El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón, navegante genovés, apoyado por los reyes católicos de España, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, avistó la isla de Guanahaní en las Bahamas, creyendo que era un territorio desconocido del este de la India, y la nombró San Salvador, marcando el inicio del trascendental descubrimiento, exploración y colonización europea del continente americano.
Pero esta historia ya se conoce y cada año países como Estados Unidos celebran “el día de la raza” enalteciendo las transformaciones que causó.
Pese a que la idea de que Colón fue el primero en llegar a América se ha puesto en duda, pues se cree que los vikingos ya conocían esta tierra muchos años antes, los inmigrantes italianos asentados en Norteamérica reclaman su “patrimonio” porque su presunto descubridor era italiano.
En México y latinoamérica este día generalmente pasa desapercibido, y es que, si bien el descubrimiento de América universalizó la historia de la humanidad y fusionó las culturas de dos mundos, para nuestros antepasados prehispánicos significó la conquista y colonización de sus pueblos.
El 12 de octubre, ahora, ya no se valida sólo como “el gran descubrimiento”, sino que se muestra envuelto en un sentido más simbólico del mismo hecho en relación con nuestros días.
Tras el arribo de Colón y la exploración de más territorios, los conquistadores interactuaron con la población que ahí habitaba, “los indios” les llamaban. La monarquía española, así como la iglesia católica pensaron que los pueblos de las Indias carecían de alma y eran en todo sentido inferiores a la ideología canónica, que en ese entonces se remitía al pasado griego y romano. Esta idea hizo que los españoles se pensaran como los guías que habrían de “dominar, civilizar y encaminar al progreso” a los nativos.
Aún se conservan vestigios de lo que fue Mesoamérica y Sudamérica; sin embargo, la imposición de una misma lengua, religión, creencias, maneras de actuar, etc. destruyó la mayor parte de la riqueza cultural de las comunidades originarias; tradiciones y rituales de valor incalculable, además de las cosmovisiones, se borraron o tergiversaron por medio del derramamiento de sangre, las amenazas y el engaño de los evangelizadores y militares.
Han pasado 532 años de aquel histórico suceso, y aunque entre los protagonistas del sometimiento ya no se encuentra Hernán Cortés, conquistador de México y Honduras; o Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador de Colombia, América sigue experimentando el coloniaje, han cambiado los centros de poder y la existencia del predominio de unos seres humanos sobre otros es indiscutible.
Un ejemplo cultural de esto es la tajante separación de la literatura indígena de la literatura canónica. No se les otorgan los mismos premios ni el mismo reconocimiento, además de que la literatura indígena jamás ha participado junto a otros textos en los eventos intelectuales. ¿Acaso la literatura escrita por mujeres y hombres indígenas carece de algo para no ponerse a la par de la literatura occidental?
Parece ser que América ha superado el trauma que le arrebató su esencia. No tiene caso revivir la herida que dejaron las conquistas de Europa; queda conmemorar los hechos y reflexionar sobre qué es lo que queda de ese pasado convulso en la idiosincrasia de nuestra tierra. De esta manera, el porvenir no repetirá los mismos errores del siglo XVI.
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