Recordar el movimiento estudiantil popular, que se inició en julio de 1968 y se prolongó hasta el final de ese año, tiene sentido por múltiples razones, una de ellas fundamental: si bien el movimiento mostró el potencial de la insurgencia juvenil y ciudadana, también reveló el lado represor de los gobiernos del nacionalismo revolucionario, recurso que se prolongó durante los regímenes neoliberales dada su incapacidad de responder a las demandas de la población.
Ciertamente, ese movimiento no se reduce al 2 de octubre, pero ese día los mexicanos supimos de la capacidad represora de esos gobiernos, represión sistematizada en la “guerra sucia”, que tantas vidas cobró, muchas de ellas de jóvenes idealistas anhelantes de un mundo distinto, fraterno y democrático y que, para lograrlo, optaron por la única vía que les dejaron esos gobiernos: la lucha armada.
Las nuevas generaciones deben saber que muchos mexicanos fueron perseguidos, encarcelados, desaparecidos, asesinados y torturados; deben saber que, esa etapa, fue muy difícil porque se encarcelaba el pensamiento y se castigaba por esto. Pero, si eso fue duro, sostiene Margarita Zapata, una mujer mexicana que, desde joven, se incorporó a la guerrilla en Nicaragua: “Si es bastante duro revivir esas cosas [la represión, la cárcel, la tortura y la muerte], es también duro el olvido, la indiferencia, lo más duro es pensar que, como eso ya fue hace tiempo, no tiene sentido revivirlo. Es doloroso lo vivido, pero también es bueno que las generaciones que no han vivido estos hechos los conozcan” para reconocer y apreciar el cambio que se actualmente se gesta en el país.
Para recordar el 2 de octubre y luchar para que no se repita jamás un hecho tan doloroso como el ocurrido ese día, cuando la vesania del gobierno de Díaz Ordaz, masacró inmisericordemente a quienes asistían a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, Ciudad de México, reproduzco un breve y emotivo texto de José Alvarado, periodista y exrector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, publicado unos días después de la represión, en la revista Siempre! titulado: “Luto por los muchachos muertos.” Escribió Alvarado: “Había belleza y luz en las almas de esos muchachos muertos. Querían hacer de México la morada de la justicia y la verdad. Soñaron una hermosa República libre de la miseria y el engaño. Pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes en los niños, la frustración en los adolescentes y el desencanto de los viejos. Acaso en algunos había la semilla de un sabio, de un maestro de un artista, un ingeniero un médico. Ahora sólo son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas, Su caída nos hiere a todos y deja una horrible cicatriz en la vida mexicana.
“No son, ciertamente, páginas de gloria las escritas esa noche, pero no podrán ser olvidadas nunca por quienes, jóvenes hoy, harán mañana la crónica de estos días nefastos. Entonces, tal vez, será realidad el sueño de los muchachos muertos, de esa bella muchacha, estudiante de primer año de medicina y edecán de la Olimpiada, caída ante las balas, con los ojos inmóviles y el silencio en sus labios que hablaban cuatro idiomas. Algún día una lámpara votiva se levantará en la Plaza de las Tres Culturas en memoria de todos ellos. Otros jóvenes la conservarán encendida”.