Chorizos y perros

Eso era de cuando a los perros los amarraban con chorizos. Dice el lugar común y en Tlaxcala pasaba algo muy parecido, se vivía en una especie de isla donde la violencia que pasaba en otros estados estaba simplemente desterrada. No es que no hubiera violencia, porque la había pero reducida y focalizada. El tipo que enloquecía y macheteaba a su esposa, el que cobraba venganza contra otro en pleno parque del centro de la capital y el tráfico de personas.

Pero si uno no llegaba a inmiscuirse con los dillers, los antros de muy baja estofa o salir de noche en lugares perdidos no sentía más que la inocencia y la tranquilidad de la gente. Sin embargo, en lo que va de este mes he recibido cuando menos un par de llamadas de atención.

Espantada, una amiga me dice que no puede salir de su casa en Apizaco porque hay toque de queda a partir de las 11 de la noche. Ya se veía venir desde que en el sexenio de Héctor Ortiz los robos en bancos en aquella ciudad comenzaron a menudear (se dice que ese oscuro gobernador alentó la empresa privada llamada crimen organizado). Una persona cercana que trabajaba en un banco me contó que un hombre cambiaba dólares a diario. Este hombre le pidió que dejara de pedirle identificación para hacerlo y que aumentaría el monto a cambio de darle un porcentaje para que se hiciera de la “vista gorda”. Mi conocido de inmediato pidió sus vacaciones para no tener que darle una respuesta.

Otro amigo que trabaja de mesero en un famoso antro de la capital me cuenta que los Zetas ya le pidieron cuota al dueño. Los que viven en Loma Bonita, una de las unidades habitacionales más viejas del estado, saben lo que es dormir oyendo balazos. La procuradora dice que los cuerpos encontrados en la entidad provienen de otros estados, como si ese hecho quitara un poco el miedo que produce en la población. Se habla de que un cargamento decomisado en el estado puede ser la causa de la venganza de los grupos delictivos para con la población. Lo cierto es que desde hace unos días para acá la gente está preocupada. Un conocido que siempre iba armado me dijo cuando comenzó el sexenio de Ortiz: “Siempre hay un diller, siempre”.