Primero los pobres, es un distintivo que sigue ocupando lugar de privilegio en las decisiones del gobierno de López Obrador y su partido. En él implica la identidad definitoria de un movimiento de izquierda y erradicar la desigualdad es otra cruzada permanente. Lo que distingue a la actual administración son, precisamente, sus logros al respecto. Y, para continuar, se deberá insistir en una trayectoria futura idéntica. Los programas podrán variar en número, pero su esencia popular tendrá que conservarse.
Es significativo haber mantenido las políticas sociales durante el pasado periodo, de gran tensión pandémica, ante momentos inéditos que contaminaron la totalidad de la vida organizada y la íntima. Y esto ocurrió, precisamente, en el inicio de los trabajos de cambio de régimen. Aun así, se pudieron sortear las vicisitudes, incapacidades organizativas, poca preparación técnico-sanitaria, instalaciones defectuosas y un sinfín de problemas prexistentes, como la obesidad y diabetes, incrustados en el cuerpo social.
Pero lo que también jugó un rol de complicaciones adicionales, en todo este drama imprevisto, fue la belicosidad conservadora. Estos personajes vieron la oportunidad de cobrar las cuentas que ya se les hacían impagables. Alegaron hasta genocidio, descalificaron a los funcionarios responsables, los estigmatizaron y nunca han liquidado sus visiones con lo que sucedió después.
No podemos negar que las consecuencias de una economía paralizada fueron determinantes para la vida y la economía de las personas. La precariedad de millones se acentuó hasta el límite, y desoyendo los llamados al encierro, salieron a mitigar sus necesidades. No se habrían logrado sin la perseverancia de las políticas sociales del gobierno. Mucho se atacó al Presidente por la manera de actuar. Pero mantuvo la ruta y se pudo, a juzgar por el rescate de pobres entre 2020 y 2023, que fue redituable la capacidad de afrontar la adversidad. Casi 9 millones de mexicanos abandonaron la pobreza. Y, lo que complementa el cuadro humanitario, la desigualdad, sufrió significativo retroceso. La distancia en ingresos entre los de arriba y los de abajo decreció en forma por demás significativa. Similar fenómeno ocurrió entre las regiones del país.
En estas mejorías se destacan dos aspectos: los aumentos a los salarios mínimos y las transferencias gubernamentales directas a la población. La oposición ha quedado desvalida con estos datos tan valiosos y caros para el pueblo. Han puesto quejas inmediatas contra los programas sociales tachándolos de electoreros. Aun así, han chocado de frente con la aceptación y el apoyo mayoritario. Se han apegado, casi por consigna y a manera de desquite, a lo que parece un descuido y olvido del sector salud. Se sostiene, con base en lo publicado por el INEGI, que la población sin atención creció. Pero también se debe aceptar que se trabaja de manera consecuente en mejorar las pequeñeces que permanecen. Hay que recordar el esfuerzo llevado a cabo al respecto. Desde antes de la pandemia, se rescataron las obras hospitalarias abandonadas, incompletas o sin terminar, más de 400, que abundaban por toda la República. Las masivas contrataciones de personal médico, de equipamiento, llamados a especialistas, de auxilio técnico o enfermería, que tampoco aparecen a favor de las acciones gubernamentales. Y que continúan mejorando en lo que restan por delante a esta administración.
Tener como horizonte igualar o mejorar el estándar en salud, no debe prestarse a burla. Al contrario, verse como alta vara de trabajo autoimpuesta.