«[…] a los Reagan y a los Lobby Atómicos
no les importará nada si nos comemos
o no un bocadillo de jamón».
Gunthers Anders
Nuestra humanidad, en los últimos tiempos, parece que está acostumbrada a la falta de arrepentimientos de muchos de los que cometen crímenes, como fue el caso de los generales de la Alemania nazi o de los soldados norteamericanos con aquellas bombas atómicas que dieron fin a la guerra mundial. No hubo ningún arrepentimiento del gobierno de este segundo país ni de sus dirigentes. Es más, se trató de un acto heroico y, salvo un personaje escondido en la historia (Claude Eatherly, 2 de octubre de 1918 – 1 de julio de 1978), un oficial de las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, quien pilotó el avión de reconocimiento climático Straight Flush —que apoyó el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945—, nunca se ha dado una disculpa al pueblo japonés por ese suceso.
Fuera de ese personaje, cuando los responsables de los crímenes de lesa humanidad son juzgados, para su defensa, siempre salen con el argumento de que a ellos los mandaron, que eran parte de un aparato de poder, que arriba se encontraba alguien que los dirigía, que existía un hombre detrás del escritorio, es decir, que respondían a la denominada “obediencia debida”; pero el arrepentimiento no es, desde luego, nada que se manifieste. Con esa obediencia debida, soldados, generales, políticos y hasta presidentes de los países se escudan de sus fechorías, crímenes y corruptelas. Esto es lo que ahora está sucediendo con la defensa del exdirector de pemex, quien a estas alturas de la vida aún sostiene esos argumentos diciendo que hubo algunos superiores que lo obligaron a corromper a diputados, senadores, políticos, ciudadanos, etc.; con lo que da la impresión de parecer ser alguien que no puede juzgar sus propios actos ni entender hasta dónde llegaba su comportamiento correcto. Es decir, pareciera que ese tipo de sujetos (que han sido muchos en la historia de la humanidad) no puede distinguir entre lo bueno y lo malo.
Solamente en casos muy excepcionales, hay alguien que se arrepiente de sucesos tales, como el piloto norteamericano Claude Eatherly, denominado como «el piloto loco» o «el anti-héroe de Hiroshima», ciudad donde murieron más de 160 mil personas por la bomba atómica, más los daños colaterales que causó la descomposición del ambiente y los muchos otros efectos que produjo dicha bomba: a las 8:15 horas, cuando explotó la bomba, la temperatura ambiente aumentó a 1300 grados centígrados causando la desintegración de muchas personas por el calor. Lo que sucedió hace 75 años parece haber pasado a segundo lugar, pese a que sigue siendo un problema latente en el mundo. Ya lo ha sostenido así el sociólogo alemán Ulrich Beck, que dijo que, después de la caída de estas dos bombas, empezábamos a vivir en los tiempos de «la sociedad del riesgo». Por ello, el gobierno alemán ha anunciado, después del accidente en la ciudad de Fukushima, Japón, el 11 de marzo de 2011, que, a partir de 2036, en su territorio ya no existirán plantas de energía nuclear.
Aquel piloto, una vez que regresó a su país, lo invadió mentalmente el suceso del que fue participe, cuyo arrepentimiento —por lo que se dice— lo llevó a muchos de los hechos en que estuvo involucrado, como solicitar el perdón al pueblo japonés, cada año enviar dinero a Japón, robar en los bancos sin correr para que lo aprehendieran o romper vidrios de vehículos, etc.; pues lo que estaba reventando su vida era esa sensación de culpabilidad por la muerte de tantos miles de ciudadanos.
Hace 75 años que sucedieron estos hechos y no pueden pasar desapercibidos en la actualidad, pues hoy parece que a la humanidad no le interesa reconocer sus errores, menos sentirse arrepentida, como si esto hubiera pasado de moda, o sea, como si fuera intrascendente. Por ello, vemos que los servidores públicos, de ningún nivel, demuestran ningún arrepentimiento; por el contrario, lo que hacen es «enderezar la plana», precisar lo mencionado, pero sin corregirlo, como si nunca hubiera errores, como si nunca hubiera corrección o como si no pudieran distinguir cuando el mando de un superior puede provocar un ilícito o no.
Al respecto de la ausencia de arrepentimientos y del deslinde de responsabilidades bajo la obediencia debida, la historia de América latina está llena de sucesos donde soldados, políticos, ciudadanos cometieron miles de delitos, homicidios bajo «simples mandatos» de sus superiores. Así sucedió en Guatemala con los genocidios a los pueblos de origen en estos últimos años o con la muerte y desaparición de los disidentes en Argentina, Chile, Colombia y Perú. Hoy, este debate está en la mesa con el proceso al exdirector de pemex, quien, corrompiendo a quien se le ponía en frente, logró la reforma constitucional del 21 de diciembre de 2013, denominada como reforma energética, que ha provocado, entre otras cosas, la bancarrota del mismo pemex y, con ella, la quiebra del país, que durante años vivió de esa empresa; de ciudades enteras que, en todo el territorio nacional, vivían del petróleo y que hoy se han vuelto pueblos fantasmas. Pareciera que, a 75 años de aquellos sucesos, seguimos comportándonos igual.