La pregunta no es trivial, y la reflexión sobre ella ciertamente nos hace dudar, aunque todo parece apuntar a que confiamos más en nuestras creencias que en las evidencias (información que puede indicar que aquello que creemos es falso). Los datos son susceptibles de ser corroborados o refutados; ello los hace relativos y, frecuentemente, datos que no acomodan a nuestro modo de pensar son cuestionados y hoy, con el Internet, de seguro se encontrará a quien asevere que están equivocados o que fueron inventados o que “existen otros datos”. Total, nuestras creencias se imponen a las evidencias que las contradicen. Cuando los hechos se acumulan y se hacen quasi irrefutables, el proceso inquisitivo analítico se ocluye y los hechos o datos que atentan contra nuestra cosmovisión simplemente se rechazan, no se toman en cuenta y no se escucha.
Un caso interesante a considerar es el de la astrología, ya que existe una amplia evidencia que demuestra que es una creencia equivocada y no existe ningún elemento que sugiera de forma alguna que es factible que la posición de las constelaciones estelares tenga una influencia sobre la salud o la conducta humana; y a pesar de ello, la creencia domina a la evidencia, y la astrología persiste, en la actualidad, con tintes pseudocientíficos. Interesantemente, la astrología no se relaciona con ninguna doctrina religiosa, pero sí con creencias relacionadas con “artes” adivinatorias como las cartas, el tarot, etc, las cuales persisten basadas en la sola probabilidad de que las cosas ocurran. Cuando no ocurre lo predicho, no pasa nada, pero cuando ocurre, ¡¡¡Ohhhh!!!, causa gran admiración. A diferencia de las creencias religiosas, la astrología no constituye una creencia que dé sentido a la vida, pero se antepone a los hechos y se le da credibilidad. Hasta se paga por los horoscopillos.
Un caso especial de estos problemas que ejemplifica la importancia que puede tener ponderar el valor de las evidencias versus el de las creencias, se da especialmente en política, y ni hablar del México actual en que nadie parece capaz de escuchar al otro a pesar de las evidencias a favor o en contra de tal o cual acontecimiento y de su evolución y significado. Esto es lo que produce las polarizaciones sociales, que pasan por encima de los hechos y los discursos racionales y se llevan al terreno de las puras creencias o preferencias lo que tiene efectos importantes hasta en la economía.
Los juicios de la Inquisición, del nazismo, del sionismo y de otros tantos ismos, son ejemplos patéticos de la confrontación creencias versus evidencias. La religión es un caso extremo de este problema. Por su complejidad e historia, la discusión, en este caso, no se limita solo a la dicotomía creencia-evidencia, pues la religión es una creencia definitoria del sentido de la vida y representa una cosmovisión. por lo cual la sola pregunta por su veracidad, en muchos casos, es considerada como insultante o por lo menos improcedente.
Finalmente, para concluir parece que el ambiente social es hoy favorable a las creencias y no a las evidencias. Ello no quiere decir que por un supuesto “respeto”, no podamos cuestionar las creencias, bajo el argumento de que cada cabeza es un mundo, o que todo pasa a través del filtro del pensamiento, y estemos obligados a callar ante ideas absurdas dejando de expresar la razón basada en el análisis de hechos precisos.