Martes, abril 23, 2024

Finales y sorpresas

Destacamos

Romo, la diferencia. Y no solamente porque suyo fue el valiosísimo gol que el Cruz Azul se trajo de Torreón. Hay mucho más: Luis Romo Barrón (Ahome, Sinaloa, 5 de junio de 1995) es actualmente, en el club cementero y en todo el futbol mexicano, el hombre que mejor ve la cancha y el partido. Sin ser un exquisito con la pelota sabe siempre qué hacer con ella y qué destino darle. Por eso, sin presumir de rapidez de reflejos gana casi siempre la posición, da buen destino a cada jugada y las concluye con claridad y limpieza impecables.

Así en su gol al Santos: entró al área por la izquierda, acosado por tres adversarios, sin ningún compañero desmarcado cerca, y escapó de los tres con un par de resoluciones inesperadas -molinete, túnel y vámonos-, tapó con técnica perfecta el despeje que Castillo parecía tener a su disposición, y del barullo resultante fue el único que supo sacar provecho inmediato con esa media vuelta que vulneró sin remedio la resistencia de Acevedo (71´). Poco antes, había sorprendido al muy solvente guardameta santista cuando se aproximó frontalmente al área con su tranco lento pero seguro, fingiendo que buscaba receptor en alguna de las dos puntas -instintivamente se abrieron los zagueros- y, sin avisar, soltó un obús que Carlitos Acevedo rechazó casi sin darse cuenta porque, para su fortuna, el tremendo disparo desde el borde del área le vino al cuerpo.

Todo esto en el curso de un encuentro trabado y reseco, que Juan Reynoso planteó desde posiciones retrasadas y Almada lanzando a sus Guerreros a un abordaje precipitado, falto de claridad. En tales condiciones, la única mirada que conseguía penetrar la neblina era la de Luis Romo, auténtica revelación dentro del árido panorama del futbol mexicano.

Y ahora sí, si no es ésta, no se sabe cuándo podría el Cruz Azul romper el maleficio que viene anulando sus aspiraciones desde hace un cuarto de siglo.

Finales europeas. Entre los ganadores de las numerosas finales de la semana me quedo con el Villarreal, que en sus 98 años de existencia jamás había levantado título alguno y que el pasado miércoles derribó en Gdansk al favorito Manchester United para quedarse con el trofeo de la Liga de la UEFA. Y lo elijo no tan sólo por el dramático desenlace del encuentro, jugado en ese enclave polaco cuya historia tiene de por sí resonancias épicas, sino porque la victoria del llamado submarino amarillo representa el grito de rebeldía del modesto lanzado a la cara de uno de los paladines del separatismo clasista representado por la abortada, pero no extinguida, Superliga de Europa.

Para más inri, ha sido un equipo español el protagonista de tal gesta, cuando son precisamente los todopoderosos Real Madrid y Barcelona los más renuentes a abandonar la idea de la tal Superliga, que no tiene para ellos otra mira que multiplicar sus ingresos al infinito, al precio de continuar exprimiendo a los jugadores y la afición e inflacionando un mercado a punto de estallar, resultado lógico del abismo que separa a los multimillonarios del resto de los clubes que, siendo mayoría, son objeto de su renovado desprecio.

Bastante maltrecho se encontraba ya el sentido de equidad y el espíritu emulatorio connaturales al deporte con el acaparamiento de títulos por los mismos de siempre. Nada más sano, entonces, que el triunfo de un mediano, confirmación feliz de que el futbol le sigue reservando un lugar a la cultura del esfuerzo, y es capaz de premiar la solidaridad y la inspiración por encima de la soberbia y la avaricia de los presupuestos monstruosos.

Final de infarto. Ya sonaba raro que el United se marchara al descanso con los cartones en contra tras el gol de Gerard Moreno, que remató con suavidad y colocación un tiro libre lanzado por Parejo a 40 metros del arco, desde la banda izquierda (28´). La opinión generalizada, vista la reacción de los ingleses que empujó al submarino contra su terreno, era que el empate no tardaría en llegar. Y llegó, apenas iniciado el complemento por conducto del infalible Edilson Cavani, muy vivo para aprovechar un par de rebotes dentro del área y fusilar a Rulli (55´). Pero lograda la paridad no conseguía el United orientar su juego debidamente -muy flojo Pogbá y sumamente discreto Bruno Fernandes, los dos presuntos motores de los devils- mientras el Villarreal se aplicaba a una resistencia activa aunque respetuoso aún de las jerarquías. Y fue así que se llegó al alargue.

Se operó entonces inesperada transformación. Como si en el breve descanso Unay Emery le hubiera inyectado a su gente dosis masivas de sensatez y serenidad porque, en la prórroga, la marea británica fue cediendo y el balón pasó a ser de propiedad hispana, con el capitán Raúl Albiol y  los decisivos Parejo y Gerard como eslabones maestros de una tenencia a ultranza que no tardaría en convertirse en paseo, con los británicos tras la pelota, que, de a poco, fue acercando a los levantinos al área de David De Gea. Hasta el grado de provocar una  consulta del juez central al VAR por si era o no penalti una mano de Bayle en área propia a cercano remate de Gaspar. Mejor que no se marcara, porque con sólo seis minutos por delante, el probable gol seguramente nos habría privado de una de las tandas de desempate desde los once pasos más trepidantes de los últimos tiempos.

Paso a la épica. Difícilmente podrá existir registro de una sucesión de lanzamientos tan sin fisuras como la que se vio a continuación. Pateaba por delante el hombre del Villarreal con impecable precisión y aplomo y venía enseguida el del ManU para engañar al portero contrario con idéntica certeza y sangre fría. Así hasta el 10-10 que obligó a los arqueros respectivos a hacer de ejecutores. Y allí el que se agigantó fue Gerónimo Rulli y el injusto chivo expiatorio David de Gea, porque el disparo del argentino entró por el vértice izquierdo como si lo hubiera ejecutado Pelé, y la instintiva reacción del propio Rulli al flojo tiro bajo del arquero español del United colgaría el oro al cuello de los orgullosos jugadores del Villarreal, tan eufóricos como su corta pero enloquecida hinchada.

Nueva frustración de Pep Guardiola. Más que la victoria del ultradefensivo Chelsea, el sello distintivo de la final de la Champions disputada el sábado en Oporto ha sido la decepcionante actuación de un Manchester City muy menor, ofuscado por la presión de los blues en cada centímetro cuadrado de cancha y privado a la hora de partido de su hombre clave, Kevin De Bruynt, al que el atlético y pegajoso James puso fuera de combate con un ojo morado y signos de conmoción cerebral. El elenco londinense también había perdido prematuramente a una de sus figuras, el central brasileño Tiago Silva, pero mientras éste fue reemplazado por Christenssen sin menoscabo de la eficiencia con que el equipo azul defendió su magra ventaja durante todo el segundo tiempo, los de Guardiola jamás dieron con un reemplazo eficaz para el mediocampista belga, si bien éste tampoco había encontrado, mientras estuvo en el campo, la manera de abrir espacios adecuados a sus artilleros, permanentemente silenciados por el implacable marcaje múltiple de las huestes de Thomas Tuchel. En el City nunca hubo asomos del celebrado futbol guardiolista, por más que Pep hirviera a fuego lento al lado de la cancha.

Si algo cabe reprochar al vencedor es su radical retroceso de la segunda mitad, altamente eficaz en su defensa del área del senegalés Mendy pero nada generoso con el espectáculo por cuanto convirtió un juego de futbol en monótono frontón humano a la altura de las mejores épocas del catenaccio. Fue su manera de conservar la ventaja adquirida cuando fenecía la primera mitad, al escapar Havertz tras un servicio largo y frontal de Mount y deshacerse del guardameta Edilson para tirar a puerta vacía (42´). Y  a punto estuvo de ampliarla, sólo que Pulisic fue incapaz de enviar entre los tres palos su gran oportunidad del minuto 71, impune fusilamiento tras otro raudo contragolpe.

La única aproximación real del City llegaría en la agonía del encuentro, mas el remate de Mahrez sólo alcanzó a rozar el vértice izquierdo del arco con Mendy de mero espectador.  Un minuto después, al silbatazo final de Mateu Lahoz, se desataba la euforia de los del Chelsea en campo y tribunas. Por cierto, el silbante español dejó sin sanción una clara mano de James dentro del área londinense que pudo haber cambiado la historia (60´).

Con este resultado -y en realidad con cualquier otro-, los clubes ingleses han ganado 14 veces la Copa de Europa: 6 Liverpool, 3 Manchester United, 2 Nottingham Forest y Chelsea y una Aston Villa. Continúan encabezando la lista los españoles con 18 (13 Real Madrid y 5 Barcelona), vienen enseguida los italianos, hoy de capa caída, con 12 (7 Milán, 3 Inter y 2 Juventus). Y luego están los alemanes (6 Bayern y una por barba Hamburgo y Borussia Dortmund), los holandeses (4 Ajax y una Feyenoord y PSV), los portugueses (2 Benfica y otro par el Porto) y, a razón de una por país, Escocia (Celtic), Rumania (Steua Bucarest), Yugoeslavia (Estrella Roja) y Francia (Marsella). En el siglo XXI, si exceptuamos al Porto de 2004, solamente ha habido campeones españoles, ingleses, italianos y alemanes. Los mismos que quieren sacar adelante su estrafalaria Superliga, con tal de seguir explotando el negocio sin el estorbo de clases medias y bajas respondonas.

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