Domingo, noviembre 9, 2025

Moda, mercado y despojo: apropiación cultural de los pueblos originarios

Cuando elementos culturales de los pueblos originarios, como la vestimenta, el arte, los símbolos espirituales o las lenguas; son tomados, modificados y comercializados sin consentimiento ni reconocimiento, se reproduce una forma de apropiación. Esta apropiación arrebata a las comunidades su patrimonio tangible y lo convierte en mercancía

En este contexto, cuando figuras de poder —marcas globales, diseñadores o influencers— adoptan símbolos culturales ajenos sin otorgar crédito ni compensación, están negando la dignidad de las comunidades de origen. En un país como México en donde habitan 68 pueblos originarios y se autoidentifican indígenas alrededor de 23.2 millones de personas, no se trata simplemente de portar un símbolo o una prenda tradicional; al hacerlo sin comprender ni respetar su sentido, se despoja al objeto de su historia y significado para insertarlo en el mercado como un producto más.

Es fundamental no caer en la hipocresía de apropiarse de símbolos pertenecientes de los pueblos originarios mientras se ignoran las luchas reales que estas comunidades enfrentan, como ha señalado la antropóloga social María del Carmen Castillo. No se trata solo de vestir sus colores o usar sus palabras, sino de entender que son pueblos enteros que resisten frente a megaproyectos mineros y la expropiación de tierras, la cual avanza cada vez más, ya que  de los 68 pueblos indígenas que habitan en el país en 37 de estos existen concesiones mineras, según investigaciones realizados por Eckart Boege. 

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De esta forma, el discurso globalizador promueve la idea de una cultura universal y pluralista, pero en la práctica, quienes realmente se benefician de esta supuesta universalidad son los grupos que dominan los marcos de referencia: usualmente, los del discurso occidental. Así, el multiculturalismo se vuelve funcional a una lógica hegemónica, en la que se tolera lo “diverso”, siempre y cuando esté listo para el consumo, como señala el escritor Alejandro Cristiá.

La apropiación cultural tiene ejemplos documentados en México

En 2020 la casa de moda Carolina Herrera incorporó bordados similares a los tradicionales de Tenango de Doria, Hidalgo en su colección Resort 2020, sin ningún tipo de compensación; aún cuando la marca llega a facturar alrededor de mil millones de dólares anualmente, de acuerdo a un artículo de MZD. La Secretaría de Cultura de México exigió explicación, remarcando que estos textiles simbólicos son patrimonio vivo de las artesanas otomíes. Wes Gordon, director creativo, calificó los diseños como un “tributo”, pero no se documentó diálogo con la comunidad ni retribución directa.

En mayo de 2021, la Secretaría de Cultura envió cartas a estas marcas por usar símbolos mixtecos, mixes y zapotecos de distintos municipios de Oaxaca en sus prendas:

Zara: vestido tipo huipil con bordados de San Juan Colorado.
Anthropologie: short bordado con símbolos de Santa María Tlahuitoltepec.
Patowl: camisetas florales replicando patrones zapotecos de San Antonino Castillo Velasco.

También, la marca francesa Isabel Marant fue señalada por usar diseños originarios del pueblo mixe de Santa María Tlahuitoltepec (Oaxaca), específicamente en blusas tradicionales. 

En 2022, artesanas oaxaqueñas protestaron durante el Mercedes Benz Fashion Week contra Moravy, marca de Ivette Morán, esposa del senador Alejandro Murat Hinojosa. Denunciaron que la marca plagió diseños tradicionales de comunidades indígenas y afromexicanas sin crédito. Algunos carteles decían: “Ivette, recortar no es diseñar” y “nuestra cultura no cabe en tus aparadores”.

Estos ejemplos muestran una contradicción en cómo la acción se transforma dependiendo de quién usa los símbolos culturales. Cuando una persona blanca, con visibilidad y privilegio social, porta un huipil o utiliza un diseño indígena, suele interpretarse como un gesto de aprecio hacia la cultura mexicana. Sin embargo, esa misma prenda, usada por una mujer indígena, muchas veces refuerza su marginación y es vista a través de la discriminación

La contradicción se amplía cuando se observa el papel que muchas mujeres originarias ocupan en la cadena de producción de la moda. Puesto que en Centroamérica 263 mil trabajadoras textiles viven explotadas en las maquilas. Ellas representan un 58 por ciento del total de la fuerza laboral en el sector, de acuerdo a información de Oxfam. Estas mujeres, que son quienes realmente sostienen dicha industria, son sometidas a extensas jornadas laborales, salarios bajos, vigilancia constante y restricción a los derechos sindicales.

Así, mientras lo indígena es romantizado y transformado en tendencia, los pueblos originarios enfrentan marginación estructural, pobreza, discriminación y despojo territorial. El reconocimiento simbólico sin justicia social resulta ineficiente, se trata de transformar las condiciones que permiten que unos se enriquezcan con lo que para otros es identidad, historia y resistencia.

Leer más: El diálogo en torno a los pueblos indígenas y afromexicanos nutrirá el festival Siete lenguas

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