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Grândola Vila Morena

Por: Guillermo Aragón Loranca

2013-04-30 04:00:00

El pasado 25 de abril se cumplieron 39 años de aquella luminosa mañana, cuando a través de la radio portuguesa se escuchó la canción de José Afonso, indicando que había llegado la hora de la rebelión, la hora en que el pueblo y los jóvenes capitanes del ejército colonial portugués, iban juntos a derrocar al régimen dictatorial de Salazar; en pleno siglo XX había comenzado la Revolución de Os cravos vermelhos, la revolución de los claveles rojos, única en su tipo y totalmente inesperada en el contexto de la vieja Europa anquilosada y de rodillas ante el imperialismo yanqui.

Terra da fraternidade…de pronto había sucedido lo impensable: uno de los países más atrasados del continente europeo, sometido durante siglos a los intereses de su vecina Inglaterra, desangrado por las guerras coloniales en África y sometido a un régimen dictatorial militar de ultraderecha (muy similar al franquismo español), estaba abriendo un nuevo camino, una experiencia inédita: una parte importante del ejército se había unido a grupos, partidos de izquierda, y la inmensa mayoría del pueblo portugués, para decir ¡Basta! a 40 años de dictadura, con un ambicioso programa social. Las imágenes de las mujeres y los niños en las calles recibiendo jubilosos a los soldados sublevados y colocando en los cañones de sus fusiles claveles rojos, dieron la vuelta al mundo anunciando que sí era posible construir una tierra de fraternidad, que sí era posible destruir la barrera que dividía represores y reprimidos, porque eran el mismo pueblo.

O povo é quem mais ordena… el pueblo, los marginados, los campesinos, los que siempre habían puesto los muertos para defender los intereses de las empresas en Angola, en Mozambique, en Guinea Bissau, se hizo protagonista de un proceso de cambios radicales: se organizaron cooperativas, tomaron en sus manos la producción, aprendieron a organizarse para tomar decisiones desde abajo, para lograr consensos y hacer que sus representantes las ejecutaran. El pueblo se había “empoderado” de su propia historia, de su propio proyecto alternativo, demostrando al mundo que otro mundo era posible.

Dentro de ti o cidade…la experiencia era demasiado peligrosa para el sistema, era un ejemplo demasiado atractivo para el mundo, puesto que echaba por tierra mitos e ideologías sobre el colonialismo, sobre la superioridad de unas culturas sobre otras, sobre la incapacidad del pueblo llano de autogobernarse, sobre el papel de ejército como garante de los intereses del capitalismo nacional e internacional y, principalmente, sobre los antagonismos entre los diferentes grupos de la sociedad. Por ello había que aislar la experiencia, no dejar que se propagara, no atacarla directamente desde fuera, no reprimirla ni crearle mártires, sino ahogarla poco a poco, desde dentro y con discreción, sembrando la división entre los grupos, comprando líderes, infiltrando oportunistas y reduciendo los programas revolucionarios a una mera retórica. Aunque ahora Portugal está alineado y sometido a los dictados del capitalismo europeo, la Revolución de los Claveles Rojos sigue siendo un símbolo y una esperanza de otro mundo posible.

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