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El Santo de Tlaxcala

Por: La Redacción

2013-06-17 04:00:00

ElSanto de Tlaxcala es un hombre de una edad
indefinida, viste túnica de múltiples colores y
camina con paso rápido. Cuando se dirige a las
personas no las ve pero aparenta escucharlas

Predicar con lenguaje críptico

Pide depositar la confianza en él

La modernidad es perversión

El Santo de Tlaxcala es un hombre de una edad indefinida, viste túnica de múltiples colores y camina con paso rápido. Cuando se dirige a las personas no las ve pero aparenta escucharlas porque alza la vista y mira al vacío para escucharse a sí mismo y poder resistir todo lo que la gente le dice.

Igual que Jesucristo, Moisés, Buda, Mahoma, Alah, Krisna y Horus, El Santo de Tlaxcala también adopta cuando menos nueve nombres: a veces se hace llamar Adolfo, otras veces Ramiro, algunas más se identifica como Francisco, Rodolfo o Antonio, y cuando ya está cansado asume el nombre de Guillermo, Héctor o Miguel Ángel. 

Desde temprana hora, todos los días sale a predicar, aunque habla con un lenguaje críptico, la gente se presta a escucharlo, el otro día que visitaba el mercado Sánchez Piedras, al ir por un pasillo oyó como una mujer regateaba y le suelta: la verdura es más importante que el dinero, déjame escucharte para tomar decisiones.

Una de las cosas que distinguen al Santo de Tlaxcala es que no hace milagros de forma inmediata, sino que promete hacer los milagros, lo único que pide es que depositen su confianza en él para pedirle a una fuerza superior que le ayude a modificar el estado de las cosas, porque entiende que todos están insatisfechos.

En una visita que elSanto hace por el tianguis, ofrece pedirle al señor que los sábados no llueva y que los hijos de los comerciantes tengan un lugar para que estudien, sabe que la fe lo puede todo y asegura que como el maná, si creen en él los empleos caerán del cielo y como los pajaritos deberá preocuparse por el trabajo.

Deben hacer lo correcto, porque si no hacen lo correcto, no van a tener dinero para contar con una constructora, adquirir propiedades en Acapulco o hacerse una casa en Cuernavaca. Pide disculpas porque esa no era la intención de sus palabras, sino condenar a quienes se aferran a las cosas materiales y dejan de lado lo espiritual.

Importa más la fe que el dinero

No importa que no tengan dinero, porque si tienen fe, podrán tenerlo todo. Además recuerden que es más fácil que un camello pase por la ojiva de una aguja que un rico entre al reino de los cielos, aunque los pecadores pueden cubrir las cuotas para unas misas gregorianas y se van derechito al cielo. El dinero sirve para que se salven, siempre y cuando lo den a la institución adecuada.

En uno de los pueblos, afirma el Santo que no deben ir hacia la modernidad, porque la modernidad es perversión, aunque la gente le pide que vea lo que han hecho con sus calles y no hay agua. Aunque no falta el vecino que informa que para modernizar el pueblo, la presidente municipal auxiliar ha puesto tres veces el mismo adoquín en la misma calle.

Quien quiera seguirme que lo haga, proclama el Santo, porque “con mi estructura, con los que vamos a conquistar el corazón de la gente de Tlaxcala, que no somos gente maleada, que tenemos proyecto y que tenemos la capacidad para… hacer lo correcto, obraremos el milagro como obraron en mí y ahora gano la batalla antes de empezarla.

En otro lugar, pero al mismo tiempo, que para eso es el Santo, les dice: la belleza no sólo está en el exterior, sino en el interior, la cirugía plástica sólo sirve para la fachada, pero: “ala capital no sólo hay que embellecerla, sino que además necesitamos impulsar actividades culturales, así como atender las necesidades básicas de servicios públicos y de seguridad que piden sus habitantes.”

El maná cae del cielo, reitera el Santo, pero para que eso ocurra deben depositar su  confianza en el pastor. Yo soy el camino y también la luz, dice el Santo, mientras les pide a todos que sean fuertes y que no se dejen dominar por las bajas pasiones que siempre los controlan cuando otorgan su voto por un atole y un tamal. ¡Tan siquiera que les den huevos!

Quién sabe que le exponen, de pronto alza la mirada al cielo y dice: “Yo soy tu dios, el que te sacó de la inopia, de la casa de servidumbre. No debes tener dioses ajenos a mí. No debes honrar a nadie más que a mí.  Porque soy un candidato fuerte, celoso y no pueden jugar conmigo: Yo soy el bueno”.

En uno de los recorridos vespertinos que hace el Santo, le agarra la lluvia y contrario a lo que había dicho en el tianguis, apunta: “la lluvia es una señal de que vamos por buen camino”, porque así como la tierra requiere del agua, así la capital necesita de empuje y que mejor que nosotros la salvemos de quienes han hecho de ella una embarcación de filibusteros, bucaneros y aventureros.

En el zócalo de la capital, junto al quiosco, el Santo les recuerda: al César lo que es del César y a dios… que les vaya bien. Es importante que como hombres y mujeres de bien se comporten con honradez, por eso los gobernantes cobran impuestos, pero yo “brindaré descuentos muy importantes en el pago de sus impuestos, porque tengo la obligación de apoyarlos y lo voy a hacer.”

En la central camionera, dice a los choferes y cobradores: atiendan con alegría a la gente, porque por ellos tienen trabajo y eso hace que en su casa no sufran, porque mi iglesia: “no permitirá malos tratos ni mucho menos caras largas  a la atención de la ciudadanía como pasa en la actualidad con los malos…”

La urna de las esperanzas

¡Arrepiéntanse de sus pecados! ¡Está cerca la salvación! ¡He venido a salvarlos! ¡A cambio de nada!, porque es importante que el pueblo se salve de tanta podredumbre, de los malos gobernantes, de esos hombres y mujeres que se hacen ricos y nunca velan por la ciudadanía, yo soy la luz, yo soy la urna en donde depositarán sus esperanzas el 7 de julio.

La gente se arremolina a escucharlo y cuando extiende las manos para hacer una cruz, mira suplicante al cielo, pidiendo: padre, ilumina a todos estos hombres y mujeres para que puedan alcanzar la salvación y no se quemen en el fuego eterno. En tus manos está la posibilidad de condenar a todos aquellos que gastan el dinero público como si fuera propio, cuando es de todos.

El Santo no se cansa de mostrar la posibilidad del cambio, del arrepentimiento, de la salvación. Hermanos y hermanas, démosle oportunidad a nuestro corazón y escojamos lo mejor, y no sólo los bienes materiales, sino los espirituales, porque los bienes materiales sólo hacen que tengan casas, ranchos, casas de campo, restaurantes, empresas, hoteles, que han salido del dinero sucio, del dinero con que han prostituido sus almas.

Vayamos juntos a la modernidad… perdón, vayamos juntos por la senda del bien y veamos que es posible ser distintos, ser diferentes, ser simple y llanamente personas que se preocupan por los demás. No les hagan a los otros lo que no quieren que les hagan a ustedes, aunque algunos de ustedes ya han robado cuanto han podido, ahora que regresan por otro puesto, úsenlo para servir y no para servirse, ¡Es la oportunidad de devolver un poco de lo que se llevaron!

De pronto, parece entrarle una crisis de conciencia y profetiza: “acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra; más el séptimo día es…  para la campaña… porque lo que no puedes hacer en seis días trata de hacerlo en el séptimo porque está santificado”.

El Santo llega a una zona de hoteles y moteles que se encuentra en la ciudad capital y arenga a los que entran y salen de ahí. Pecadores y pecadoras, vamos a crear fuentes de empleo para que no tengan que andar metiéndose con la trata de personas. Al salir un vehículo casi lo atropella, sólo para descubrir que la que lo maneja es su hermana.

Eso le produce escalofríos y le grita: honra a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno… ¡Aunque seas presidente municipal!

Señor, ilumina a estas buenas personas para que no ocurra como en Tabasco, que una bola de rateros se llevó todo lo que debía de ser para los pobres, pero luego ocurre que detienen al tesorero y la Procuraduría de Justicia del estado lo deja libre porque no tiene pruebas de su ratería. Todos conocen a los que se enriquecieron en el sexenio, pero no hay pruebas para acusarlos. ¡Hasta eso se robaron!

El Santo recorre todos los pasillos del tianguis y la gente que lo escucha le regala unos jitomates, unos pescuezos de pollo, un vaso de atole, un taco de carnitas. Una vez que concluye su recorrido se retira a su casa, que le sirve de templo y ahí comparte el pan y la sal con sus nueve apóstoles, a quienes llama como: Escobar, Pluma,  Hernández, Brito, Velázquez, Torres, Barba, Vázquez y Bernal.

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