Usuario de X, “Armani: “¿Sabes lo que no era lo mejor para la gente? El gobierno de los Estados Unidos organizó un golpe de estado contra Evo Morales en Bolivia para que pudieras obtener el litio allí”.
Elon Musk: “¡Derrocaremos a quién queramos! ¡Bánquensela!”
Desde hace dos décadas, el sistema electoral venezolano es reconocido como uno de los más eficientes, confiables, y seguros del mundo, al no basarse ya en el uso de las papeletas tradicionales (La Jornada: La votación es digital), sino estar diseñado con tecnología electrónica y capturar el voto mediante la huella dactilar del votante, con registro electrónico de resultados en poder de cada uno de los partidos contendientes en cada elección; su seguridad ha sido avalada por los observadores internacionales que han asistido a mirar los procesos electorales desde tiempos en que gobernaba el comandante Hugo Chávez. (La Jornada: Yo sí reconozco los resultados del CNE en Venezuela). ¿Por qué hoy, de nueva cuenta, esa confiabilidad es cuestionada por la oposición al régimen de Nicolás Maduro? Siendo sistema electrónico, cuyos resultados son de conocimiento inmediato en las terminales que posee cada uno de los partidos políticos contendientes, existe consenso en que ese sistema únicamente podría tener fallas a causa de un hackeo; es decir, por un ataque cibernético o pirateo informático. ¿Venezuela está viviendo la comedia Juan Guaidó, “presidente legítimo”, capitulo II, o un caso de ataque cibernético, cortesía de la dupla gobierno de Estados Unidos-Elon Musk?
Esta posibilidad de interpretar la crisis electoral venezolana podría derivar de lo ya reiterado públicamente por Musk: <<He estado trabajando con IA durante una década. Deberíamos estar preocupados por dónde va la IA. Las personas que veo que están más equivocadas acerca de la IA son las que son muy inteligentes, porque no pueden imaginar que una computadora pueda ser mucho más inteligente que ellas. Esa es la falla en su lógica. Son más tontos de lo que creen. Creo que el peligro de la IA es mucho mayor que el peligro de las ojivas nucleares>>. Y, entonces, la discusión del conflicto electoral se esté haciendo correr, intencionalmente, sobre vías paralelas para propiciar el choque de posiciones políticas, y no la búsqueda políticamente sana de los resultados reales de la votación que impida la violencia social por motivos electorales. Cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE), encargado oficial de los procesos electorales nacionales y el cómputo de la votación, sale a decir que computado el 80 por ciento de los votos, Nicolás Maduro había obtenido el 51.2 por ciento de los votos, por 44.2 del opositor Edmundo González, aseverando que era tendencia contundente e irreversible; su titular, Elvis Amoroso, denunció en los primeros minutos del lunes, que el sistema de transmisión de datos había sido blanco de un “hackeo masivo”, que impedía mostrar los resultados del cien por ciento de los votos.
La opositora María Corina Machado desconoció esos datos oficiales sosteniendo que, de acuerdo con las actas que tienen en su poder, pero exhibiendo el 40 por ciento de ellas, el candidato de la alianza Plataforma Unitaria ganó con 70 por ciento de los sufragios, y Maduro obtuvo 30 por ciento, por lo que proclamó a González presidente electo, agregando que habían ganado todos los estados del país. Con base en los mismos documentos “digitalizados por observadores electorales de la oposición”, todavía ayer domingo -yendo contra resultados oficiales- el periódico Washington Post apunta que Maduro suma 3 millones 131 mil votos, por 6 millones 901 mil de González. El manoseo de las cifras aparece como notable divergencia entre la oposición venezolana y sus aliados de Estados Unidos. Tal circunstancia ha hecho surgir dudas que giran sobre tres hechos básicos: hubo, o no, agresión al sistema electrónico electoral; si el 40 por ciento de actas que mostraba Machado, podían dar certeza del triunfo opositor en porcentajes de 70/30; y, si las actas digitalizadas son dignas de crédito, habiendo diez aspirantes a la presidencia de la república: <<Diez candidatos compiten en un proceso a una sola vuelta, pero sólo dos pesan en las encuestas: el actual mandatario Nicolás Maduro, del Partido Socialista Unido de Venezuela, y Edmundo González Urrutia, de la alianza Plataforma Unitaria>>. (La Jornada: Hoy, 21 millones de venezolanos votan en las presidenciales).
Otra circunstancia que llama atención gira en torno al compromiso de respeto a resultados electorales: <<El resto de los candidatos, todos de la oposición, son: Benjamín Rausseo, Antonio Ecarri, Daniel Ceballos, Luis Eduardo Martínez, José Brito, Claudio Fermín, Javier Bertucci y Enrique Márquez. De los diez aspirantes, ocho firmaron un documento en el que se comprometieron a reconocer los resultados de las elecciones de hoy; el candidato de la Plataforma Unitaria y Enrique Márquez, del partido Centrados en la Gente, no firmaron>>. La actitud de Plataforma Unitaria contradijo sus propios compromisos políticos pactados con el gobierno, específicamente los contenidos en el cuarto párrafo introductorio y el acuerdo TERCERO, puntos 5 y 12, del Acuerdo de Barbados, firmado en Bridgetown, el 17 de octubre de 2023, entre el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y la “Plataforma Unitaria de Venezuela” cuyos acuerdos fueron: el rechazo de cualquier forma de violencia política contra Venezuela, el respeto a la autoridad electoral, y el reconocimiento público de los resultados de los comicios presidenciales. (Venezuela. Conozca los detalles del Acuerdo de Barbados – Resumen Latinoamericano). ¿Cómo interpretar esta actitud de la oposición que firma compromisos públicos para no cumplirlos? Una falta de seriedad política que, ahora, aparece como preludio concebido para desconocer el resultado de la elección y, cimiento para justificar las protestas contra el gobierno y el órgano electoral, la violencia callejera, y la intervención extranjera que -injerencista- cuestiona los resultados oficiales.
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Existen algunas similitudes entre las elecciones presidenciales de México y Venezuela, empezando por el presupuesto propagandístico que la oposición ha manejado en los dos países etiquetando al gobierno de “tiranía” o “dictadura”. Aun cuando el Dr. Marcos Roitman alude y describe a la oposición venezolana, su consideración queda bien para la mexicana: <<Cabría preguntarse qué tiranía es aquella donde los candidatos opositores se mueven libremente por el país, controlan la televisión por cable, hacen uso indiscriminado de las redes sociales y en sus arengas piden la intervención extranjera, alientan un golpe de Estado, llaman a las fuerzas armadas a romper el orden constitucional y se vanaglorian de tener amigos poderosos que les financian y apoyan en sus demandas>>.
En México, desde la “intelectualidad opositora” se recomendó privilegiar “la guerra sucia, pero sucia en serio”; se pidió abiertamente a la candidata opositora no reconocer su derrota ni el eventual triunfo en urnas de la candidata oficial; y forjar un escenario donde, “si la oposición y su candidata declaran ilegal e ilegítima la elección, buscan anularla en las instancias legales, y cuestionarla en la calle y los medios, ante empresarios, la iglesia, la comunidad cultural e incluso en el ámbito internacional, se perfila una disyuntiva desgarradora pero seductora para el gobierno. El gobierno estaría obligado a decidir entre vivir con el estigma de la ilegitimidad o negociar”. El objetivo trazado era intentar conseguir en la mesa lo no obtenido en las urnas. En Venezuela, dados los compromisos asumidos en el Acuerdo de Barbados, el hackeo del sistema electrónico electoral tenía que ser la espina dorsal de la guerra sucia, que permitiría a la oposición cuestionar los resultados, desatar la acusación genérica de fraude, y argumentar un supuesto triunfo, ante la ausencia de resultados totales de la elección, que podría manejarse mediáticamente, al interior y exterior del país, a conveniencia para favorecer los intereses de la oposición y conseguir un reconocimiento internacional, en especial de Estados Unidos, al que de por sí, Corina Machado había pedido su intervención, desde 2019, considerando a Venezuela “una amenaza real para la seguridad nacional de los Estados Unidos” (sic).
Durante la campaña electoral, la guerra sucia contra la candidata oficial en México se basó en la expresión “narcocandidata” difundida masivamente a través de fábricas de bots instaladas fuera del país que hicieron su trabajo, en complicidad con las derechas de esos países, desde España y Argentina. En el caso de Venezuela, se habría instalado un centro paralelo “ubicado fuera del territorio venezolano”, en Miami, conectado con la oposición. Los estrategas de campaña, en cada caso, fueron empresarios: Claudio X. González y Corina Machado. Sin embargo, allá, la oposición cuenta con dos “súper padrinos”: Elon Musk, en el ámbito cibernético, cuya sola presencia y participación daría visos de certeza a la denuncia de hackeo al sistema electoral; y el gobierno de Estados Unidos (EU). A pesar de ellos fracasaron en las urnas, pues, los votos superaron a los bots.
El estilo del “madruguete” apareció en ambas elecciones pues Xóchitl Gálvez cantaba victoria con “sus encuestas” antes de la información oficial del INE; y, Machado daba como ganador a Edmundo González contra la información del CNE. Estas semejanzas, establecen que la forma de acción política y electoral de la derecha tiene un modelo estandarizado. Los súper padrinos se encargan de hacer el resto mediante los mecanismos de injerencia y desinformación. Los gobiernos de derecha en América, encabezados por EU -campeón mundial de las guerras y la promoción de golpes de estado- se han erigido en jueces del acontecer electoral de un país soberano. ¿Por qué la elección presidencial de Venezziola, Tierra de Gracia, se recela tanto en el mundo? Exclusivamente, porque en tiempos de guerras atizadas por EU, en Europa y Oriente, que hacen prever la inminente llegada de una Tercera Guerra Mundial; los países que hacen del armamentismo y las guerras de saqueo, un productivo negocio a costa del exterminio de seres humanos, ambicionan el control y dominio del petróleo cuyas mayores reservas probadas, en el mundo, están en Venezuela, bajo custodia del chavismo que defiende la independencia y soberanía del país sobre sus recursos naturales. Eso representa Nicolás Maduro. Su relección posterga el anhelo y avaricia de EU y la oposición venezolana, de acceder al control de esa riqueza. La ambición de Musk, se centra en el litio de esas tierras, indispensable para su proyecto de autos eléctricos. (La Jornada: La victoria de Maduro y el golpismo latente).
La oposición venezolana ha hecho del golpismo y la autoproclamación un estilo de hacer política, una tradición. Aquel golpe de estado (11 de abril) de 2002, ante la detención militar y, supuesta renuncia al cargo, de Hugo Chávez, dio lugar a que el señor Pedro Carmona, líder de Fedecámaras, se autoproclamara presidente con el apoyo de varios partidos políticos de la oposición. Henrique Capriles lo hizo en 2013; siguió Juan Guaidó en 2019; y, ahora lo intentan con Edmundo González, prestanombres de Machado, quien el jueves fue reconocido por Estados Unidos, ganador de las elecciones a través del secretario de Estado, Antony Blinken: <<dada la abundante evidencia, es claro para Estados Unidos y, más importante, para el pueblo venezolano, que Edmundo González obtuvo la mayoría de votos en las elecciones presidenciales>>.
Tras el resultado oficial dado por el CNE, de 51.95 por ciento de votos para Maduro y 43.18 para González, con base en el 96.87 por ciento de las actas; el candidato opositor no acudió a la cita fijada por el Tribunal Supremo de Justicia, a los diez contendientes, para el proceso de verificación de votos; tampoco concurrió a la marcha opositora convocada para el sábado; y sólo apareció en redes sociales, en el canal UHN Plus de EU: <<Aquí seguimos trabajando para que se respeten las elecciones del 28 de julio en las que fuimos ganadores con abrumadora mayoría>>.
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Heroica Puebla de Zaragoza, a 05 de agosto de 2024.
JOSÉ SAMUEL PORRAS RUGERIO