoyando a esta postura, la iglesia católica, mayoritaria en este país, se pronuncia reiteradamente en contra del aborto en cualquier condición: enfermedad delicada de la madre cuyo embarazo la pone en riesgo, violación sexual por persona ajena o por el cónyuge o causas económicas graves.

Me parece que la maternidad voluntaria o elegida es la forma correcta de ser madre. Cuando la mujer, con plena información, decide embarazarse y concebir a una criatura previendo las condiciones en las que ha de llevar la gestación, con o sin compañero, así como todo aquello que se deriva de traer a un nuevo ser al mundo, para empezar: casa, vestido, sustento y con la misma importancia cariño, apoyo, educación, instrucción etc. Con todo esto invito a los lectores a que dediquen un poco de su tiempo a una reflexión importante acerca de los derechos de las mujeres y particularmente de la maternidad, así como de las obligaciones compartidas por parte de los adultos en cualquier tipo de familia. Por fortuna están pasando los tiempos de los “premios” a las madres más prolíficas, convocatoria que lanzó en la década de los años 40 del siglo pasado, el periódico Excelsior; aún persisten las posturas intransigentes de grupos e instituciones de ideología conservadora, pero su efecto sobre las personas es menor a raíz de la educación pública; la taza de fecundidad ha descendido debido a la conciencia de muchas mujeres respecto de la responsabilidad que entraña el ser madre y algunos cambios en las leyes que ofrecen ciertas garantías a las mujeres.

Mientras tanto, déjese apapachar por los hijos y “amajujen” moderadamente todos a la abuela que muchas veces resulta una “doble madre” para hijos y nietos; convénzales que no gasten en zarandajas inútiles y si aparece una plancha como amorosa ofrenda a la maternidad, asígneles la tarea de planchar a quienes hicieron el gasto; enséñeles a los demás miembros de la familia las preparaciones básicas de la cocina para que ese diez de mayo se luzcan y le sorprendan con algo más elaboradito y cocinen algunos otros días del mes; rechace categóricamente los peluches que son un estorbo y se llenan de ácaros y suplique a la directora y maestros de la escuela de los chamacos que no se les ocurra promover la elaboración los clásicos regalitos del “día de las jefecitas”, pero si no puede alterar el programa educativo reúnase con otras madres y mande todos los regalos que les hicieron los querubines a los domicilios de los docentes, pa´ que sepan lo que se siente.

¡Feliz 10 de mayo!

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