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¿El sexo es trabajo?

Por: Regina Isabel Hernández Gutiérrez

2012-06-06 04:00:00

El pasado 2 de junio se conmemoró el Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales. Primero hay que señalar que se hace referencia al género femenino cuando se aborda a la población que se dedica a esta actividad porque estadísticamente más del 95 por ciento de las personas inmersas en esta ocupación son mujeres.

La perspectiva desde donde podemos abordar este tipo de actividad puede ser moralista–religiosa, en donde a las mujeres se les trate como pecadoras condenadas a vivir en el infierno por su forma de vida; desde una perspectiva jurídico–legal, diciendo que se encuentran fuera de la ley porque no es una actividad normada por el Estado y los distintos gobiernos, criminalizándolas, entre otras. Sin embargo, cuando se les cataloga como trabajadoras, existen elementos que debemos visualizar sin prejuicios y estigmas hacia la actividad, pero sobre todo hacia las mujeres que la ejercen.

La primera pregunta que debemos hacer es si realmente podemos considerarlo como un trabajo. Y no es por menospreciar o minimizar lo que realizan, pero si pensamos que la prostitución ha sido resultado de las condiciones estructurales que el patriarcado y el capitalismo en interrelación han provocado, en donde las mujeres han sufrido los mayores impactos, teniendo que recurrir a la venta de su cuerpo como un medio de subsistencia y sobrevivencia, la discusión debe ampliarse, pues la visión tradicional que se tiene de trabajo no puede ser la misma en este tipo de actividad.

Primero, porque las desigualdades existentes, tanto en las jornadas laborales como en el pago de salarios, provoca que las mujeres busquen otros espacios para mejorar sus condiciones de vida. Segundo, porque derivado de las dobles o triples jornadas de trabajo, estas mujeres ubican otros espacios como el de la prostitución, en donde se supone existe un mayor control por parte de ellas del tiempo que dedican a realizar la actividad, lo que les permite desarrollar otras que tradicionalmente han sido delegadas a ellas, como los quehaceres domésticos o el cuidado de los hijos e hijas.

En este sentido, las críticas de las mujeres que se dedican a la prostitución que realizan al Estado, es el hecho de no contar con todos los beneficios que un trabajador de cualquier otra rama y actividad realiza. Desde mi perspectiva, el problema es mucho mayor. Me parece que una de las demandas es realizar los cambios estructurales necesarios para que las condiciones impuestas por el capitalismo y el patriarcado no nos empujen a estos espacios, que son de peligro permanente, en donde tienen que sortear y soportar a los consumidores que sólo las ven como un objeto que puede ser usado como quieran a partir de un pago realizado. En ese sentido, ¿por qué no pedir otro tipo de oportunidades para su subsistencia y desarrollo?

Y esta es una tarea que no sólo les compete a las mujeres dedicadas a la prostitución, sino a todas y cada una de nosotras. La gran maravilla del patriarcado es que ha logrado sistemáticamente vernos como esa otra que queda en segundo plano y que incluso puede convertirse en un objeto. El capitalismo, por otro lado, con ese privilegio por la acumulación y la ganancia, sólo ha colocado la etiqueta del costo, siendo la única limitante para convertirnos todas en prostitutas, en esos cuerpos que pueden obtener si tienen un precio.

Podemos hacer la distinción entre prostitución forzada y por libre voluntad, en donde las mujeres que deciden dedicarse a esta actividad deben gozar de los mismos derechos humanos que hay para todas y todos, pero, ¿acaso no se les están violentando éstos cuando el Estado no les posibilita otros medios y otros tipos de oportunidades?

Por lo tanto, en la pugna por la legalización de esta actividad, para que las mujeres tengan beneficios laborales, debemos pelear porque ni una más tenga que recurrir a este tipo de actividad como una forma de subsistir, por no hacer de nuestros cuerpos instrumentos al que puedan tener acceso a cambio de un pago, que no pueden conseguir realizando otra actividad, porque las condiciones impuestas no se los permiten.

Nuestra lucha debe ser por no reforzar estos estereotipos, por no seguir alimentado al patriarcado y al capitalismo, porque precisamente una de las lamentables derivaciones para seguir alimentando el mercado sexual es la trata de mujeres, en donde se les coacciona para que realicen servicios sexuales de distintos tipos, con la única finalidad de obtener ganancias millonarias. Nuestra lucha debe ser de exigencia al Estado y a los gobiernos, no para legalizar esta actividad, no para que se conviertan en proxenetas, sino para que mejoren las condiciones que permitan a las mujeres desempeñar otras actividades para obtener los satisfactores a sus necesidades.

Debo aclarar, finalmente: mi crítica es al Estado y a la interrelación que ha establecido con el patriarcado y al capitalismo, por las condiciones que ha impuesto y que han colocado a las mujeres en una situación de desigualdad, no a esas mujeres que por diversas condiciones han tenido que dedicarse a esta actividad y sortean los riesgos y peligros que implica la prostitución, pues me asumo como esa otra, que también ha sufrido los embates del modelo existente, como esa otra que alza la voz ante las condiciones de desigualdad que se manifiesta en formas distintas, pero que nos toca a todas.

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